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REAL ZARAGOZA

El Iberia cumpliría hoy 100 años

El mítico club gualdinegro, la mitad más uno del actual Real Zaragoza, fue fundado la tarde del sábado 24 de marzo de 1917.

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El Iberia subcampeón de Segunda División 1928-29. De izquierda a derecha, Tomasín, Crespo, Cavia, Estanis, Epelde II, Bolao, Ferrando, Sauca, Ruiz, Zorrozúa, Jaumandréu y el entrenador Károly Plattkó. Agachado en el centro, el utillero Benjamín Simón.

El Iberia Sport Club, la mitad más uno del actual Real Zaragoza, cumpliría hoy cien años. Fue fundado la tarde del sábado 24 de marzo de 1917, tras una primera reunión en un banco (de los de sentarse) de la Plaza del Pilar y una segunda y definitiva en el Salón Blanco, de Acción Social Católica, en la calle Espoz y Mina 26, donde se redactó el reglamento de la sociedad, que fue rápidamente legalizada por el entonces gobernador civil de Zaragoza, Rufino Cano de Rueda, de acuerdo con la Ley de Asociaciones vigente en España desde el 30 de junio de 1887.

En el Iberia confluyó un grupo de jóvenes entusiastas, fundamentalmente ex alumnos de los Jesuitas, entonces el colegio más elitista de Zaragoza, entre los que se encontraban muchos de los mejores futbolistas escolares que había en la ciudad. O los de mayor fama. Se buscaron y se encontraron. Querían, simplemente, jugar al fútbol, practicar deporte, sin pretender, a diferencia de otros, representar a una clase social o a una ideología política. Otra cuestión es que, con el discurrir de los tiempos, su masa social fuera creciendo, multiplicándose, y llegara a tener las simpatías mayoritarias de la clase obrera, gracias a que algunos de sus mejores jugadores, como Juan Antonio Burges o los hermanos Basilio y Félix Berdejo, trabajaran como delineantes en Carde-Escoriaza, una especie de General Motors de la época.

El nombre fue impuesto por dos hermanos argentinos, Jesús y Julio Abínzano, y los colores gualdinegros se tomaron de la desaparecida Sociedad Gimnástica de Zaragoza (1912-15), en cuyo equipo infantil, el Juvenia, habían jugado varios de los fundadores. Ricardo Ostalé fue su primer presidente, al que seguirían Basilio Berdejo, Francisco Ginés, Luis Gayarre —el de mayor tiempo en el cargo y que construyó en 1923 el campo de Torrero—, Federico Vallés, Mariano Pin, José María Muniesa, Pedro Galán y José María Gayarre.

El Iberia Sport Club, en 1928 en Atocha en el monumento a Machimbarrena.
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El Iberia Sport Club, en 1928 en Atocha en el monumento a Machimbarrena.

El Iberia fue desde su fundación el gran motor y el faro del fútbol en Aragón, el campeón casi perpetuo. Y sus principales dirigentes, especialmente José María Gayarre y José María Muniesa fueron, sin duda, dos de los más grandes prohombres del fútbol español durante los tres lustros más convulsos y polémicos de su historia. Ellos dieron soporte legal a todo el fútbol regional, con la fundación el 13 de septiembre de 1922 de la Federación Aragonesa de Fútbol, de la que fueron su primer y segundo presidente, e hicieron que la voz del Iberia se escuchara en toda España.

Campeón de Aragón de Primera Categoría-Serie A en 1918, 1919, 1920, 1921, 1923 —el primer título oficial tras la creación de la Federación regional—, 1926, 1927, 1928, 1929, 1930 y 1931, el Iberia Sport Club participó seis veces en la Copa del Rey y fue uno de los más firmes impulsores de la creación del Campeonato Nacional de Liga. Fue subcampeón de Segunda División, en 1928-29 (en la imagen que encabeza este texto está el once de izquierda a derecha: Tomasín, Crespo, Cavia, Estanis, Epelde II, Bolao, Ferrando, Sauca, Ruiz, Zorrozúa, Jaumandréu y el entrenador Károly Plattkó; agachado en el centro, el utillero Benjamín Simón). También fue tercero, en 1929-30, pero acabó descendiendo a Tercera en 1930-31.

