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Actualizado a
Bernard Tapie.
GEORGES GOBETAFP

Para el verano de 1993, los hinchas del Olympique de Marsella eran los más felices de la Tierra. Su equipo había ganado de forma consecutiva los últimos cinco títulos de liga, y en mayo de ese 1993 ganaría también la Copa de Europa, la primera que obtenía jamás un equipo francés, en brillante final ante el Milán. Su presidente, Bernard Tapie, era uno de los tipos más célebres de Francia. Popular hombre de negocios, atrevido, diputado primero y luego ministro de la ciudad en el gobierno de Pierre Bérégovoy (que acabaría suicidándose). Pero no era un hombre exento de polémicas. Sus números eran frecuentemente investigados por su afición a los paraísos fiscales, a las dobles contabilidades y a pagar en dinero negro.

Y esta vez había ido demasiado lejos en sus maniobras. El 20 de junio, en la visita al Valenciennes, el Olympique había comprado el partido, pagando dinero a dos de sus jugadores, Christophe Robert y Jorge Burruchaga, campeón este del mundo con la Argentina de Maradona en México.

El dinero cobrado por el primero de ellos había sido enterrado en el jardín de la casa de los suegros. Se lo había llevado un jugador del propio Olympique, Jean-Jacques Eydelie. La pista de ese dinero condujo al director general del club, Jean-Pierre Bernès, que en principio trató de ganar tiempo internándose, según unas noticias por una crisis cardíaca y según otras por una fuerte depresión. Pero la rueda de la justicia siguió y atrapó a Tapie, e incluso salpicó al alcalde de una ciudad del norte, Béthune, del que se habría servido como coartada para negar un encuentro con el entrenador del Valenciennes, Primorac, al que habría intentado sobornar, a posteriori, para que asumiera la responsabilidad del caso.

Pese a su resistencia, su poder y sus protestas de inocencia, Tapie fue encontrado culpable y obligado a dejar al Olympique, al que la UEFA reconoció como válida su Copa de Europa, pero le impidió defender su título de campeón en la siguiente edición. Tampoco se le permitió jugar la Supercopa. Aunque se resistió, Tapie tuvo que abandonar el club la primavera siguiente, no sin antes hacer liquidación de algunos de sus principales activos. Traspasó a Bokšic´ al Lazio, a Futre a la Reggiana y a Desailly al Milán, por un montante conjunto de unos 4000 millones de pesetas de la época. Cuando Tapie se marcha, lo hace diciendo que renuncia para relanzar su carrera política, pero en realidad sale seriamente tocado. Con el tiempo será acusado de corrupción, de haber malversado casi 3000 millones de pesetas en el club. El arrepentido Jean-Pierre Bernès, ex director general del club, colabora en la investigación, que es demoledora. En ella sale a relucir incluso un caso de soborno al árbitro del partido AEK-Olympique, dela Copa de Europa ganada, un austriaco llamado Kohl, muerto de cáncer poco antes de que la investigación revelara el soborno. Y también salen 60 millones de pesetas destinados a comprar la semifinal contra el Spartak de Moscú y otros 40 millones para una eliminatoria anterior frente al Brujas. Para más bochorno colectivo, en sucesivas declaraciones o libros de memorias, algunos jugadores (Desailly entre ellos) revelan que el equipo recurrió con frecuencia al dopaje. Y Eydelie, el mismo que había entregado el dinero en mano a uno de los sobornados del Valenciennes, confiesa, ya en enero de 2006, que, salvo Völler, que se negó, todos los integrantes del Marsella campeón de Europa jugaron dopados el día de la final ante el Milán.

En definitiva, la arrolladora campaña de Tapie al frente del Olympique de Marsella se había convertido, mirada desde la distancia, en una película de terror.