NewslettersRegístrateAPP
españaESPAÑAchileCHILEcolombiaCOLOMBIAusaUSAméxicoMÉXICOusa latinoUSA LATINOaméricaAMÉRICA

366 HISTORIAS DEL FÚTBOL MUNDIAL | 26 DE SEPTIEMBRE

Helenio Herrera lleva el cerrojo a la cima del mundo (1964)

Actualizado a
Helenio Herrera, entrenador del Inter de Milán.
Diario AS

Fue en una noche lluviosa en Madrid, con poco público: el Inter del maléfico Helenio Herrera se proclamó campeón intercontinental, en desempate ante el Independiente de Avellaneda. El poco público local asistente torció el gesto, salvo quizá algunos atléticos a los que la presencia de Peiró en aquel Inter les hacía mirar al club de Milán con simpatía. Pero el Inter era detestado en general en Madrid, y sobre todo entre los madridistas, por tres razones: por la presencia en su banquillo de Helenio Herrera, viejo enemigo, porque le acababa de ganar la Copa de Europa al Madrid, lo que provocó la salida de Di Stéfano, y porque practicaba el cerrojo. Jugaba un fútbol cicatero y calculador, dejándose dominar sin rubor para escapar en rápidos contraataques. Ese fue el fútbol que triunfó esa noche: el fútbol del catenaccio. Y como el ganador tiende a ser imitado, aquello provocó una influencia negativa en una época del fútbol.

El gran Inter había comenzado con la contratación de Helenio Herrera en 1960 por parte del multimillonario Massimo Moratti (padre del actual presidente), que se dedicaba a la importación de petróleo. Herrera le pidió enseguida el fichaje de Luis Suárez. En torno a él y a un oscuro y veterano lateral, llamado Picchi, construyó el equipo. Puso a Picchi como cuarto defensa o defensa escoba. Pobló el medio campo con un hombre de quite (primero Tagnin, luego Bedin), un interior rápido y con gol, Mazzola, un extremo que se retrasaba para marcar la pausa cuando no había manera de llegar rápido, Corso, y Luis Suárez, brillante jefe de maniobras, lanzador infalible de pases a las zonas desprotegidas del rival. Atacaba con un extremo rapidísimo, Jair, y un delantero centro que él procuraba que también lo fuera. De ahí que se interesara pronto por Peiró, que había salido del Atlético para recalar en el Torino, de donde le compró. Tenía también para el ataque un lateral izquierdo espigado y rapidísimo llamado Facchetti. Estudiaba a los rivales y procuraba provocar las subidas de los laterales de estos a fin de tener huecos para las subidas de Jair y Facchetti. O bien sacaba al delantero centro hacia una banda, para que arrastrara al central, y así por el centro aparecía Mazzola. Todo eso completado con la precisión de Corso en los tiros libres, con su folha seca, tan célebre como la de Didí.

Con eso se hizo dominador en Italia y luego ganó la Copa de Europa 1963-1964, tras eliminar sucesivamente al Everton, el Mónaco, el Partizan y el Borussia de Dortmund. La final, en Viena, ante el Madrid, supuso el definitivo final del Madrid de Di Stéfano y la aparición en el panorama europeo de la fórmula del catenaccio como ganadora. En realidad fue una confusión: el Madrid estaba envejecido en sus hombres, no era el modelo de juego lo que estaba envejecido. Pero la victoria del Inter hizo que le surgieran imitadores y más cuando la ratificó con la Intercontinental. Era la quinta edición de esta competición. La primera la ganó el Madrid, pero las dos siguientes habían sido para los campeones suramericanos: Peñarol y Santos. El Inter perdió 1-0 en Avellaneda, pero ganó 2-0 en la vuelta. Entonces no se sumaban los goles, solo se tenían en cuenta las victorias. El desempate se fijó en Madrid, que se consideró territorio neutral, mitad Europa mitad Madre Patria de Argentina. Fue un partido feo, con el Inter atrás y el Independiente arañando la muralla. Se llegó al final sin goles. En el 110’ marcó Corso y colocó al Inter en la cima del mundo. Al año siguiente repetiría el doble éxito de Copa de Europa e Intercontinental. Helenio Herrera había alcanzado la cima, y con él el cerrojo, que no fue invento suyo, como presumía, sino de un austriaco, Karl Rappan (como se ha visto el 10 de marzo), en los lejanos años treinta. Pero él lo colocó en todo lo alto para desgracia de todos.