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Atlético de Madrid - Real Madrid

El día que fueron hipnotizados Tomás Roncero y Manolete

El reto: convertir al colchonero en merengue y al vikingo en comanche. Nadie mejor para asumir el desafío que el ilusionista Jorge Luengo que triunfó en la Gala AS.

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El día que fueron hipnotizados Tomás Roncero y Manolete
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El experimento era ambicioso. Conseguir que, a través de la hipnosis, Manolete y Roncero cambiaran de equipo y de acera (deportiva, ojo); es decir, hacer del colchonero un merengue y del vikingo un comanche. Nadie mejor para asumir el desafío que el ilusionista Jorge Luengo. En la pasada Gala del AS, Luengo hipnotizó a Marc Márquez para asombro de todos los presentes e inquietud del representante del campeón mundial de MotoGP, Emilio Alzamora. Marc, en principio escéptico, cayó en un profundo sueño mientras el hipnotizador le tendía en el suelo y le hacía sentirse en una playa paradisíaca, pies a remojo, el sol en la cara. Recuperado Márquez para la vida sin bermudas, el ilusionista repitió con algunos voluntarios. Algún espontáneo intentó lo mismo con las chicas de la Selección de waterpolo; sin éxito. Esa noche y las siguientes no se habló de otra cosa.

A partir de aquel impacto se ideó el más difícil todavía: doblegar la voluntad de dos mentes complejas y fascinantes como las de Roncero y Manolete, hombres de firmes convicciones, incluso de una única convicción. Ambos se prestaron al experimento, lo que es condición imprescindible porque nadie puede ser hipnotizado contra su voluntad (salvo que tropiece con Scarlett Johansson o equivalente masculino). La procesión, no obstante, iba por dentro. Mientras se encaminaban a la sesión, Roncero y su contrario trataban de relajar músculos y tensiones.

La rendición no tomó mucho tiempo, varias inspiraciones y unas cuantas palabras mágicas. Quienes dudaban dejaron de hacerlo cuando Luengo provocó el derrumbe de Manolete, cuyo alud puso en peligro la integridad física del hipnotizador. Una caída semejante no se puede fingir, ni siquiera por un actor de la talla de Manuel Esteban (XXXL). Roncero, roble de Carabanchel, fue el siguiente árbol en ser talado. De inmediato, los dos dormían plácidamente sobre una mullida alfombra, desmadejados pero entrañables. Lo mejor estaba por venir.

Luengo persuadió a Manolete de que su equipo era el Madrid y su jugador, Cristiano. Nuestro compañero, tótem del sentimiento atlético, entró en un estado de excitación que volvió a poner en peligro al hipnotizador. Manolo cerró los puños, cantó gol y musitó: “Bien, bien, la Décima…”. Hay psicofonías que dan menos miedo.

Roncero, sin embargo, no sucumbió. El mago quiso ubicarle en el Calderón, pero Tomás se resistió como un vampiro ante una plantación de ajos: “¡No, no, no…!”. Antes de provocarle un colapso, Luengo cambió al Bernabéu: “¡Sí, sí, sí…!.

Una vez despiertos, aunque todavía bajo el influjo de la hipnosis, Manolete agarró una bufanda de Cristiano, se la colocó en el cuello y hasta la besó. Su encantamiento terminó cuando advirtió, horrorizado, que Roncero y él eran seguidores del mismo equipo. Eso era mucho peor que ser madridista bajo hipnosis. Claudicar, vale; pero coincidir, nunca. No hay quien duerma un derbi, ni siquiera el gran Jorge Luengo. Quien no vio el espectáculo puede disfrutarlo en AS.com. El título de la película es Magia blanca.