NewslettersRegístrateAPP
españaESPAÑAchileCHILEcolombiaCOLOMBIAusaUSAméxicoMÉXICOusa latinoUSA LATINOaméricaAMÉRICA

AS COLOR

De un caudillo implacable en defensa a un ser frágil, sin habla

Ramón Aguirre Suárez fue un gran central del mejor Granada de la historia. Desde hace siete años, una hemiplejía le tiene paralizado el lado derecho.

Actualizado a
De un caudillo implacable en defensa a un ser frágil, sin habla

La vida, de tanto en tanto, sorprende por sus contradicciones. ¿Cómo llega un tipo recio, bravo y con músculos de mimbre como Ramón Alberto Aguirre Suárez a convertirse en un hombre frágil, vulnerable y rehén de medio cuerpo paralizado? ¿En qué momento un traicionero accidente cerebrovascular transformó a un defensa temido por sus patadas y por su vehemencia, en un paciente que se ayuda con un bastón para caminar, que reniega de la silla de ruedas y que entiende todo lo que sucede a su alrededor, pero no tiene la facultad para expresarlo? Cumplidos los 68 años, el exdefensa central del mejor Granada de la historia recibe a AS en su casa en la zona norte de La Plata, la ciudad de las diagonales. Allí, en un apartamento cálido, pero austero, ubicado a pocos metros de la esquina de las calles 39 y 8, el tucumano que supo castigar a Pirri y a Amancio, en los violentos cruces entre madrileños y granadinos de principios de la década del 70, nos recibe con la emoción y la nostalgia de quien se aferra a un pasado que no volverá, pero que vale la pena recordar.

La escena devuelve una imagen diferente a la del futbolista que estuvo un mes preso en la cárcel argentina de Devoto por maltratar a los jugadores del Milán en el partido de vuelta de la Copa Intercontinental de 1969. Del “Animals!” que asustó a los ingleses en Old Trafford queda la leyenda y el respeto que genera su presencia pasiva, humilde y afectuosa del presente.

Lejos quedó el día en el que Aguirre Suárez aterrizó en España a los 25 años como el fichaje más caro de la historia del Granada hasta ese momento. Debutó en un 0-0 contra el Espanyol, el 19 de septiembre de 1971. De acentuada rudeza y muy valiente, fue un pilar del Granada 71-72 que venció en Los Cármenes a todos los grandes del fútbol español. Los artículos de la época recuerdan los duelos entre la dupla Aguirre Suárez-Fernández con los futbolistas del Valencia campeón de Di Stéfano. Con fama bien ganada de jugador leñero y pillo, protagonizó partidos que aún perduran en la memoria por su poca falta de cortesía para tratar a los rivales. Por caso, cuando a la dupla se le sumó el mediocentro uruguayo Montero Castillo, se terminó de confeccionar una frase de Asensi que pintó al equipo de pies a cabeza: “Jugar en Granada es como ir a la guerra”. Y en esa guerra, el general era Aguirre Suárez. El mismo argentino que, sentado en un sillón de una plaza, ahora observa en silencio al enviado de AS y se comunica con gestos: destaca los “sí” o los “no” con énfasis para transmitir sus sentimientos. Sus alegrías. Y sus tristezas.

Una trágica noche de hace siete años, Aguirre Suárez sintió una fuerte descompostura y alcanzó a llamar por teléfono a un médico amigo suyo para que lo asistiera de urgencia. Desde entonces, la vida le cambió por completo producto de un ACV traicionero. Fue un golpe duro. La hemiplejía no le dio tregua: la mitad derecha de su cuerpo quedó dañada. Perdió la capacidad de comunicarse con el habla, debido a una afección aguda en el sistema nervioso central. Y sus hábitos, lógico, también se modificaron. Dejó de ir al café Costa Azul en donde se reunía con sus amigos. E incluso cerró el bar Granada, que tenía en el cruce de las calles 6 y 48. Lúcido y consciente de su estado, ya no asiste a los campos de juego porque no le gusta que aquellos que alguna vez lo admiraron hoy lo vean sentado en una silla de ruedas. De todas formas, nunca está solo: una señora, Gisella, lo ayuda con la limpieza de su apartamento. El club Estudiantes colabora con sus cuidados de la misma manera que los aficionados que lo disfrutaron en sus días de caudillo de las defensas. Y la peña que lleva su nombre lo ayuda con los gastos mensuales, gracias al dinero que se recauda con una comida en su homenaje. Tras el evento, le entregan una porción de dinero por mes (el aporte es fraccionado, así puede administrarse mejor y le dura todo el año). Además, su obra social es la que se ocupa de la cobertura de los análisis clínicos. Ya no toma medicación, aunque una doctora lo revisa periódicamente para supervisar el tratamiento. Su alimentación es normal y puede trasladarse por sus propios medios. De todas formas, cuando desea ir al supermercado o salir a dar una vuelta por el barrio, siempre lo hace acompañado. Despacio, pacientemente, pero con perseverancia.

De las muestras de afecto que recibe a diario, la de la peña creada por los aficionados del ‘Pincha’ ha sido clave en la recuperación. Incluso durante el encuentro con AS, estuvieron presentes tanto el presidente como el secretario de la misma. Ellos le dan sentido y ordenan las imágenes que pasan por la cabeza de Aguirre Suárez, que luce con orgullo una camiseta con un toro dibujado y la inscripción ‘Granada’. “El Negro quiere volver a Granada de visita”, confiesan. Es que allí hizo una gran amistad con el presidente en su época de futbolista, con quien se asoció en una fábrica de aceite. Y durante unos años siguió yendo a España cada seis meses. En Granada, además, nacieron sus hijas Cecilia y Leticia (además tuvo tres hijos varones). Y quedó tan marcado por el club que también mantuvo el contacto con su excompañero Montero Castillo. Nunca olvidó su marcha.

Al finalizar la temporada 1973- 74, Aguirre no fue renovado y se quedó con la carta de libertad. Continuó un año más en España, en el Salamanca, en dónde sólo jugó tres partidos antes de retornar a la Argentina (se retiró en el club Lanús). Fue incluso entrenador del Granada en un breve espacio temporal. Lo cierto es que al colgar las botas, Aguirre Suárez comenzó a trabajar en la escuela San José de La Plata como profesor y luego como jefe del departamento deportivo de la institución educativa. Gracias a los curas y a los trámites que hizo su peña de fanáticos, pudo jubilarse y asegurarse un ingreso básico. Luego, el destino le dio un cachetazo. Y la salud lo regateó como nunca nadie pudo hacerlo cuando era el amo y señor de la defensa del mejor Granada de la historia.