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PARDEZA

“Di Stéfano era una obra de teatro y no cabían secundarios”

Un niño de La Palma del Condado se luce en el programa ‘Torneo’. El Madrid le fichó. Soñaba ser futbolista y escritor.. Es la historia de Pardeza y la cuenta en ‘Torneo’.

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“Di Stéfano era una obra de teatro y no cabían secundarios”
Jose Antonio Perez

—La primera pregunta es claramente generacional, ¿cómo era Daniel Vindel?

—Lo conocí cuando fuimos a jugar a ese programa maravilloso que era Torneo. Era un icono. Recuerdo con cariño el programa porque me permitió darme a conocer, pero el conocimiento de Vindel fue superficial.

—¿Ir a ‘Torneo’ era como ir a los JJ. OO.?

—Hay que situar al lector a finales de los años 70 en una España con dos canales de TV y en una época en la que la tele era incluso un lujo. Torneo era un cuento idealizado.

—¿Para un pueblo como La Palma del Condado, que sus chicos fueran a ‘Torneo’ era como tener una Miss España o que un vecino ganara el Festival de Benidorm?

—Se puede hacer la comparación que se quiera, era una ilusión indescriptible para los niños de La Palma del Condado ir a Madrid, que estaba a doce horas en coche. Por aquella época eran las distancias las que separaban España.

—Esa ilusión ahora es casi ‘naif’, imposible. De hecho, los niños ya tienen representantes...

—El fútbol ha perdido la inocencia, antes lo prioritario era divertirse. Por mi experiencia en los despachos ahora hay un enfoque profesional por las expectativas de los padres y por las esperanzas depositadas por mucha gente del entorno de los chicos.

—¿Tratar a los niños como profesionales en preparación, alimentación y táctica es malo?

—Los niños quieren jugar al fútbol o a lo que sea por una ilusión básica, pero es cierto que las condiciones no se parecen a las de antes. Son mejores en muchos aspectos, pero se ha traicionado el espíritu de la inocencia.

—Después de ‘Torneo’, le ficha el Madrid y vive en una pensión cuatro años en la Plaza Matute. Nada de residencias de futbolistas, ¿cómo lo recuerda?

—De eso va el libro. Lo que trato de explicar es la visión de un niño de 14 años que abandona el pueblo, la familia y se va a buscar la vida en una ciudad y en un club tan grande. Es una experiencia contradictoria.

—¿Por qué?

—Por un lado hay una ilusión desbordante, pero también el problema de la adaptación de un niño sin ninguna experiencia en la vida ante un mundo desconocido. No siempre se resolvía esa dialéctica.

—Usted convivía en la pensión con otros niños. En el libro describe un ambiente de camaradería nada competitiva. ¿Era el hambre lo que les unía?

—Esa pensión era una comunidad pequeña. Apenas éramos 18 ó 19 niños y luego teníamos edades diferentes. Yo llegué con 14 años y era el más pequeño, luego había hasta los 18, que era cuando te tocaba dejar la pensión. En esa biodiversidad peculiar vivíamos las expectativas, los progresos y los estancamientos de los otros con verdadero interés y de manera solidaria. Todos queríamos lo mismo. No había competitividad entre nosotros o yo no la detecté jamás. Y sí, las estrecheces ayudaban, aunque no pasábamos hambre. Lo que pasa es que a esa edad siempre quieres más galletas.

—¿Qué pasó con los que no llegaron a la élite como usted? ¿Les volvió a ver, aparte de aquel que le ovacionó en el club de jazz de Woody Allen en Nueva York?

—A muchos sí, porque no sólo yo llegué a la élite. Coincidí en la pensión con Chendo y Otxotorena. También estuve con Solana, con el que luego jugué en el Zaragoza. Pero es verdad que es poco para lo que había en la pensión, pero es algo natural en el mundo del fútbol. No hay muchos que lleguen.

—Explíqueme lo que eran los partidos de La Chopera

—Se organizaban torneos de diferentes edades los fines de semana en la Chopera del Retiro. Yo no jugué porque ya militaba en el Madrid, pero cuando estaba en la pensión y no tenía partido me acercaba. Era un paseo agradable que me permitía observar los libros de los escaparates de la Cuesta de Moyano y entretenerme viendo libros y partidos de fútbol.

—¿Ha desaparecido ese aroma de club familiar irremediablemente?

—Por el tiempo que he estado en el Madrid, puedo asegurar que el trato con los niños y padres se mantiene. Ahora es una cosa distinta. El Madrid es una empresa global, pero puedo asegurar que se les trata bien, tienen los mejores recursos y la residencia es una envidia... pero los tiempos son otros.

—¿En qué medida la Quinta del Buitre era una realidad y en qué medida un afortunado titular de Julio César Iglesias?

—Las cosas suceden y luego se les busca un sentido histórico, pero los hechos son innegables. España venía del fracaso del 82, había una laguna de identidad, la Quinta para mí va más allá de los cinco nombres del artículo de Julio César. Esa generación encarnaba un cambio en España en el ámbito político, social... simbolizaba el cambio de un periodo dictatorial a otro marcado por la democracia y nuevos tiempos.

—Junto con el fútbol, la literatura es su pasión. ¿La filología le ha vacunado contra la fama?

—Si se lee bien, leer es una cura de humildad que contrasta con el mundo del fútbol, tan lleno de los excesos de la fama, del dinero y de la idolatría. Leer es un ejercicio solitario en el que descubres el sacrificio de los autores. En el caso de los jugadores, nos enseña que el sueño de la vida no va a durar. Lo peor del fútbol es que dura poco, muy poco, y eso se entiende mejor leyendo.

—Pues vamos apañados. Con lo que leen los jugadores, me imagino que pocos son conscientes de lo que se les viene encima...