En la temporada 1931-32, el Iberia tomó parte en el Grupo III de Tercera División, pero al final no logró su objetivo de retornar a la categoría de ‘plata’, una condición que se juzgaba importantísima para su supervivencia en un fútbol español que se encontraba inmerso en una gigantesca crisis económica debido a la implantación del profesionalismo en 1926. En Aragón, sin ir más lejos, ya habían desaparecido por cuestiones financieras los otros dos clubes de Primera Categoría-Seria A, el Club Patria-Aragón y el Zaragoza C.D., ambos de la capital. El primero fue dado de baja por la Federación Española el 16 de mayo de 1931; el segundo, el encarnizado rival del Iberia, el 2 de diciembre de 1931.

Así pues, en febrero de 1932, recién finalizada la Liga en Tercera División, la situación del fútbol zaragozano era verdaderamente crítica. Y la junta directiva del Iberia Sport Club, con su presidente José María Gayarre a la cabeza, y la propia Federación Aragonesa, con otro iberista de solera como Rafael Delatas al frente, se afanaron por intentar que el edificio que tanto había costado levantar no se hundiese. Se hacía imprescindible agrupar a todo el fútbol zaragozano, a toda la afición, bajo una misma bandera. Y no era sencillo, más bien milagroso, porque la pugna entre ‘iberistas’ y ‘zaragocistas’, entre ‘avispas’ y ‘tomates’, había llegado en su última etapa a límites inimaginables.

La Peña Avispa, la más numerosa y popular de las peñas iberistas.
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La Peña Avispa, la más numerosa y popular de las peñas iberistas.

El Zaragoza C.D., como ya se ha apuntado, no tenía vida federativa desde hacía casi tres meses, pero su última junta directiva todavía no había presentado su oficio de disolución como asociación en el Gobierno Civil de Zaragoza. Y esa circunstancia fue, al final, la que se aprovechó para airear una fusión entre el Iberia y el Zaragoza que no fue tal.

José María Gayarre lo recuerda muy bien en sus memorias: “Para ir al logro de un club fuerte y único, había que sacrificar algo. Y ese algo era precisamente lo que más podía dolernos a nosotros: el nombre. Era incuestionable por encima de nuestros sentimientos, que para que arraigara en el afecto de todos, el nuevo club debía llevar el nombre de la ciudad. Y era también absolutamente necesario que el nuevo club ostentara colores distintos a los hasta ahora usados por los organismos ‘fusionados’ –camiseta gualdinegra a rayas verticales y pantalón negro el Iberia S.C., y camiseta roja y pantalón azul el Zaragoza C.D.-. Estas dos realidades constituían la base de nuestra resistencia; perder el nombre del Iberia y prescindir de nuestros colores era cosa muy fuerte para nosotros al cabo de tantos años de permanencia inalterable. Pero frente a un sentimiento harto justificado, veíamos la realidad. Dejar que la masa de seguidores del Zaragoza se diluyera decepcionada era tanto como perderla definitivamente en su aspecto aprovechable, en el aspecto de los amargados y de los ‘anti’ todo lo nuestro, era crearse permanentemente un estado negativo que no haría otra cosa que entorpecernos y amargarnos con su política rastrera, bien entendido que estábamos convencidos de ‘fusionarnos’ con un cadáver insepulto. Adoptamos pues la resolución de estimar que era llegado el momento de olvidar lo pasado y de ir a la formación de un solo club potente en Zaragoza, para beneficio de los intereses generales del fútbol, en cuya organización tanta parte teníamos. Partimos de la base de que el nuevo club tenía que ser el Iberia, que cambiaría de nombre tomando el de la ciudad. El Iberia tenía jugadores, tenía el campo de Torrero, tenía una categoría y unos derechos federativos, cosas que el Zaragoza no poseía por haberlas perdido reglamentariamente”.

