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Real Madrid 5 - Athletic 1

El Madrid en estado puro

Recital de pegada ante un Athletic sin uñas. Benzema: diana, asistencia y magia. Buen partido de Cristiano, incluso sin gol. Khedira volvió y marcó.

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IMPERIAL. Ramos marcó el 2-0 para el Real Madrid en el minuto 29. El de Camas cabeceó una falta que sacó Özil. Precisamente fue al alemán al que le dedicó el tanto.
IMPERIAL. Ramos marcó el 2-0 para el Real Madrid en el minuto 29. El de Camas cabeceó una falta que sacó Özil. Precisamente fue al alemán al que le dedicó el tanto.

La pasada temporada, el Athletic era un equipo enamorado, arrebatado, soñador y feliz. Ahora parece llevar veinte años de aburrido matrimonio. Le ocurre igual a Bielsa. Ha pasado de ser un druida con chándal a un señor en pijama que se pasea por la banda, mascullando no sé qué cosas. Ya no hay misterio, ni encanto. Y, sobre todo, y lo que es peor, ya no hay ilusión. El Athletic es un equipo atacado por un desengaño tan profundo que no lo justifican sólo dos finales perdidas. Lo otro no es culpa del entrenador actual: octava visita con derrota en el Bernabéu, otras tantas en el Camp Nou.

La presentación del Athletic en el partido nos recordó al Athletic de la pasada temporada, aquel equipo que combinaba el toque del Barcelona con la verticalidad del Madrid, el pasmo de Old Trafford. Entonces existía un propósito común y una fe ciega en los designios del técnico. Ayer el impulso duró diez minutos, quizá algo menos. Fueron momentos de presión valiente y de juego fluido, de ataque en oleadas y de nostalgia en vena, qué tiempos aquellos, cuando éramos jóvenes, seis meses atrás.

Cumplido ese breve tramo, marcó el Madrid. Movido por algún influjo autodestructivo, Aurtenetxe le arrebató el balón a Benzema de la punta de la bota e hizo lo que soñaba el francés, picar el balón sobre Iraizoz. El gol cayó sobre el Athletic como un gancho de Maravilla Martínez, hasta el punto de no quedar ni rastro en el horizonte del buen adversario de un minuto antes. Descansaba en la lona.

Nada empequeñece tanto como la pérdida de la confianza y nada engrandece más que la seguridad en uno mismo. Qué bien lo sabe el Madrid. Al abrigo del Santiago Bernabéu no hay contratiempo que le parezca demasiado preocupante, ni entregar el campo, ni perder el balón, ni sestear un rato. La certeza de que le basta una sacudida para recuperar cualquier distancia convierte al equipo en indestructible por tierra, mar y psique.

Cristiano representa como nadie esa fuerza que es física pero también mental. Siempre le late algo, el corazón o el ojo. Pese a marcharse sin gol, su partido valió mucho más que otros con muesca: chutó y centró, buscó y ayudó. El cariño se gana, no se pide.

Sergio Ramos marcó el segundo de cabeza tras asistencia de Özil y luego pudo repetir gol surgiendo como el centrocampista que es y casi nadie quiere ver. Malditos prejuicios. Cuando era lateral decían que se distraía de central; ahora que es el mejor central del mundo (junto a Pepe) toca ver si se distraerá también en el mediocampo.

A partir de aquí, el partido perteneció por completo a Benzema. Ni Aurtenetxe pudo seguirle. El tercero lo marcó mientras mordía un clavel: sin tocar a San José, lo movió como si bailara un tango. Al final, y sin mirar la portería, coló la pelota en un flanco inalcanzable.

Pegada. Ibai acortó distancias, pero aquello era menos que un espejismo. El Madrid se divertía con espacios y Modric más que nadie. El cuarto tanto fue un regalo de Benzema a Özil, que abandonó el estado gaseoso. El quinto lo marcó Khedira nada más ingresar. Golear sin esfuerzo. Lo que nadie había logrado, lo ha patentado el Madrid.