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366 HISTORIAS DEL FÚTBOL MUNDIAL | 17 DE JUNIO

La fabulosa prórroga del Alemania-Italia (1970)

Actualizado a
Gianni Rivera, durante el partido del Mundial de 1970 entre Alemania e Italia.
Diario AS

Alemania tenía un buen equipo por aquellos días. Conservaba a varios de los veteranos que habían sido finalistas cuatro años antes, derrotados en Wembley con el gol fantasma de Hurst. Y habían incorporado algunos jugadores jóvenes nuevos, como el gran meta Maier, el feroz lateral Vogts y el implacable goleador Torpedo Müller. También Italia tenía un gran equipo, como casi siempre, aunque con una duda: Mazzola o Rivera. Los dos eran magníficos, pero no combinaban. Aquel fue un duelo que duró años y que dividió a Italia del mismo modo que España se dividía en el siglo XIX entre toreros rivales.

Estábamos en las semifinales del Mundial. El mismo día, por otro lado, jugaban Brasil y Uruguay. Brasil, el equipo espectáculo de ese campeonato (y de tantos otros) elimina a Uruguay con otro gran partido. Por contra, el Italia-Alemania no parece gran cosa. Boninsegna adelanta a los suyos en el minuto 8 e Italia, para qué más, se encierra. Alemania va y va. Le quitan dos penaltis. En uno de ellos, Beckenbauer, que cae al suelo de mala manera por la zancadilla del defensa italiano cuando está entrando en el área, sale con el hombro dislocado. Pero decide continuar, aunque tiene que hacerlo vendado, con la mano pegada al pecho. Alemania insiste con su fe de siempre y ya en el descuento el lateral Schnellinger anota el empate, lanzándose a la desesperada, tacos por delante, hacia un balón que se escapaba. Schnellinger jugaba en el Milán y muchos italianos le insultaron: «Por Italia no vuelvas», llegó a decirle alguno. La verdad es que ni antes ni después volvió a marcar otro gol en toda su carrera deportiva, aunque fue un jugador realmente importante en su época.

Prórroga. Y en ella todo cambia. Los dos equipos se atacan ferozmente, bajo el calor de México, sobre su altitud asfixiante. Parecen dos boxeadores plantados en el centro del ring, sacudiéndose sin piedad, sin la menor cautela defensiva, a ver cuál de los dos cae antes. La pizarra está hecha añicos y los jugadores van y vienen, en frecuentes jugadas de superioridad atacante, en las que entran goles o se escapan porque el rematador llega agotado y sin precisión, o sin fuerza. Pero otras veces sí que entra el gol. El carrusel lo empieza Müller, 1-2 (95’). Luego Burgnich, 2-2 (98’). Ahora Riva, 3-2 (104’). De nuevo Müller, 3-3 (110’), en el que fue su undécimo gol en el torneo. Y finalmente Rivera, 4-3 (111’). Aún hay galopadas, idas y venidas, pero acaba así. Al final los jugadores se desploman. Luego se abrazan, unos con otros, deportivos. Son conscientes de que acaban de escribir una de las páginas más emocionantes de toda la historia del fútbol. Italia es finalista con Brasil, que la vencerá con facilidad por 4-1, pero eso no borra el recuerdo de su colosal prórroga. Por cierto, en esa final volvería a jugar Mazzola en lugar de Rivera, pese al gol vincente de este ante los alemanes. En realidad, los turnaban.

Al día siguiente, junto a las noticias de la fabulosa prórroga, aparece una pequeña nota: veintitrés presos de la cárcel mexicana de Tixtla habían aprovechado que todos los vigilantes estaban absortos frente al televisor para darse a la fuga.