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Real Madrid 4 - Getafe 0

Mañanitas de Cristiano Ronaldo

Hat-trick del crack portugués. Sergio Ramos abrió el marcador en una jugada con falta de Carvalho al portero rival. El Getafe resistió en la primera parte y se hundió luego.

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Ramos marcó el primero (52') y Moyá protestó porque consideró que Carvalho le hizo falta. En 20 minutos el Madrid consiguió los cuatro tantos.
Ramos marcó el primero (52') y Moyá protestó porque consideró que Carvalho le hizo falta. En 20 minutos el Madrid consiguió los cuatro tantos.DIARIO AS

No fue tan fácil, aunque ahora parezca una broma decirlo. El último sabor de boca lo condiciona todo, los cuatro goles indican una avalancha y el resumen televisivo incidirá en esa misma idea: pudieron ser media docena. Sin embargo, el partido, antes de que se impusiera el talento, necesitó de la persistencia. Luego, una vez abierta la puerta, entró el viento, la diversión, la alegría y el optimismo. Los goles. Todo es posible. Hasta encadenar un bostezo con un grito emocionado. Hasta impulsarse en la desgracia y apretarse la coraza con los tornillos de Casillas.

El hat-trick de Cristiano le convirtió en protagonista, en compañía de Özil, con el que siempre conviene tener paciencia. Esa pareja es incontrolable. Tal vez exista antídoto para ellos durante media hora, o poco más. Pero siempre acaban escapando. No hay prisión que los retenga ni lúgubre calabozo que los condene. Pregunten al Getafe; Lopo y Alexis todavía inspeccionan sus celdas en busca del túnel.

Por influencia de la matiné dominguera, la primera parte nos dejó un partido de ojos pegados y legañosos. Muy bien el Getafe y muy parado el Madrid, descolocado por el orden del rival o tal vez distraído ante la inminencia del Barça. Es como si el equipo necesitara motivos y ayer no encontrara ninguno.

Al poco tiempo ni la portería madridista nos servía ya de aliciente. A los tres minutos, Adán salió a los pies de Diego Castro y le arrebató la pelota con total seguridad. Esa primera intervención tenía un carácter simbólico: habíamos llegado a pensar que sin Casillas la portería del Madrid sería una procesión de gatos negros.

Sin presión y sin sofocos, el Getafe se acomodó al partido y hasta pareció que disfrutaba. No sólo se manejaba con una disciplina militar, sino que avanzaba con determinación. Su problema, como el de tantos modestos, se localizaba en los últimos metros. Entonces, le faltaba el asesino, el profesional, el tipo que vale millones.

En choques tan congelados, quien sale victorioso de un regate provoca una revolución anarquista. Con eso (poco) nos conformamos en la primera mitad, cerrada sin más protagonista que Moyá.

Tándem. De vuelta del descanso, Khedira entró por Albiol. El cambio pretendía dar vigor a un centro del campo improductivo. El tándem Essien-Modric es una suma sin media aritmética: o se pierde en el primitivismo del primero o en la levedad del segundo. Ambos son futbolistas de complemento.

El Madrid mejoró en la misma medida que se achicó el Getafe. Es posible llegar al Bernabéu y ganar la batalla táctica; sin embargo, hay muy pocos equipos capaces de resistir la pelea física. Lo triste, para Moyá, es que el derrumbe careció de gloria. Después de una doble parada extraordinaria, a Khedira y Coentrao, el gol del Madrid llegó en una acción repleta de errores, también del árbitro: entre rebotes y escaramuzas, Carvalho hizo falta al portero y favoreció a Ramos.

Hasta ahí llegó el Getafe. Y en ese instante despertó el Madrid. Se abrieron espacios, Özil los ocupó y el equipo se desplegó como un mapa. Cristiano marcó el segundo con un zurdazo cruzado. En el tercero cabeceó un pase de Di María: la ferocidad a la hora de atacar la pelota y la plasticidad del golpeo le definen. El aguacero era constante. Lopo empujó a Modric y Cristiano completó el hat-trick con un lanzamiento de penalti. Con ese botín, y con la rendida ovación de público, se marchó del campo en el 72'.

Aunque el Getafe lo intentó, es imposible jugar al fútbol con pesadumbre. Disfrutó de alguna ocasión, pero no marcó y al final sólo le quedó la nostalgia de su primera parte y la pena de que los partidos, malditos, tengan dos.