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Barcelona - Almería | La intrahistoria

Pautasso es algo más que la mano derecha del Tata Martino

Juntos desde el primer día de Martino como técnico. Compartieron vestuario y dos vueltas olímpicas en el Newell’s de mediados y fines de la década de los 80.

Actualizado a
MÁS QUE SOCIOS. Martino y Pautasso, con la libreta, en un entrenamiento del Barcelona.
Fernando Zueras

Gerardo Martino edificó su carrera de entrenador junto a su amigo Jorge Remigio Pautasso, con quién compartió vestuario y dos vueltas olímpicas en el Newell’s de mediados y fines de la década de los 80. Tata era el GPS del equipo, el autor intelectual de cada jugada. Pautasso tenía un rol más vehemente en la defensa pero no por ello menos artesanal. Martino lucía, Pautasso —que tenía mucha clase para jugar— quitaba y marcaba presencia. Hoy, a los 52 años, es mucho más que un Karanka o un Ten Cate. Su opinión no se reduce a ser el brazo derecho del Tata sino la mitad de su cuerpo. A los dos, impregnados por la escuela de Yudica y Bielsa, les interesa la misma filosofía de juego.

Pautasso, que jugó con el Tata hasta el 91, cuando decidió emigrar a Chile (se fue a Antofagasta y Temuco) extendió su carrera hasta los 32 años. Tras un paso breve por Estudiantes de San Luis, colgó las botas en el 94 en el club Central Córdoba de Rosario y volvió a Newell’s un año después como entrenador de canteras.

Sus primeros pasos en un banquillo fueron como míster de la Cuarta División que participaba en los torneos de la Asociación Rosarina de Fútbol. Desde el 96, asumió como conductor de la Séptima, la Octava y la Novena, y su buen trabajo como formador comenzó a trascender las fronteras del club Leproso. Hasta que en el 98 sonó el teléfono de su casa. Era una voz conocida, añorada, la de su amigo Martino, quien le ofreció formar parte de su cuerpo técnico junto a Jorge Theiler, otro ex Newell’s. Así fue que Pautasso aceptó ser su compañero de aventura en su primera experiencia como entrenador y desembarcaron juntos en el club Brown de Arrecifes, que competía en el áspero campeonato de Ascenso en Argentina. Desde entonces, no se separaron más. Estuvieron juntos en Platense, en Instituto de Córdoba, en el mal paso por Colón de Santa Fe, en Libertad y Cerro Porteño, y coquetearon con la gloria al frente de la selección de Paraguay: la llevaron al Mundial de Sudáfrica y llegaron a unos históricos cuartos de final contra la España de Xavi e Iniesta, casualmente. Esa Copa del Mundo les modificó su status de cuerpo técnico y les ubicó en un sitio de privilegio. Pronto entonces llegaría el retorno a Newell’s en el banquillo, el milagro de convertir a un equipo que peleaba el descenso en un campeón exquisito y, posteriormente, la llamada sorpresa del Barça.