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Carlos Hipólito

“El fútbol tiene mil argumentos; es un espectáculo insuperable”

Carlos Hipólito luce una sonrisa permanente. Es el mejor relaciones públicas de una carrera prodigiosa que le ha llevado a producir con enorme éxito su propia obra de teatro.

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“El fútbol tiene mil argumentos; es un espectáculo insuperable”

—Cómo observa el fútbol un hombre del teatro?

—¡Con envidia! Es realmente increíble ver la cantidad de gente que moviliza un fenómeno como el fútbol. Todo lo que gira en torno suyo interesa: los partidos, los jugadores, los fichajes, ¡hasta las lesiones!

—¿Y usted de fútbol cómo anda?

—Soy el cuarto de cuatro hermanos varones y ninguno de ellos era especialmente futbolero. He jugado al fútbol en el colegio, como todos; no era especialmente malo. Les diré que hacía mis “regatillos” y me divertía. Pero en mi casa no se ha seguido el fútbol con obsesión. El fútbol es un deporte fantástico y me gusta verlo. El problema es que al rato, ya me creo un entendido.

—¿Era un niño que prefería otras cosas al balón?

—Era un poco raro, sí. Para que se haga una idea, cuando cumplí 15 años, de regalo le pedí a mi madre que me llevara al Teatro Español a ver Otelo. El deporte ha estado siempre en mi casa: he jugado al tenis, he montado mucho a caballo; me gustaba esquiar, lo que pasa es que son cosas que he ido dejando porque este oficio nuestro nos obliga a estar alerta para evitar lesiones que te puedan apartar de las tablas. Sería una catástrofe.

—¿Qué relación hay entre el fútbol y el teatro?

—A los actores nos pasa lo mismo que a los futbolistas: no somos nada sin un equipo. Uno tiene que jugar, o en mi caso trabajar, rodeado del entorno adecuado. Que todo el mundo sepa dónde juegas en el campo, que idea tienes, hacia dónde te mueves. Es imprescindible ese sentido de equipo para poder avanzar en la vida y entiendo que en los campos de fútbol. El ejemplo lo tienen con los jugadores del Madrid: cualquiera de ellos luce más en el Madrid que fuera.

—Como concepto de espectáculo, el fútbol es algo insuperable.

—Cada tiro a puerta, cada jugada, es en sí como una pequeña obra de teatro. Tiene su origen, su trama y su desenlace. Cada vez que sale un tío avanzando con el balón, está escribiendo un pequeño guión, un libreto, con su estrategia y personajes; hay un bueno y un malo, alguien que ataca y otro que se defiende. Tiene un argumento clarísimo. El fútbol tiene mil argumentos y por eso, como usted dice, es un espectáculo difícil de superar.

—¿Le molesta que a los jugadores que fingen les llamen teatreros?

—Sí me da rabia que lo teatral se asimile a la mentira. El teatro no es un coladero de la simulación. El escenario es una lupa que pone claramente de relieve lo que es mentira.

—¿Sabe que al estadio del Manchester le llaman El teatro de los sueños?

—Qué maravilla. No lo sabía. El fútbol mueve emocionalmente a la gente. Eso es lo más importante. Los actores intentamos hacer personajes, que han escrito otros, para que lleguen a la gente. En definitiva para comunicarte con el público. Los jugadores de fútbol, seguramente de una manera no intencionada, están conectando con una cantidad de gente fabulosa. Y además son catalizadores de emociones, frustraciones, deseos y anhelos de la gente. Ya quisiéramos los actores.

—Los futbolistas se han convertido en auténticos símbolos sociales. Mucho más que los actores.

—Sí, no me extraña. Me parece lógico. Estamos en una época en la que importa lo que se vende mejor. El fútbol mueve unos volúmenes de dinero increíbles. Es igual que el fenómeno de las top model, que son más estrellas que las propias actrices, y que encima suelen ser las novias de los futbolistas, ja, ja. Las marcas importantes quieren a sus futbolistas y a sus bellas mujeres.

—¿Las estrellas se fabrican?

—Bueno, la verdad es que en el caso de los futbolistas es difícil porque les avala un buen hacer, es decir, que en lo suyo son los mejores. Y no nos olvidemos que el fútbol es un deporte que practican millones de seres humanos y, por tanto, fíjese usted si hay que ser bueno para ser uno de los mejores. Digo más, para ser un futbolista profesional. ¿Se da cuenta de lo que cuesta llegar a ser futbolista? Fíjense en la cantidad de niños que sueñan con ello a diario y los poquitos, los exclusivos que llegan.

—Y de crío, ¿usted no se pedía ser algún jugador?

—Nunca he sido muy mitómano. Ni con el fútbol ni con el cine o el teatro. Nunca he pedido un autógrafo en mi vida y de hecho cuando me lo piden a mí me quedo un poco perplejo. De pequeño me acuerdo que me encantaban jugadores como Pirri, Amancio, Velázquez, Zoco. Eran ídolos de todos, también míos. Pero nunca he luchado por tener sus cromos.

—¿Y de los actores de entonces?

—Admiraba mucho a Pellicer, José María Rodero, y el que me parecía un actor prodigioso, José Bódalo…

—Un gran madridista.

