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BORUSSIA 1 - BAYERN 2

Robben da la Quinta al Bayern

Un gol del holandés, que había fallado tres mano a mano, en el 88 hizo campeones a los de Múnich. El Borussia fue mejor al comienzo, pero se vio arrasado físicamente después.

Actualizado a
Los jugadores del Bayern levantan la Champions.
Getty Images

Se pondrá de moda lo alemán. Qué bien. Juegan así, como lo hicieron en esta final. Siempre mirando hacia la portería contraria, sin presionar al árbitro, con una tensión bien entendida y controlada. El fútbol también puede ser esto: sonrisas grandes y blancas de un señor mayor y de un tío joven. Y como vencer sólo lo puede hacer uno, la final se la llevó el que falló menos y el que acabó más fuerte.

El derbi alemán tuvo un portero enorme, un holandés que había sido errante y el final espectacular de la carrera de un entrenador que ha ganado la Liga de Campeones con dos equipos: Heynckes se despide y quizá ganándolo todo. Seguro que de todo eso, de fútbol, vamos, hablaron los neutrales que se quedaron a ver un encuentro lleno de ocasiones, de pasión, de personalidad. Un partidazo.

Noventa minutos con mayúsculas que se fue escribiendo al ritmo que marcaba primero el Borussia. Los de la cuenca del Ruhr llegaron a Wembley como si fueran en tejanos, como uno de esos alemanes que llegan por casualidad y en una vieja furgoneta Wolkswagen: “Vamos a plantamos en este descampado”, parecían decir. Con camisas a colores y bambas gastadas, barba de varios días y una alegría que contagia, se plantaron en el área del Bayern hasta que, una hora después, ya no pudieron aguantar más, asfixiados.

Los del Bayern son los alemanes que aparcan sus toallas la noche anterior alrededor de una piscina en Mallorca. Esperan que les traten bien porque pagan. Heynckes decidió instalar en Wembley su estilo y su historia: construyendo desde atrás aunque les falte algo de calidad para hacerlo y, en ocasiones, ese sentido de la posición que permite construir superioridades (menos mal, Pep, hay todavía trabajo por hacer y margen de maniobra).

Durante el rato largo que el partido perteneció al Borussia, las ocasiones se sucedieron. Las avispas amarillas robaban balones y se lanzaban con furia y en masa al ataque, valientes, animados, con un ritmo altísimo, contentos de estar en Wembley: un reflejo del rostro habitual de su entrenador. Lewandowski, desde fuera del área y luego tras un giro que dejó atrás a Boateng, creo ocasiones de la nada. A Reus, Bender o Blaszczykowski les falto un centímetro. Pero Robben hizo de Robben: en la primera parte tuvo dos duelos con Weidenfeller que perdió el holandés. Es muy difícil influir en los momentos cumbres, pero también fallar siempre. Menos mal que su suerte cambió más tarde.

Los porteros, por su parte, retrasaron la conclusión del encuentro. Neuer paró con el pie, Weidenfeller hasta con el rostro. La cosa no acabó de definirse hacia el lado de los de Baviera hasta que se partió en dos, lo cual benefició el talento con espacios y la velocidad de Ribery y especialmente Robben que pasó del suplicio a lo sublime. Los dos se inventaron una jugada que acabó Mandzukic. Dante cometió un penalti que dio opciones a su rival con una chiquillada, pero Robben finiquitó el encuentro con un tanto que requirió dos gestos que serán legendarios: un primer toque que superara a Hummels y otro para desviar la dirección del balón, flojito y colocado. Esta final mereció, sin duda, la calidad de ese tanto y ese colofón.