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Liga BBVA | Real Zaragoza 2 - Racing 1

Lafita alinea los planetas

Su gol tumbó al Racing tras mucho sufrimiento. Y, a continuación, cayeron el Granada y el Villarreal. Christian hizo el 0-1 y empató Postiga. Delirio final.

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<b>ALEGRÍA. </b>Lafita, sin la camiseta del Real Zaragoza, celebra el gol del triunfo  con la afición.
ALEGRÍA. Lafita, sin la camiseta del Real Zaragoza, celebra el gol del triunfo con la afición.

Lafita, el último mohicano aragonés, hizo el gol que pone al Real Zaragoza frente a la zarza ardiente de su salvación: el milagro se hizo carne en el minuto 79', con un remate limpio, recto a gol, dándole la dirección de la última esperanza a un balón que había quedado sin dueño en el área. Uno de los varios que tuvo el Zaragoza en el último cuarto de hora. Todos los que le costó tantísimo encontrar a lo largo de un encuentro que le exigió un agotador ejercicio de administración de la angustia. La noche le vino de espaldas, desde el gol de arranque del Racing a los resultados del Villarreal y el Granada. Y, sin embargo, tras el tanto ganador de Lafita, todo se ordenó en su favor: el Madrid volteó Los Cármenes y el Valencia derribó la resistencia del Villarreal. El Zaragoza viajará a Getafe, en el último giro de su increíble trayectoria, dependiendo de sí mismo. Si gana, estará salvado.

Fue duro, largo, difícil. Al Racing todo le venía bien. Armado atrás, enseguida supo que tras la primera línea de presión del Zaragoza -enérgica, pero también algo descuidada- había mucho territorio que explorar. Esa tramposa característica del encuentro quedó aún más acentuada cuando Jairo templó sobre el área una pelota de vuelo muy tibio, con querencia al segundo palo. Era una falta, lejana pero cargada con el veneno habitual para un equipo de patológica inseguridad como el Zaragoza. Christian entró como un ciclón y Álvarez le perdió la marca: el remate le quedó limpio, cruzado por arriba, a gol. Sólo era el minuto 11.

El Zaragoza, por fortuna para su sistema nervioso, respondió al instante, cuando Hélder Postiga cabeceó en el segundo palo un balón cruzado de un costado al otro por Pablo Álvarez. El choque estaba igualado, tras depositar sobre La Romareda la sombra de una duda que, en el entusiasmo construido durante los últimos días, casi nadie preveía. El Zaragoza, acostumbrado al vértigo, a jugar a ritmo de corneta, tenía que lidiar con un encuentro largo y de ritmo premioso, que le exigía no sólo deseo, el combustible que ha alimentado su trabajoso fútbol de estos meses, sino un estricto control de la ansiedad, inteligencia, calma, comprensión de las necesidades de la noche.

El Racing salió a no dar un paso adelante de más ni un pase atrás de menos. Ese modelo geoestratégico constituía otra dificultad para el equipo aragonés, obligado a abanicar la pelota de lado a lado, a amasar la jugada, a aguardar la apertura de espacios en la tupida malla rival. No le importó perder metros para no extraviar la posesión. Pero a menudo dio síntomas de sentirse muy extraño en ese papel. Mario le había sacado un remate franco desde la frontal a Pintér, a la vuelta de un rechace. A esos callejones secundarios parecía abocado el Zaragoza. Y podía ser peor. En el descanso, los resultados del Granada y el Villarreal apretaban el nudo en la garganta del zaragocismo. Y del equipo, amenazado por un denso aire de frustración. Además al inicio del segundo tiempo hubo un par de sobresaltos: Diop se escapó libre directo al gol y Da Silva apenas logró contenerlo cuando ya entraba al área. Un momento después Roberto hizo memoria de sus días de superhéroe con un vuelo divino a un remate de Bedia. Fue el último acto de resistencia del Racing antes del largo prefacio hasta la victoria.

Porque, pese a la creciente confusión en ataque, la contumacia de Postiga (estupendo en tantos otros aspectos) en el fuera de juego o los dos cabezazos de Lafita al larguero -el segundo, con la puerta abierta de par en par, casi inconcebible-, el equipo de Cervera rindió la pelota y se acomodó atrás como si esperase, con aire de fatalismo, la puntilla del Zaragoza. Sin que le sobrara nada, tomando el área al asalto, el Zaragoza le fue dando forma a la certeza del triunfo. Lo agarró, precisamente, Lafita, después de que Postiga errase una chilena. El rebote le quedó franco en el área al aragonés, precisamente a él: puede que, con justicia poética, quien más lo mereciese. Y quien más lo había buscado. Su remate provocó un glorioso efecto dominó. La carambola perfecta.

Explosión con el gol de Cristiano

Tras el gol de Lafita llegó el penalti para el Real Madrid en Granada y La Romareda lo celebró con una explosión de júbilo. Y más todavía cuando Cristiano lo anotó. La remontada blanca deja al Zaragoza dependiente sólo de su victoria en Getafe.