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AS COLOR

Heriberto Herrera: el otro H.H.

Compartió iniciales, apellido y el hambre por ganar títulos con el otro gran entrenador de la década de los 60, Helenio Herrera.

Actualizado a
EN LA JUVENTUS. El club de Turín le contrató tras una brillante campaña en el Elche. Ganó una Coppa y un Scudetto, dos de sus mayores éxitos en el banquillo.

No es fácil estar siempre bajo la mirada inescrutable de jugadores, directivos, prensa y aficionados. Y más si compartes iniciales con otro gran entrenador del momento. Heriberto Herrera fue bautizado como HH2 o El otro HH. No tenía nada que ver con Helenio Herrera, el que fuera gran entrenador en la década de los 50 y 60 en el continente europeo, pero a la Prensa siempre le gustó enfrentarles, compararles, muy al estilo que se maneja hoy día con técnicos como Mourinho y Guardiola. No tenían nada que ver, salvo su interés por el triunfo del equipo al que dirigían.

Heriberto Herrera Udrízar había nacido en Guarambaré, Paraguay, el 24 de abril de 1926. De padre español, compartió la nacionalidad española y la paraguaya. Incluso llegó a defender las camisetas nacionales de ambos países, pero eso se verá más adelante. Herrera comenzó su carrera deportiva en un equipo llamado Teniente Fariña. Debido a sus grandes actuaciones, le fichó el Nacional de Asunción, uno de los mejores equipos de la liga paraguaya y donde empezó a destacar como un formidable defensa central. Sus notables actuaciones hicieron que fuese convocado para defender la camiseta guaraní. Con ella participó en la Copa América de 1953, de la que Paraguay fue sorprendente vencedora al derrotar a Brasil en la final 3-2. Herrera siempre recordó esa etapa con sumo cariño. No en vano, era el primer gran triunfo de Paraguay en la competición panamericana, y encima se sacaron una dolorosa espina. El torneo debía celebrarse en Asunción, pero, al no encontrar un recinto adecuado y unas infraestructuras acordes para albergar tal acontecimiento, se decidió que el país guaraní no lo acogería, siendo Perú el anfitrión elegido. Los paraguayos, heridos en su orgullo, idearon un plan con vistas a llegar lo más lejos posible. Era el mejor estímulo posible. Así, y tres meses antes de comenzar la competición, el seleccionador Fleitas Solich, uno de los grandes técnicos en la década de los 50, concentró a sus jugadores debajo de las gradas del estadio Sajonia, en unas condiciones prácticamente inaceptables hoy en día: su plan consistía en gimnasia y fútbol, mañana y tarde, comenzando previamente con una carrera continua de unos 45-50 minutos. Dormían al aire libre, debido al fuerte calor existente, en unas camas prestadas por militares, comían todos juntos en un bar, apenas tenían un baño para todos y, de vez en cuando, contando con la complicidad del seleccionador, se colaban un par de botellas para alegrar la concentración. La idea era llegar lo más fuerte posible al país andino. Herrera fue absorbiendo y empapándose de los métodos de Fleitas. Sabía que la carrera de futbolista acabaría pronto si no tenía la posibilidad de salir y jugar en el extranjero...

Por aquel entonces, el Atlético de Madrid celebraba sus Bodas de Oro, pero el presidente, el marqués de La Florida, no las tenía todas consigo. Así, envió un emisario al Campeonato Sudamericano para que observase y estudiase la posible incorporación de algún jugador joven, bueno y barato. La economía del Atlético no era muy boyante y la posibilidad de fichar a jugadores europeos estaba prácticamente vetada para la entidad rojiblanca. Un día, a finales de marzo, el marqués recibió una llamada: se puede fichar a cuatro jugadores. El torneo acaba el miércoles 1 de abril, que es Miércoles Santo, y es buen momento para llevar a cabo la operación. Dicho y hecho, el presidente da el visto bueno. Paraguay se proclama campeón y de una tacada aparecen cuatro nuevos jugadores para engrosar la disciplina atlética. Sus nombres son los paraguayos Adolfo Riquelme (portero), Heriberto Herrera (defensa central), Atilio López (delantero centro) y el chileno Paco Molina, también delantero centro. La columna vertebral de la selección campeona de América y el máximo goleador del torneo.

De los recién aterrizados, el que empieza a llamar más la atención es Herrera. Durante el torneo americano había recibido ofertas de equipos argentinos y brasileños, pero la que más la atrajo fue la rojiblanca. En cierto modo era regresar a la tierra de sus antepasados. Sin embargo, no comenzó bien. Se lesionó en una de sus rodillas en un amistoso jugado ante el Stade Français (3-1), en septiembre. Días después, el 18 de octubre, se estrenaba en el derbi capitalino. El morbo estaba servido. Era su primer encuentro de estas características… y el primero de Alfredo Di Stéfano como madridista. El resultado es franco para los rojiblancos (3-2) cuando Herrera, que reaparecía, y en un intento de cesión a su portero, propicia el tanto del empate visitante: golpeó el balón hacia su portero, pero éste quedó frenado en un charco en tierra de nadie, y eso lo aprovechó La Saeta para igualar el tanteador.

