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Actualizado a
Homenaje a Aitor Zabaleta.
Amaia ZabaloDiario AS

La noche anterior habían jugado el Atlético y la Real un partido de Copa, que se resolvió con el pase del Atlético en la prórroga. Por la noche las radios han dado noticia de una reyerta entre hinchas. Al parecer ha salido a relucir alguna navaja, al parecer un hincha de la Real está herido. Cosas así no es que sean frecuentes, pero desgraciadamente se daban a veces. Cada vez menos, dicho sea de paso. Pero en esta ocasión era mucho más grave: el hincha agredido había muerto de madrugada. Se llamaba Aitor Zabaleta y era un buen muchacho. No un ultra de esos que van por ahí buscando o provocando problemas, sino un buen muchacho que había viajado con su novia a ver el partido.

Aitor Zabaleta tenía veintiocho años y trabajaba como camarero en el restaurante Aratz, de San Sebastián. Y era de la Real. De cuando en cuando viajaba con su equipo. Esta vez lo hacía junto a su novia, Verónica, de la peña femenina Izar. Iban en un autobús que fue acompañado por la policía desde unos treinta kilómetros antes de llegar a Madrid, porque se temía que hubiera incidentes. Ultras del Atlético se habían quejado de maltrato en el partido de ida, y algunos de los grupos violentos se habían citado para «alguna acción». Así, sin precisar. Llegados al campo, y como sobraba tiempo, Aitor Zabaleta y su novia fueron con unos pocos amigos a un local contiguo al estadio, llamado bar Alegre. Tuvieron la mala suerte de que ese justamente era el lugar de cita de los ultras del grupo Bastión, que se alborotaron al ver la bufanda de la Real que llevaba Verónica. El grupo de Aitor salió rápidamente, pero algunos de los ultras fueron tras ellos, envalentonados por la huida. Finalmente, uno de ellos alcanzó a Aitor frente a la puerta seis y le asestó un navajazo. Aitor cayó sangrando abundantemente. Una unidad del Samur que estaba allí mismo le atendió y le prestó los primeros auxilios. Fue internado en la Fundación Jiménez Díaz donde, a las 22.30, se emitió un parte calificando su estado de «grave pero esperanzador». Había sido operado de una herida de tres centímetros de profundidad, que le produjo laceración del ventrículo izquierdo con rotura de la arteria mamaria de ese mismo lado. Pero a las tres de la madrugada fallece.

La policía tarda unos días en identificar y detener al agresor, mientras en San Sebastián hay manifestaciones e indignación popular porque se estima que se le está protegiendo. El regreso del cuerpo de Zabaleta para su entierro en San Sebastián es multitudinario. La cuestión vasca aparece como una complicación más en el suceso, porque muchos en el País Vasco estiman que a Zabaleta le han matado por vasco, no por ser hincha de un equipo, y que por las mismas razones hay poco interés en identificar y detener al agresor. Las cosas solo se aplacan algo cuando por fin aparece el autor directo de la agresión, un joven llamado Ricardo Guerra, conocido ultra del grupo Bastión. Será juzgado y condenado a una pena de diecisiete años de cárcel.

El crimen sirvió al menos para algo: fue la gran llamada de atención del problema al que se podría llegar manteniendo a los ultras en los equipos, y comenzó un lento aunque firme período en que los clubes empezaron a rechazarlos. Muy despacio, pero poco a poco se les han ido cegando las facilidades de que habían gozado en los años anteriores en casi todos los clubes. Lo realmente triste es que hubiera habido que pagar un precio tan alto.