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CAFE, COPA Y FÚTBOL | CARMEN POSADAS

“Me caen bien Zidane y el Cholo; Guardiola parece un hipócrita”

Carmen Posadas vuelve con la historia de la niña negra que le regalaron a la Duquesa de Alba. Mantiene un idilio con el fútbol y con el Atleti.

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“Me caen bien Zidane y el Cholo; Guardiola parece un hipócrita”
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Hubo un tiempo en que usted era seguidora del Barça, ahora suspira por el Atlético, explique esa evolución.

A ver, ante todo soy de Peñarol, uno de los grandes equipos de mi tierra uruguaya, y cuando vine a España me hice del Atleti, que es muy parecido a Peñarol, hasta que se cruzó Jesús Gil en mi camino porque odiaba a muerte a mi anterior marido Mariano Rubio, que era el gobernador del Banco de España, y siempre echaba pestes de él. Así que me hice del Barça, pero fue algo momentáneo y ahora vuelvo a ser atlética.

¿Cuáles son las cosas del Atleti que más le seducen?

En primer lugar, su espíritu épico. Es un equipo con bastante menos presupuesto que el Madrid y Barça pero con una gran carga de ilusión y esfuerzo. Sobre todo en esta etapa del Cholo han conseguido motivar a la gente y transmitir la sensación de unidad y de equipo, que es mi idea del deporte.

A pesar de todo, no sé por qué, tiene usted cierto aire madridista.

No, por favor, no me mates. Mira, aún recuerdo entre brumas la final de la Copa Intercontinental que ganó el Real Madrid a Peñarol en 1960, entonces ya me empezó a fastidiar el Madrid, menos mal que en 1966, recién llegados a España, Peñarol se tomó la revancha y ganó esa misma Copa al Madrid.

¿Cómo se siente una mujer como usted hablando de fútbol?

Estupendamente, entre otras cosas porque el fútbol es un asunto serio y muy literario. De fútbol han escrito grandes autores como Alberti, Vázquez Montalbán, Javier Marías o mi paisano Eduardo Galeano. El fútbol, como otros deportes, es un trasunto de la vida y un tema literario por excelencia.

Personajes con carga literaria no faltan en el fútbol, por ejemplo entre Guardiola y Mourinho ¿quién es para usted el bueno y quién el malo?

No me cae bien ninguno de los dos. Antes me caía mejor Guardiola pero luego he comprobado que es un hipócrita, ese buenismo que fomenta no me huele bien, hay algo que me chirría. Me caen muy bien Zidane y el Cholo, que es el que más me gusta de todos.

¿Se ha recuperado de las finales de Champions de Lisboa y Milán?

Nooo, el Madrid tiene una potra que no se la merece, pero en fin. Ufff, cuando Sergio Ramos marcó el gol del minuto 93 apagué la tele. Y luego vuelve a suceder en Milán, es horrendo.

¿Se encuentra con fuerzas de asistir a una tercera final europea entre el Madrid y el Atleti?

Fuerzas tengo, pero a ver si me explico. Ahora tengo una superstición relacionada con el fútbol: cuando se disputa un partido muy importante para el Atlético he decidido no verlo porque creo que voy a gafar a los muchachos.

¿Es verdad que parte de la culpa de iniciarse en la literatura la tuvo un trauma de la infancia?

Es cierto. Yo era la fea de una familia de muy guapos. En concreto tenía dos hermanas rubias guapísimas, que cantaban de maravilla y eran muy simpáticas y contabas unos chistes muy graciosos. Y yo era feíta y sin nada de gracia, así que me refugiaba en mi cuarto a escribir largas y lacrimógenas parrafadas en un diario. Y bueno, también me influyó mucho mi padre porque era una persona que adoraba la literatura y la manera que tenía de comunicarse con nosotros, en vez de hacernos arrumacos y mimos, era leyéndonos cuentos. Recuerdo a mi padre leyendo en voz alta “La Ilíada”, “Sherlock Holmes”, “La isla del tesoro” y muchísimas más historias.

¿A dónde fueron a parar esos diarios?

Por suerte debieron perderse en alguna de mis múltiples mudanzas. Recuerdo el momento en que comencé a escribirlos. Cuando vinimos a Europa hicimos el viaje en barco, que ya era una rareza, pero a mi padre le encantaba viajar en barco y la primera parada fue en Brasil y allí me hice con mi primer diario y empecé a contar todo lo triste y desdichada que me sentía, lo poco que ligaba y esas cosas.

Ha confesado alguna vez que hizo su vida al revés.

Pues sí, porque lo normal es que la gente primero estudie, luego trabaje y después se case, pues yo empecé casándome y con 23 años ya tenía dos niñas y me llegué a preguntar si mi vida iba a ser siempre llevar a los hijos a la guardería y al parque y hacer tartas de chocolate. Así que me enganché a esa vocación dormida de escritora que siempre tuve. Y ahí empezó todo.

¿Cómo influyó en su vida el hecho de que su padre fuera diplomático?

