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MANCHESTER UNITED 1 - REAL MADRID 2

Remontada hacia la Décima

Hazaña en Old Trafford, pese a empezar perdiendo. Modric y Cristiano remontaron el partido. El Manchester se quedó con diez de modo injusto.

Actualizado a
El Real Madrid ya está en cuartos
El Real Madrid ya está en cuartosJesús Aguilera

Había mucha gloria en juego, además de un pase a cuartos de final. Había leyenda y honor. También respeto. El Real Madrid ganó en Old Trafford y cumplió con la misión de los equipos que quieren ser campeones sin importar el camino. Fue mejor, y no hubiera necesitado al árbitro para demostrarlo, aunque el árbitro ayudó y acortó los plazos del sufrimiento. Creo ser justo si digo que el Manchester ganó cuanto pudo: la primera mitad y el inicio de la segunda. Marcó un gol, fabricó una esperanza y cayó con la dignidad intacta, porfiando en el área enemiga. Sin embargo, el Madrid es más. Es un equipo enorme, gigantesco, con la única amenaza de su paz interior.

Anoche debió superar no pocos problemas. El primero, táctico. La primera revelación fue que el plan de Ferguson funcionaba mejor que el de Mourinho. Durante la primera parte, el juego se desarrolló cómo prefería el Manchester. La consigna del United era clara: evitar las contras del Madrid, como fuera. Para ello, la defensa inglesa se retrasó hasta casi la frontal del área, reduciendo al máximo los espacios a la espalda de los centrales. El trámite del mediocampo se redujo a lo esencial y en esa zona no se arriesgó un balón, so pena de cárcel. De Gea, habilitado como último zaguero, colaboró no pocas veces para aliviar la presión y lanzar a los delanteros. Muy inglés todo.

La inclusión de Nani, un galgo, en lugar de Rooney, un jabalí, cobró rápidamente sentido. Ferguson no sólo quería abortar las contras del Madrid, sino que pretendía potenciar las propias. El plan era atacar a su ilustre visitante con sus mismas armas, entregarle balón y posesión a cambio de efectividad y pólvora. La idea del viejo Fergie era retorcidamente cruel: convertir al Madrid en el Barça. Que se ahogara con la pelota.

Quien imaginó que el Manchester tendría algún pudor en encerrarse en su campo se equivocaba. No lo tuvo. Se replegó y se estiró como la tripulación de un velero, según el viento dictaba. El equipo se creció al tiempo que al Madrid le costaba entender lo que estaba ocurriendo, como si estuviera jugando delante de un espejo.

Con todo, la primera ocasión fue para el visitante. A Higuaín se le hizo un claro en pleno asedio de sabuesos y el argentino disparó fuera, peor de lo deseado. Ocurrió de vez en cuando: el más mínimo desajuste en la defensa del Manchester propiciaba una ocasión. Y lo que es todavía más importante, recordaba al mundo, Old Trafford incluido, quién era mejor equipo sobre el campo.

Dirigido por la esplendorosa madurez de Giggs, el Manchester fue caminando sobre el mejor sus sueños: Vidic cabeceó al palo a la salida de un córner, Van Persie dobló las manos de Diego López y en la misma jugada Welbeck probó sus reflejos.

El gol del Manchester, al inicio de la segunda parte y en el fondo que coronó rey a Denis Law (Stretford End), fue la confirmación de los peores presagios. Al agobio de los ingleses se sumó la mala suerte: Varane falló en el despeje y Sergio Ramos desvió a la red un centro de Nani. Quedaban 43 minutos de infierno.

Sin embargo, el equipo de Mourinho no reaccionó con pesadumbre, sino con furia. Le favoreció, sin duda, la expulsión de Nani, pero lo cierto es que el asedio ya estaba lanzado cuando el árbitro condenó sin motivo al extremo del Manchester (no hubo agresión, si acaso juego peligroso). Luego, naturalmente, resultó más fácil. La conmoción del United fue tanta que se encogió como si en lugar de un futbolista le faltaran tres. Ferguson hubiera necesitado un tiempo muerto, o un muerto de cualquier tipo, una ambulancia o una fábrica de abanicos. Mourinho, en ese instante, dio entrada a Modric por Arbeloa. Fue entonces cuando el croata amortizó gran parte de su fichaje; la totalidad en caso de que caiga la Champions. Su derechazo fue sencillamente perfecto, tan preciso que golpeó en el palo antes de inflar la red, el tiro que sueñas cuando juegas con balones de Nívea.

Todo Manchester, equipo y municipio, supo que había llegado el final. La confirmación llegó tres minutos después, cuando Higuaín se propuso cerrar la faena y braceó hasta que alguien le entendió el plan, primero Modric, luego Özil, de tacón, y después Cristiano, en el horizonte del segundo palo. Mientras el madridismo formaba una melé con sucursales en medio mundo, Cristiano pedía perdón por el gol y quizá por el partido, demasiado amor en las gradas.

No estaba todo hecho, aunque pudiera parecerlo. Old Trafford, estadio de gran corazón, admitió un nuevo héroe: Diego López. El arreón final del United, ya con Rooney sobre el campo, tropezó con él de manera reiterada y persistente: paradas a bocajarro, despejes a pecho descubierto, más brazos que un pulpo y, en general, la sensación de que nadie (de rojo) le hubiera podido batir anoche.

Mourinho se marchó minutos antes de la conclusión, no sin antes despedirse de Ferguson. Ese paseo hacia el vestuario le llenó de razón y de respetos, tanto que creímos que emularía al General McArthur y gritaría “¡volveré!”. Pero no lo hizo. La Décima está demasiado cerca como para distraerse con el futuro. Quien todavía tenga dudas sobre las opciones del Madrid en la Champions no tendrá que comprarse una bola de cristal; bastará con que pregunte a Old Trafford.