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366 HISTORIAS DEL FÚTBOL MUNDIAL | 24 DE MAYO

El gran desastre de Lima: más de cuatrocientos muertos (1964)

Actualizado a
La tragedia del partido de Lima registró más de cuatrocientos muertos.
Diario AS

Ese día Perú recibía a Argentina, en partido de clasificación para los JJ OO de Tokio. Argentina ya estaba clasificada, con cinco victorias previas. Perú necesitaba ganar, pues disputaba el segundo puesto a Brasil. Aunque en la misma fecha se daba una corrida de toros de gran interés en el coso de Acho (los hijos de los célebres matadores mexicanos Armillita y Silverio Pérez se presentaban como novilleros), el Estadio Nacional, también conocido como el «Coloso de José Díaz», estaba a reventar. El juego fue duro y trabado, con dominio de Perú, sin suerte, y buen trabajo de Cejas, el meta argentino. En el minuto 65 marca Argentina y el público se irrita, porque no entiende el interés de Argentina en disputar el partido con tanto ardor. En el minuto 80, un despeje del argentino Morales es interceptado por el peruano Lobatón y entra en la portería. Pero el árbitro, el uruguayo Ángel Pazos, lo anula porque entiende que Lobatón ha metido el pie en plancha, y se arma la marimorena.

Salta un espectador al campo y es detenido por los policías. El juego sigue pero la gente está muy excitada. Salta otro espectador, un conocido delincuente apodado «Bomba», con ribetes de héroe popular de las clases desfavorecidas, que también es atrapado por la policía, que le derriba de una patada y, al reconocerle, le maltrata. La masa se enfurece con la policía, a la que considera alineada en el «bando de los malos», que en su imaginación son los argentinos, a los que considera comprados por los brasileños, y el árbitro, al que consideran más comprado todavía. La situación se hace insostenible y Ángel Pazos decide dar por finalizado el partido a falta de cinco minutos. Pero el público, desatado, intenta saltar por cualquier parte. Entonces la policía recurre a medios mayores, saca los perros y lanza agua y gas contra las gradas, lo que provoca un fatal movimiento de pánico de las multitudes.

Miles de personas buscan la salida, pero las puertas están cerradas, porque el partido aún no había concluido y los porteros estaban atentos al desenlace del choque y más aún al de la bronca. Y allí se aplastan unos con otros, se asfixian, se fracturan. El hecho provoca más cólera y bandas de muchachos recorren la ciudad volcando coches e incendiando comercios. La policía tarda horas en controlar la situación. Cuando lo consigue, hay más de cuatrocientos muertos. El presidente Fernando Belaúnde Terry emite un Decreto Supremo declarando una semana de luto nacional y decide que el Estado se haga cargo de los costes del entierro de todas las víctimas. El cardenal primado, arzobispo de Lima, Juan Landázuri, organiza una colecta popular en la que obtiene un millón de soles (unos dos millones de pesetas de la época) para las familias de los fallecidos.

Fue la mayor catástrofe en la historia del fútbol.