Poco a poco, y tras la llegada de Martín, procedente del Barcelona, más la presencia de Cobo, la defensa atlética comienza a asentarse. Además, Herrera se siente más seguro. No tarda en adaptarse al fútbol español. Su planta, su rapidez, sus músculos, su fuerza… le convierten en un baluarte. Se muestra serio, expeditivo, contundente, con un espléndido juego de cabeza, con precisión en sus pases y con una soberana virtud: se cruzaba perfectamente ante la internada del rival. Poco a poco fue ganándose adeptos que le bautizaron con el apodo de El Tijeras, debido a su gran elegancia al frenar el avance contrario, o cortando haciendo alardes en la entrada o en el salto. A esas cualidades físicas había que unirle su seriedad tanto dentro como fuera del terreno de juego y su profesionalismo a ultranza. Sin embargo, no era todo un sansón. Tenía su debilidad: sufrió numerosas lesiones a causa de rotura de fibras, principalmente. Su explosividad le llevaba a padecer frecuentemente este tipo de lesión.

Pero no acabarían ahí sus problemas. En 1954, la directiva rojiblanca decidió cambiar al entrenador. Jacinto Quincoces, exjugador del Alavés y del Real Madrid, se haría cargo del banquillo rojiblanco. El nuevo técnico cuenta con una plantilla numerosa (35 jugadores) y apuesta por lo cómodo y lo fácil: con él jugarán los conocidos, los de renombre, aunque estén poco motivados o fuera de forma. Herrera sólo jugará un partido, frente al Valencia y que acabaría (4-4). Apenas disputaría dos encuentros más ese año, pero todo volvería a la normalidad en 1955. Con Antonio Barrios como nuevo entrenador, Herrera vuelve a la titularidad. Es su mejor etapa como jugador rojiblanco. Tras la debacle de la campaña anterior, el club madrileño da la baja a 25 jugadores, se refuerza con los cedidos que regresan, caso de Peiró y Antonio Collar, y con nuevas incorporaciones. El arranque de los de Barrios es descomunal: se gana en casa al Hércules (9-0), Alavés (8-1), Sevilla (4-1), Leonesa (6-1), Murcia (4-0), pero fuera es otro cantar. Aún así, no se pasan problemas en la Liga. Y en la Copa se llega hasta la final, donde caen ante el Athletic. Sin embargo, su figura comienza a decaer debido a las lesiones, cada vez más continuas. Desde la temporada 1956-57 hasta la 1958-59 jugará 33 encuentros de Liga, siendo apenas tres en la última campaña. Aun así, tuvo tiempo de jugar una vez con la Selección española. Fue en Chamartín, en marzo de 1957, en un encuentro clasificatorio para el Mundial de Suecia- 58 ante Suiza. Ese día integró el once con Ramallets; Orúe, Canito, Maguregui, Garay, Miguel, Kubala, Di Stéfano, Luis Suárez y Gento. La crème de la crème en aquellos años. Sin embargo, españoles y helvéticos empataron (2-2), con lo que las aspiraciones españolas se cortaron de raíz y aquello se tradujo en innumerables críticas. E incluso ganó en el estadio de su gran rival, el Real Madrid (0-2), lo que motivó una gran burla por parte de los aficionados colchoneros, ya que por entonces la compañía Telefónica anunciaba un nuevo servicio de información marcando únicamente el 02 y que era atendido por chicas jóvenes. Las chicas del 02 fue el chiste de la época. En total, Herrera disputó 74 partidos de Liga y 14 de Copa con la elástica rojiblanca.

Pero acabada la carrera futbolística comenzó la de entrenador. Herrera repartió su vida en los banquillos entre España e Italia. En España empezó entrenando al Rayo Vallecano, donde compatibilizó la función de jugador-entrenador. Una vez retirado ya de los terrenos de juego, se asentó en Tenerife, donde comenzaría su carrera en el banquillo en 1960. Poco a poco fue ganándose el apodo de El sargento de hierro o HH2, debido a su gran temperamento y disciplina. Con el conjunto chicharrero logró el ascenso en la temporada 1960-61. Continuó con otro ascenso-milagro. Esta vez con el Valladolid, en la temporada 1961-62, al que siguió otro con el Español en la campaña 1962- 63. Precisamente, con estos dos últimos equipos le sucedió una cosa curiosa: antes de finalizar la temporada 1961-62 firmó como nuevo técnico del conjunto blanquiazul, que militaba en Primera. Lo curioso es que se tuvo que enfrentar con el cuadro pucelano a su nuevo equipo en la promoción de ascenso. Le venció, es decir, les mandó a Segunda, y al año siguiente logró un nuevo ascenso a Primera. Su gran éxito lo conseguiría en la temporada 1963-1964, siendo entrenador del Elche: acabó la Liga en quinta posición, llegando a liderar la tabla clasificatoria en algunas jornadas.