—Cuentan que los días de partido salía al escenario con el pinganillo para no perderse el encuentro del Madrid. Y no vea cuando se juntaba con el director José Luis Garci y se enzarzaban en medio del rodaje en unas discusiones sobre fútbol monumentales. Ya saben que a Garci le tira mucho el Atlético.

—¿Y a usted?

—Pues también. Para qué le voy a decir lo contrario. Siempre he tenido simpatía y cercanía por las causas perdidas. No le diría yo que por los perdedores, pero sí por aquellos que teniendo menos medios, pelean y se rebelan por estar en primera fila. Y por eso me gusta, me fascina este Atlético de Madrid y su entrenador. Me encanta.

—Su voz se ha metido en todas las casas a través de la serie Cuéntame donde hace del Carlitos adulto introduciendo y despidiendo los capítulos. Llama la atención que en la serie se hable tan poco de fútbol.

—Se habla muy poco, sí. No sé, supongo que será para intentar contentar a todo el mundo o no disgustar a nadie. Pensarán que un potencial sector de público puede dejar de ver la serie si Antonio Alcántara fuera un furibundo seguidor del Atleti, del Madrid o del Barça. Ya saben ustedes que estas cosas son muy delicadas y hay que andarse con cuidado con las sensibilidades.

—¿Y por qué Carlos Hipólito actor no ha salido en la serie?

—Porque no he querido. Creo que es importante preservar la imaginación de la gente. Es mejor que se mantenga la magia de que cada uno se imagine al Carlitos adulto con la cara que quieran. Lo que pasa es que, como sigamos así, voy a tener que doblar realmente al actor Ricardo Gómez porque empezó con siete años a rodar y ahora ya tiene 20.

—¿Es usted un buen aficionado de la Selección española?

—Mucho sí. Soy de los que dice que mi primer equipo es la Selección. Recuerdo como un momento mágico el día de la final contra Holanda cuando ganamos el Mundial. Estábamos en Las Palmas, en casa de mi suegra, y recuerdo que todos estábamos viendo el partido, con mi hija de 12 años con la cara pintada con los colores de la Selección, aquello fue memorable. Ese equipo representaba el deporte con mayúsculas.

—¿En qué sentido?

—La Selección era un modelo de trabajo en equipo, de conjunción, de estrategia inteligente. Una Selección en la que no existían los egos, todos se sentían y eran compañeros y trabajaban con denuedo en busca de un mismo objetivo, practicando el fútbol total, solidario y de compromiso. Aquella Selección fue un ejemplo para el deporte.

—¿Y el papel de Del Bosque?

—Fue fundamental. Siempre que le he oído hablar me ha parecido un hombre de una sensatez enorme. Sencillo, con mucho sentido común y, lo que le digo, con una capacidad de domeñar los egos de gente tan joven y sin embargo tan famosos y tan ricos. La labor de Del Bosque fue espléndida. Lo que consiguieron fue mucho más que ganar una Copa del Mundo. Fue tener a todo un país vibrando con un deporte que no a todo el mundo le gusta.

—Y un hombre tan sensato, al terminar el último Mundial, ¿debió dar un paso atrás?

—Seguramente. Creo que Del Bosque debió darse cuenta de que había pasado su momento. Eso nos pasa a todos. Todos tenemos en la vida momentos clave que además no se repiten y es lógico porque nunca se está al cien por cien, y nunca vuelven a converger las circunstancias adecuadas. Aquello fue un momento mágico, increíble y por eso creo que Del Bosque no debería intentar perpetuarse. Creo que es el momento adecuado de dejar pasar a otro.

—Si un equipo lo hace por títulos, ¿cómo cuantifica un actor los éxitos?

—Depende de dónde ponga uno el énfasis del éxito. Una cosa es el éxito mediático que depende de los premios, las películas o el número de espectadores, pero luego hay otro tipo de éxito personal que, creo que es más importante.

—¿Cuál?

—El que tenga sentido tu profesión, tu dedicación. Les voy a contar una cosa que nunca he contado. Después de hacer la serie Desaparecida, una serie muy dramática, me encontré una señora que me pidió una fotografía y cuando se la di me dijo: “Me acaban de diagnosticar alzheimer, dicen que lo voy a olvidar todo; pero he vivido unas cosas tan intensas en la serie, que estoy convencida de que cuando vuelva a mirar la foto, me acordaré de usted y de lo que sentí”. Este para mí, es el mejor premio de mi vida.

—El enorme éxito de su obra El crédito, ¿es consecuencia de los tiempos que vivimos?

—La obra no habla de la crisis como tesis. El crédito es la justificación de un viaje emocional que emprenden dos tipos que, a priori, la vida les ha puesto en aceras diferentes. Por unas circunstancias estos dos personajes tan opuestos acaban casi siendo amigos. Lo que ocurre es que mi personaje sí que produce cierto rechazo porque representa cosas nocivas de la vida. Y le pasan cosas tan malas que el público parece casi reconfortado.

—En esta ocasión es productor de la obra, ¿qué tal?

—Esta vez me ha tocado la lotería. El éxito es indescifrable, trabajamos para que dure.