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ESPAÑA 2 - URUGUAY 1

Samba española en Recife

Absoluta superioridad sobre Uruguay maquillada por un gol de Luis Suárez al final. Lección de fútbol en la primera mitad y de control en la segunda. Marcaron Pedro y Soldado.

Actualizado a
Los jugadores de la Selección celebran uno de los goles a Uruguay.
Los jugadores de la Selección celebran uno de los goles a Uruguay.EFE

España, campeona del mundo y de Europa. Ese fue el equipo que se presentó en Brasil, la pechera repleta de galones y la ambición intacta. El toque no ha muerto, ni el hambre, ni el buen gusto. Viven Iniesta y Xavi, renace Cesc, vuelve Casillas. La Selección que nos ha hecho disfrutar tanto, esta noche, durante largos momentos, nos hizo disfrutar todavía más. Qué exhibición. Qué manera de achicar al campeón de América, cómo pudimos dudar.

Se observó al primer minuto, casi al segundo inicial: España salía a jugar y Uruguay a masticar tornillos. Para evitar los mortales picotazos del campeón del mundo, la selección celeste practicaba un singular concurso de mudanzas. Más que presionar, su objetivo era plantar barreras humanas delante del balón, barreras transportables, muros con ruedas.

España asistió a ese despliegue con la curiosidad del niño que le busca las pilas al tránsformer. Ni un sofoco. Paciencia y toque. Si acaso un agachar la cabeza para indagar entre las patitas del monstruo. Parte del público, la impaciente, abucheó con timidez ese juego horizontal y a capotazos, como si fuera posible otro fútbol sin salir herido. Los uruguayos, gente orgullosa, no sólo te pelean el balón, te discuten el césped, la paz.

A los cuatro minutos ya no protestaba nadie. La razón es que ocurrió algo fascinante. Detrás de esa cortina de acero, a la espalda de ese alambre de espinos, había un jardín con hierba tan mullida que valdría para forrar peluches. Lo comprobó España en cuanto rasgó la cortina. Aquella fue la primera incursión de Jordi Alba, el descubrimiento de la fragilidad de Uruguay.

A los nueve minutos, Cesc disparó al palo. La jugada fue espléndida porque combinó la pausa y la aceleración, el toque y el vértigo. Iniesta, en última instancia, dejó pasar el balón y descabaló la aritmética de la defensa uruguaya.

España era dueña absoluta de cuanto ocurría. Jugaba fácil, con verdadero goce, como si hubiera viajado hasta Brasil en barco y tuviera ganas de estirar las piernas. Tanto era el deseo de balón que la Selección lo robaba con entusiasmo, sin la más mínima crispación, usted perdone, señor manostijeras.

A los 19 minutos Uruguay ya inspiraba cierta compasión y a los 20 marcó Pedro. Lo hizo con la colaboración de Lugano, que desvió su remate, pero nada se le puede reprochar al defensa charrúa: Uruguay por fin tocaba la pelota.

La alegría de España no fue nada en comparación con el drama de su rival, obligado a remontar el partido. Sin embargo, en plena desesperación, halló un camino. Todo partió de una visión, la del árbitro, un japonés de natural bondadoso. Favorecidos por lo esponjoso del juez, Uruguay armó gresca y consiguió que España perdiera el hilo.

El barullo no duró mucho, sin embargo. La Selección retomó el mando y cocinó lento el segundo gol, la invención de un Cesc extraordinario, capaz de detener los relojes hasta divisar el desmarque de Soldado y servirle el gol en bandeja.

Lo de España ya no era buen fútbol, sino espectáculo puro. Primero había sido domador y luego malabarista. El campeón del mundo hacía honor a su estrella y parecía jugar con la medalla que insinúa la uve del pecho. A diferencia de otras ocasiones, no había nada retórico en el fútbol de España, sólo ambición, volver y volver.

La ovación del público brasileño se aceptó como el trofeo invisible que faltaba por conseguir y ya está logrado. El asombro fue sincero cuando Xavi amaestró una pelota que volaba como un globo deshinchado. La estupefacción no fue menor cuando Iniesta burló a media docena de soldados interestelares dentro del área, baile imprescindible para sacar un disparo cruzado.

 En los instantes finales, Luis Suárez marcó un golazo que le conserva el precio en el mercado veraniego. Su tiro directo fue impecable, y vale tanto para rescatar el honor charrúa como para conceder más mérito a la exhibición de La Roja, que pasen otros ahora a pegarse con Uruguay, campeona de América, pequeño continente al oeste de España.