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366 HISTORIAS DEL FÚTBOL MUNDIAL | 30 DE NOVIEMBRE

A Argentina gracias a la espinilla de Rubén Cano (1977)

Actualizado a
A Argentina gracias a la espinilla de Rubén Cano (1977)
Diario AS

Se trataba de clasificarnos para el Mundial de Argentina. Eso hoy día parece poca cosa, pero entonces no lo era. No habíamos estado ni en el de 1970, en México, ni en el de 1974, en Alemania. Por dos razones: porque entonces no iban más que la mitad de equipos que van ahora y porque, la verdad, tampoco éramos tan buenos. El sorteo nos colocó en un grupo con Rumanía y Yugoslavia. La cuestión era ser campeones o quedar eliminados. Teníamos un grupo de jugadores digno pero, a decir verdad, nada extraordinario. Hacía tres años que se había vuelto a abrir la puerta a la importación de extranjeros y nuestros jugadores eran más bien en su mayoría hombres de complemento en sus equipos. El protagonismo era para los de fuera. Había gente seria, sí, como Pirri, Asensi, Migueli, Camacho, Juanito, Leal, Rubén Cano… Pero nadie para las listas del Balón de Oro, ni por asomo. El seleccionador era Kubala, que había entrado en vísperas de México-70, sin posibilidades ya de meternos, y había fracasado en el intento de clasificarnos para Alemania-74, tras perder un desempate frente a Yugoslavia. Precisamente Yugoslavia. Ganamos en casa a Yugoslavia (1-0) y a Rumanía (2-0). Perdimos en Rumanía (1-0). El último partido del grupo era nuestra visita a Yugoslavia.

En realidad, nos valía empatar o hasta perder por la mínima, cosa que con el tiempo se ha olvidado. Pero era Yugoslavia, dichosa Yugoslavia, la misma que nos había dejado sin ir a Alemania. Bastante renovada, sí. Ya no estaba Katalinski, el enorme líbero que nos había marcado el mencionado (13 de febrero) gol decisivo al coger un rechace de Iribar. Tampoco estaba Iribar, cuya plaza se disputaban esos años Miguel Ángel y Arconada. Pero era Yugoslavia, quedaba el recuerdo, se extendía el fatalismo. Kubala se esforzaba en elevar el optimismo, tenía buena prensa, su equipo era conocido como los «Kubala boys», él lanzaba continuamente una especie de eslogan optimista («Chicos bien, moral óptima»), pero nadie se fiaba.

Así que aquel día todos nos sentamos ante la televisión temiendo lo peor. Y discutiendo: hay que salir a empatar, hay que salir a ganar, hay que salir atrás porque por mal que se dé no te meterán más de uno si no sales de tu área. El campo del Estrella Roja, el llamado Pequeño Maracaná de Belgrado, es una olla a presión. Kubala saca un equipo con oficio: Miguel Ángel; Marcelino, Migueli, Pirri, Camacho; San José, Leal, Asensi, Cardeñosa; Juanito y Rubén Cano. Se trata de controlar el partido, entretener un poco el juego y salir rápido en busca de Juanito. En el minuto trece, Pirri se retira, lesionado, y le reemplaza Olmo, del Barça, buen jugador pero aún joven. Crece el pesimismo, porque Pirri era entonces para España como la tabla de un náufrago. Pero alcanzamos el descanso con empate a cero. Ya queda menos. En el 70’, buena jugada de España, que llega a merodear el área de Yugoslavia. Juanito, metido en el centro del ataque, mete un pase profundo a Cardeñosa, que aparece con velocidad por el callejón del diez, alcanza el balón cuando se va a escapar por la línea de fondo y cruza el centro, bombeado; Rubén Cano aparece por el segundo palo, arma la pierna, empalma la volea cruzada y gol. Es gol. Todos se revuelcan abrazados. Las repeticiones muestran luego que Rubén Cano le ha pegado con la espinilla. Luego tiene la sinceridad de confesar: «Es verdad, le di con la espinilla; si le doy con el empeine la mando a la grada».

Es igual, ya está. Ahora Yugoslavia necesitaría tres goles. España entretiene el balón, y Juanito se mete en líos y le enseñan la amarilla, por lo que Kubala, prudente, le cambia por Dani, en el 76’. Según se retira hace la señal del pulgar hacia abajo mirando al público, y se lleva un botellazo. Es retirado en camilla. Más drama. Pero el partido termina así. Ganamos y fuimos al Mundial.