Es un buen aprendizaje de vida porque los hijos de diplomáticos estamos cambiando cada cuatro años de casa, de colegio, de amigos, es decir que se tiene uno que estar reinventando constantemente. Hay algunos que odian esa forma de vida, no es mi caso. A mí me decían, bueno Carmencita, ahora vas a empezar otra vez, vas a ir a otro colegio y vas a tener otros amigos y todo eso. Era como tener una reencarnación cada vez que cambiaba de país, así que le estoy muy agradecida a esa educación tan particular.

Se ha casado dos veces y hace 30 años acuñó un término que dio título a un libro: el síndrome de Rebeca, una especie de manual de auto ayuda para todos aquellos que viven a la sombra del recuerdo de sus exparejas. ¿Qué le queda de ese síndrome?

Eso es el fantasma de un amor anterior. El libro lo escribí cuando me separé de mi primer marido y empecé mi relación con Mariano Rubio. Y no había dos personas más distintas que mis dos maridos. El primero era el más guapo, el más alto, el mejor jugador de tenis y corredor de coches, y la historia fue un desastre. Luego me casé con Mariano, un señor muy serio, bastante mayor que yo y que no hacía mucho deporte. Así que pensé en cómo influye en la gente las relaciones anteriores. A los hombres les suele pasar que buscan aquello similar a lo que han perdido y todas las mujeres que pasan por sus vidas parecen clónicas, ya sean rubias, morenas, con curvas o estilizadas. A mí me pasó todo lo contrario, mis dos hombres eran de un signo totalmente distinto.

¿La historia de su relación con Mariano Rubio, enclavada en una época convulsa de la sociedad española, sus problemas con la justicia, su paso por la cárcel, es el libro que tiene pendiente?

Sí, lo he pensado muchas veces, pero todavía vive mucha gente involucrada en esos hechos y no me gustaría contar ahora toda la verdad porque podría molestar a algunas personas. Quizá más adelante.

¿Cómo vivió esa época metida de lleno en los círculos del poder en España?

Te voy a decir cuál es la metáfora de mi visión de esos tiempos en que estuve en los aledaños del poder. Es una anécdota que contaba Leopoldo Calvo Sotelo nada más aterrizar en La Moncloa. Estaba un poco desorientado el hombre y al descubrir una caja fuerte en una de las salas él pensó que en su interior habría, no sé, secretos de estado de alto valor, o algo parecido. El caso es que no había manera de abrir esa caja, y cuando al fin lo consiguieron lo único que hallaron dentro fue unas instrucciones para abrir esa caja fuerte. De chiste. Algo así me pasó a mí cuando viví ese tiempo. La gente tiende a pensar que hay seres en la sombra que mueven los hilos del poder, que manejan los destinos del mundo, y luego, nada, todo es producto de la chapuza universal.

De todas formas, usted ha llegado a declarar que los políticos de la Transición estaban mucho más preparados que los de ahora.

En esa época se produjo la circunstancia de que todo el mundo se puso de acuerdo para hacer las cosas bien. Había terminado un régimen siniestro y todo el mundo decidió arrimar el hombro para intentar borrar pasadas rencillas y la sociedad civil se movilizó. Los mejores profesionales en cada puesto abandonaron su oficio para servir al país, y hubo una selección de los mejores. Ahora, con la democracia ya instaurada, el político que llega normalmente no ha trabajado en ninguna empresa porque sólo ha estado en cosas de la política, no tiene experiencia de vida real, y además, se deben más a sus partidos que a su país.

Confiesa que la literatura le ha salvado muchas veces del psicoanalista, ¿hasta dónde llega el poder terapéutico de la escritura?

Es fundamental porque no se me ocurre hacer otra cosa. No se me ocurre otra actividad, creo que sólo sirvo para esto. Escribir es volcar todas tus emociones y, al mismo tiempo, se libera una. Reclamo esa sensación liberadora de la escritura. La gente que me cae mal la traslado a un libro, la mato y me quedo como nueva.

Acaba de publicar “La hija de Cayetana”, la historia de una niña negra que regalaron a la Duquesa de Alba. Así, sin más, suena tremendo.

Y es tremenda la historia, aunque no se puede juzgar el siglo XVIII con ojos del siglo XXI. En aquella época ocurrían cosas así. Lo que sí es cierto es que a la Duquesa de Alba le regalaron esa niña igual que le podrían haber regalado una muñeca o un perrito y ella, que no podía tener hijos, se encariñó hasta tal punto de la niña que la convirtió en su hija, la prohijó y cuando muere Cayetana, muy joven, con apenas 40 años, la convirtió en una de sus herederas y en una mujer muy rica.

Cuenta usted que hubo muchos esclavos negros en España en los siglos XVII y XVIII pero luego casi no dejaron rastro, ¿cómo se explica eso?

Es muy curioso y se lo he preguntado a muchos historiadores pero no acertaron a dar con la clave. Es como si la tierra se hubiera tragado a todos esos descendientes de esclavos negros. Cervantes llamaba a Sevilla “el damero de Europa” porque un 10 por ciento de la población era de raza negra. Al final de mi investigación descubrí un sitio en Andalucía donde sí que existe gente con la piel más negra, el pueblo se llama Gibraleón y está en la provincia de Huelva.

Bueno, antes se refirió a una superstición y la próxima jornada es el derbi Atlético-Madrid, ¿lo va a ver?

No, para nada, te aseguro que no. Qué miedo.