—Cuando juegas no eres consciente de lo poco que va a durar esto. De hecho, la mayoría de la gente no es consciente del paso del tiempo.

—¿Se fue usted al Zaragoza porque fue consciente de ese paso del tiempo?

—Me fui por amor a mi profesión, que únicamente la entendía jugando y teniendo un papel preponderante en el juego.

—¿En el Madrid era imposible desempeñar ese papel?

—Con Hugo, con 25 años, y con Butragueño, con 23, yo sabía que no iba a poder tener ese estatus. Yo quería jugar. Podía parecer un sacrificio dejar Madrid por Zaragoza, pero lo hice por amor a mi profesión y ahí coincidí con una generación maravillosa que jugó muy bien.

—El Zaragoza... Quién lo ha visto y quién le ve.

—Una pena. Sufre una desintegración progresiva y cada mala noticia lleva a una peor. Se ha estancado en la mediocridad.

—¿Dónde ha conocido más personajes de novela, en los clubes modestos o en los de élite?

—Cualquiera puede ser un personaje de novela, tanto los perdedores como los triunfadores.

—¿No me negará que ese entrenador de la Palma del Condado que tuvo cuando era chico es un filón?

—Está claro, pero cuidado porque existe el prejuicio de ver más literatura en el perdedor que en el triunfador. Se dice que en la derrota hay más cosas que contar, pero es un prejuicio literario. Si se pone la lupa a la distancia justa de los poderosos se puede sacar una gran novela, porque no hay persona que no esté libre de la miseria de la condición humana.

—Entre las leyendas futbolísticas que conoció, y siendo un niño además, está Di Stéfano. ¿Qué le transmitía?

—Encarnaba mejor que nadie el concepto de leyenda en el sentido más amplio de la palabra. Representaba el jugador completo y eso no está al alcance de nadie porque acostumbramos sólo a ensalzar el ataque. Su capacidad de liderazgo era infinita y todo lo que decía, todo lo que recordaba, la más mínima anécdota, le otorgaba una dimensión mítica. Era una delicia contemplarle y escucharle.

—¿Imponía?

—Era una obra de teatro en sí mismo, al que sobraba cualquier secundario. Era capaz de llenarlo todo con su presencia. Una personalidad fuera de lo común.

—Usted de pequeño se extasiaba con Cruyff. ¿Es comparable el holandés a Di Stéfano en cuanto a personalidad?

—Cruyff era la máxima figura mundial de mi época de niño. El legítimo heredero de Di Stéfano y Pelé, hasta que llegó Maradona. Tuvo una grandísima influencia en el fútbol moderno. Convirtió a un equipo errático y lleno de dudas como el Barça en un conjunto con las ideas muy claras, de las que ha vivido los últimos decenios.

—¿Qué recuerda de él?

—Coincidí con él en su llegada como técnico al Barça y para mí sus primeros años, en los que no ganó la Liga, fueron los mejores. Incluso nosotros les ganamos, pero ahí se vio la impronta de lo que quería hacer. Le llovieron las críticas, las dudas y alguna mofa por su planteamiento atrevido. Pero lo que ha demostrado la historia es que tenía razón.

—Pero los entrenadores que marcan carreras son los de base. ¿Qué opina de ellos?

—Recuerdo con cariño los que tuve en el Madrid. Aparte de ser técnicos, hacían las veces de medio padre. Sus palabras estaban dirigidas no sólo a hacerte mejor jugador, sino a hacerte mejor persona y mejor ciudadano. Ahora, a riesgo de ser injusto, se le da una gran prioridad al tema deportivo, pero si algún valor reconocible tiene el mundo del fútbol es que te tiene que llevar a convertirte en mejor persona. Creo que la escuela de valores se aplicaba antes con más énfasis.

—Pues me la deja botando para preguntarle por Mourinho y por esos entrenadores que no son ejemplo de ciudadanía y con el que convivió en el Madrid...

—No quiero entrar en eso porque una cosa es el mundo amateur y otro el profesional. El mundo es diverso y cada uno trata de imponer su idea según sus propios criterios. Pueden gustar más o menos, pero el juego profesional es un espectáculo variopinto. El fútbol sería tremendamente aburrido si todos pensáramos lo mismo. Lo que enriquece es la diversidad.

—¿Eso fue lo que le llevó a escribir una tesis doctoral sobre una figura tan contradictoria como González Ruano?

—Ruano resume las contradicciones y despropósitos del Siglo XX como muchos otros grandes europeos. Vivió dos guerras mundiales, una civil, el nacimiento del nazismo, del fascismo y del comunismo. En esa época, las opciones eran la militancia o el cinismo, y él eligió el cinismo. Trató de ser un bon vivant y darse la mejor vida escribiendo lo mejor posible.

—¿Su mirada al fútbol actual es cínica?

—Veo el fútbol y lo sigo mucho. Estoy espiritualmente ligado a él porque ese vínculo no se rompe, pero trato de mirar las cosas con capacidad reflexiva.

—¿Esa afición a la distancia es compatible con estar con una corporación como el Madrid o ahí se exige militancia y acriticismo?

—Los clubes no son tan herméticos como se cree. Hay voces discordantes; otra cosa es que se imponga un criterio. En el Real Madrid nadie te coarta para decir lo que quieras, lo mismo que en el Zaragoza.

—¿Volvería a ejercer en un despacho?

—He estado 11 años entre el Zaragoza y el Real Madrid. Cuando me retiré, nunca me planteé trabajar en eso, pero tuve dos oportunidades en los clubes de mi vida. Estoy satisfecho porque me han dado grandes lecciones en el campo y en la vida, que es lo que cuenta.