En el más absoluto de los secretos, el 28 de febrero de 1932 tuvo lugar la primera reunión entre cinco representantes de cada una de las dos juntas directivas. Se avanzó, pero no se llegó a un acuerdo. Hubo tres o cuatro encuentros privados más hasta que, por fin, el miércoles 16 de marzo, las dos delegaciones alcanzaron un pacto definitivo en el salón principal de la sede del Iberia (C/ San Voto, 6, 2º izquierda). El Iberia renunció a su nombre y a sus colores, pero impuso todas las condiciones: no aceptó hacerse cargo de la deuda del Zaragoza C.D., se reservó el derecho de elección de los cargos directivos, mantuvo su campo de Torrero, aportó toda su plantilla de jugadores profesionales y sus socios mantuvieron su orden y su antigüedad. Ese mismo 16 de marzo se firmó también el acta de constitución del nuevo ZARAGOZA FÚTBOL CLUB, redactada el día anterior. Y, definitivamente, el 18 de marzo las juntas generales extraordinarias de socios del Iberia Sport Club y del Zaragoza Club Deportivo refrendaron el acuerdo alcanzado, y también su propia disolución como asociaciones deportivas, y ya se presentó en el Gobierno Civil el reglamento del nuevo club para su aprobación.

José María Gayarre, último presidente del Iberia y primero del actual Zaragoza, lo dejó escrito en 1952 para que no hubiera dudas: “El Iberia cambió de nombre y de colores, pero no cambió de estilo, y su supervivencia está asegurada mientras no desaparezcan las virtudes esenciales que le dieron vida. El Iberia hizo posible toda la brillante ejecutoria del fútbol aragonés. Lo alentó en sus primeros pasos, lo fortaleció colaborando con eficacia en todas las iniciativas de sus hombres representativos, y cuando llegó un momento de un alto en la lucha, para consolidar todo lo logrado en una unificación de colaboraciones, supo anteponer a sus sentimientos particulares de club, la estimación de lo que convenía a los intereses generales. Y como cargó sobre sí toda la responsabilidad, recabemos para el Iberia toda la gloria de lo logrado. Para siempre el espíritu del Iberia irá unido al nombre del actual Real Zaragoza, al que presagiamos y deseamos un vivir eterno”.

Que así sea.

Torrero, la catedral gualdinegra

El Campo de Deportes del Iberia, popularmente conocido como Torrero, fue la gran obra del presidente ‘avispa’ Luis Gayarre, desde 1932 y hasta su fallecimiento el socio número 1 del actual Real Zaragoza. Mientras la Real Sociedad Atlética Stadium o el Zaragoza Fútbol Club, y después el Club Patria-Aragón, vivían de alquiler en el Arrabal o en la Torre Bruil, el Iberia, gracias al impulso de sus socios más conspicuos, disfrutaba de unas instalaciones en propiedad. Luis Gayarre y su vicepresidente y mano derecha Antonio Sánchez Candial, luego presidente de la Federación Aragonesa de Fútbol de 1933 a 1953, convencieron al director del Banco Hispano Americano de Zaragoza, Alejandro Infiesta, y al corredor de comercio Modesto Sanz para que ayudaran a financiar de su propio bolsillo la compra de los terrenos en Torrero (a 10 céntimos de peseta el metro cuadrado), y con la colaboración de otros iberistas de solera como José María Muniesa, Luis Ferrer y Julián Abril constituyeron una sociedad anónima en la que dieron entrada a todos los socios del Iberia que quisieron disponer de acciones, lo que fue todo un éxito. Torrero se inauguró el 7 de octubre de 1923, en un amistoso frente al Osasuna (1-4); su césped, plantado en 1926, fue famoso en toda España; y, tras sucesivas reformas, llegó a tener un aforo de 20.000 espectadores.