Su buen trabajo hizo que otros equipos pusiesen sus ojos en él. Por aquel entonces, el Inter de Helenio Herrera era el club que dominaba el Scudetto en Italia. La directiva de la Juventus se fijó en él, en su trabajo y en sus méritos y le hizo una oferta irresistible. Buscaban un técnico con ideas nuevas. Herrera aceptó el puesto y fue nombrado entrenador bianconero, comenzando una aventura que acabaría en 1975. En las filas del equipo turinés permanecería desde 1964 hasta 1969, y conquistaría una Coppa de Italia (1965) y un Scudetto (1966-67). Su llegada al cuadro juventino estuvo cargada de cierta tensión entre el nuevo técnico y las estrellas consagradas, debido a las exigencias del primero. Por ejemplo, Herrera pretendía que los delanteros presionasen a los defensas rivales para recuperar cuanto antes el balón. Se encontró con que los jugadores- estrella (Sívori, John Charles) se quejaban ante la directiva: Sólo se preocupa de mantener la portería a cero y nada de nuestra apuesta atacante, afirmaban. El momento álgido fue tras una lesión de Sívori. Herrera declaró a la Prensa que ya no contaba con él. Sívori montó en cólera y arremetió duramente contra el técnico. El duelo acabó con el traspaso de Sívori al Nápoles. A Herrera le salvó ganar la Coppa al Inter. Poco a poco, la plantilla fue amoldándose a sus exigencias, y así llegó el triunfo en el Scudetto, quizá el más dramático en la historia de la Vecchia Signora, y que acabó con Herrera abrazando a sus jugadores uno por uno en las duchas del vestuario mientras él estaba completamente vestido en una imagen poco habitual en aquella época. Pero sus continuos tratos con los jugadores-estrella y, sobre todo, a la hora de configurar las altas y las bajas en las pretemporadas fueron erosionando la relación con la directiva. Todo terminó abruptamente en 1969, tras un encuentro disputado contra la Roma que entrenaba… Helenio Herrera. El partido acabó como el rosario de la aurora: la gente saltó al césped, unos se pegaban con otros, un hincha de la Juve fue detenido por apuntar a los jugadores de la Roma con una pistola, incluso el propio Helenio Herrera fue golpeado por seguidores de la Juve mientras buscaba refugio en el autobús del equipo visitante.

Su salida fue inminente, aunque sigue siendo el segundo entrenador de la historia que más partidos ha dirigido a la Juve (162). En apenas dos semanas encontró cobijo en el Inter de Milán, donde fue recompensado con el segundo contrato más alto del Calcio. Su misión: reverdecer laureles en las filas neroazzurri. Pero le volvió a suceder lo mismo. Por aquel entonces, Herrera se inventó un idioma de signos con los que poder relacionarse con sus jugadores, debido a la cantidad de ruido existente en los estadios.

En uno de sus primeros días como entrenador hizo que los jugadores le rodeasen y les explicó lo que iban a realizar: “Es un ejercicio que se llama ‘Técnica de la Matriz Paralela”, les explicó. Los jugadores se miraban unos a otros incrédulos y decidieron realizar dicho ejercicio a su manera. Herrera paraba cada dos por tres el ejercicio y remarcaba lo que debían de hacer. Los jugadores le ignoraron por completo. Herrera se molestó gravemente y por la tarde reunió a sus jugadores y les dio nuevas órdenes: debían comer ciertos alimentos y nada de fumar. El que no cumpliese las órdenes sería sancionado. Eso enervó aún más a la plantilla. Nadie daba su brazo a torcer, hasta que pidió la venta de Corso, el ojito derecho del presidente Moratti. Éste decidió vender a Luis Suárez a la Sampdoria y quedarse con Corso. Los jugadores ya sabían que Herrera estaría poco tiempo. Al comienzo de su segundo año, y tras perder en el derbi ante el Milán, los interistas quedaron relegados a la penúltima plaza de la tabla. Resultado: fulminado al instante. El Inter ganaría el título de la mano de Giovanni Invernizzi.

Se marchó a la Sampdoria, donde volvería a coincidir con Luis Suárez, y tras una breve estancia en el Atalanta, regresó a España, donde entrenaría a Las Palmas, en dos etapas, al Valencia y de nuevo al Español. En el Valencia coincidió con Johnny Rep, donde su mala relación le costó también el puesto. Abandonó los banquillos en 1982, retirándose a Paraguay, en donde falleció el 26 de julio de 1996, en el Hospital Universitario Nuestra Señora de Asunción. El informe médico señalaba que la causa había sido una “terrible e incurable enfermedad”. Así se ponía punto y final la vida de Heriberto Herrera, el otro HH del fútbol europeo.