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Manchester City 1 - Real Madrid 1

En octavos, pese al árbitro

El Madrid lo bordó en la primera parte y pudo golear. Después se tropezó con un tendencioso colegiado italiano. Agüero convirtió el penalti que se inventó.

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CRISTIANO:
 EL ENEMIGO DEL ETIHAD. Cristiano fue el enemigo número uno de la afición del City. Ayer no le perdonaron su pasado como jugador del United y cada vez que tocó el balón fue abucheado. El portugués estuvo cerca de marcar su segundo gol en el Etihad, pero Nastasic sacó en la línea el balón.
CRISTIANO: EL ENEMIGO DEL ETIHAD. Cristiano fue el enemigo número uno de la afición del City. Ayer no le perdonaron su pasado como jugador del United y cada vez que tocó el balón fue abucheado. El portugués estuvo cerca de marcar su segundo gol en el Etihad, pero Nastasic sacó en la línea el balón.

Hay dos posibilidades para explicar la actuación del árbitro italiano Gianluca Rocchi: o tuvo como ídolo infantil a Roberto Mancini o es simplemente malo. Tampoco se descarta la cruel combinación de ambas desgracias. Su actuación se acompañó ayer del desahogo de los arbitrajes más oscuros y tendenciosos. Rocchi pitó obstinadamente en perjuicio del Real Madrid, contra el que permitió todo tipo de artimañas, intercepciones y llaves de judo. No satisfecho, se inventó un penalti que valió el empate del anfitrión y como consecuencia de la misma ficción expulsó a Arbeloa. Sus acercamientos fueron, sin duda, los más peligrosos del Manchester City.

Por fortuna, el partido era de la fase de grupos y se afrontaba con ventaja; también desde una superioridad técnica, física y hasta moral, visto lo visto. En otras circunstancias el daño habría sido grave y el escándalo mayúsculo. La clasificación para octavos (en segunda posición, porque el Borussia ganó en Amsterdam) hará que se olvide el episodio, del mismo modo que el Manchester de Mancini sólo quedará registrado en las mentes que lo sufrieron.

Facilidades. La primera mitad del City, la que nació de la mente de su técnico, fue una aberración postural. Mancini es lo más parecido a un agente doble que existe en la vida civil. Sólo así se entiende su ocurrencia de cambiar la fisonomía de su equipo con motivo de la visita del Madrid, su experimento sin gaseosa. Alineó de inicio a cinco defensas y colocó a Zabaleta sobre Cristiano; sentó a Tévez, que había hecho doblete en el partido anterior, y dio entrada a Dzeko. El resultado fue indiscutiblemente catastrófico. La confusión se apoderó del City y su retaguardia, de natural ruinosa, tendió alfombras rojas a los ataques de su adversario.

A los nueve minutos ya había marcado Benzema, que colgó monigotes en la espalda de la defensa. Di María le buscó desde la derecha y el francés remató en las barbas de Hart, que es un portero del que deberíamos apiadarnos. Con un mínimo de acierto, el Madrid habría conseguido tres goles más en la primera media hora.

Khedira disfrutó de varias de esas oportunidades porque observó que al fondo había sitio, que aquella gente era amable y le invitaba a pasar. Primero chutó fuera un servicio de Cristiano, después cabeceó alto otro similar y, por último, rajó la defensa contraria por la frontal hasta encarar al portero; su fallo en el remate se perdona por la falta de costumbre: en lugar de picar el balón, cavó un hoyo.

Aquello era como asaltar a un niño con cosquillas. El City sufría en estático, en movimiento y en ataque. Le dolían los robos, las triangulaciones y la artritis. Kolarov sacó entre palos un globo de Cristiano que ya había superado al portero y el Madrid sintió que la noche era una fiesta.

Tal es el poder maléfico de un mal entrenador que, a excepción de Silva y Agüero, los futbolistas del Manchester daban la impresión de ser viejos o torpes, cuando no las dos cosas al mismo tiempo. Touré Yaya, que en el Santiago Bernabéu nos pareció un coloso, se movió ayer con la misma aparatosidad y lumbalgia que Bill Cosby; Dzeko no se distinguía de un poste del telégrafo y Maicon era una sombra de la sombra que ya es.

Alianza. Bastó una leve rectificación tras el descanso (Javi García por Kolarov) para que el City ganara vuelo. En fiel compañía del árbitro, el equipo local dominó por primera vez el partido, sostenido por el orgullo de Agüero y Silva. De las contras del Madrid se encargó el florentino Rocchi, quizá hincha de la Fiore cuando Mancini entrenaba al equipo; nunca nos libramos de los amores de juventud.

Del penalti, qué decir. Agüero se dejó caer al oler la colonia de Arbeloa y el árbitro marcó su gol, transformado luego por el Kun. El defensa, también expulsado, sufrió una de esas afrentas que sólo recogen los tebeos de Mortadelo, ediciones mundialistas.

Tévez mejoró al City y Milner, cuando ya era demasiado tarde, lo mejoró algo más. Esa sensación nos quedó: mientras el árbitro agarraba al Madrid, Mancini agarraba a los suyos. Allí se queden todos. Los grupos los juega cualquiera; los octavos, no.

El crack

Cristiano. Su preciosa vaselina a Hart la sacó Nastasic en línea de gol. Dejó en evidencia a Maicon y Kompany.

¡Vaya día!

Rocchi. Desastroso, desesperó al Madrid, a Mou y se sacó de la manga el penalti de Arbeloa que supuso el 1-1.

El dandy

Silva. El único con ideas frescas en el City. Puso en aprietos a Ramos y se movió como pez en el agua entre líneas.

El duro

Zabaleta. En el 57’ vio la amarilla por una patada por detrás a Di María. Se jugó la segunda con dos entradas más.