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Liga BBVA | Zaragoza 1 - Granada 0

El Granada se complica la vida

Decidió un gol de Dujmovic. Dani Benítez mandó dos disparos a los postes. La Romareda fue un fortín. El Zaragoza se queda a sólo cinco puntos.

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<b>CASI EL EMPATE. </b>Roberto, en los minutos finales del partido, se estira en busca de una pelota que se estrella en el palo después de un fabuloso libre directo de Dani Benítez.
CASI EL EMPATE. Roberto, en los minutos finales del partido, se estira en busca de una pelota que se estrella en el palo después de un fabuloso libre directo de Dani Benítez.

La Romareda ya se parece a la convención demócrata en los días del alzamiento de Obama: "¡Sí, se puede!", corea el estadio. Algún feligrés avisado aún ensaya la versión original: "Yes, we can, Manolo!", se le oyó gritar a uno cuando el técnico del Zaragoza se dirigía a su asiento de fugitivo sancionado. Jiménez ha empaquetado un equipo jacobino, que ha hecho de la exaltación emocional su estilo de vida. Así le ganó al Granada, como antes al Atlético o al Villarreal. Al conjunto de Abel la tarde le dejó el sabor frustrante de la madera. Dani Benítez estrelló dos veces la pelota en el marco de Roberto. La primera, apenas a los cinco minutos, dio lugar a un dramático vaivén porque, en la jugada siguiente, Dujmovic hizo el golazo que decidiría la tarde.

El croata tuvo un arrebato lírico y embolsó en la red de Julio César un remate imponente de elegancia, borracho de curva del interior del pie. La jugada la había llevado Aranda, otro elemento engañoso. El malagueño produce a la vista esa impresión sofocante de los futbolistas que arrastran los pies, afectados por una mentirosa lentitud. Como si tuvieran que reposar antes de haberse fatigado. Pero los movimientos de Aranda tienen sentido pleno. Después de que el zurdazo anaranjado de Dani Benítez centellease contra el larguero, sin querer meterse dentro por una de esas veleidades de la física, el Zaragoza largó un contraataque y Aranda se llevó a dos rivales al costado, los embromó en su caracoleo y, cuando dio vuelta, dejó un pasecito a Dujmovic. El golpeo del croata resultó inapelable.

Para celebrar el gol, Dujmovic se ahuecó la mano junto al oído, como si le confirmara a la incrédula hinchada: "Sí, lo he metido yo: Dujmovic. Y la quería poner ahí... Así que déjenme oír cómo lo gritan". Y la gente, desde luego, lo gritó con la potencia del susto reciente, añadida a la alegría propia del caso. La onda expansiva afectó al resto del partido: el propio y el ajeno. Alcanzada la cumbre estética, Dujmovic se mutó en coloso infranqueable por delante del medio campo. Y tuvo dos llegadas a la frontal muy nítidas, que no concretaría.

Zuculini. En realidad, el partido resultó tan opaco que se mantuvo en un suspense dramático, como si estuviera siempre a punto de pasar algo. Pero la impresión tenía más que ver con las circunstancias que con el fútbol, escaso de hilazones, sobrado de ataques pendulares sin finalización. Al Granada se le quedó el gesto indefinido de quien no entiende nada. Con razón: esos minutos los tuvo en la mano y el pie furibundo de Dani Benítez. El Zaragoza corría, cerraba, repartía aluminio por las esquinas... En ataque lo orientaba el corpachón de Aranda, excelente en su soledad. Ahora, su naturaleza viene resumida en Zuculini. Fue empezar a correr la pelota y empezar a correr Zuculini. Había un pase atrás, corría Zuculini; venía un pelotazo, corría Zuculini; salía una contra, corría Zuculini; sacaba el meta, corría Zuculini. Pasara lo que pasase, Zuculini corría y corría y corría, como si le hubieran puesto una dinamo en los calcetines y tuviese que alumbrar la ciudad de San Francisco. En su entusiasmo cinético, cuando se encontraba con el balón parecía sospechar que tal vez la línea recta no sea el camino más corto entre dos puntos. Pero, a su manera, hizo un partido irreprochable. Fácilmente puede haber sido el primer hombre de la historia que ha corrido más kilómetros que la propia pelota.

Mientras, el Granada trataba de encontrarse desde el mando de Moisés, luego Abel, y de Mikel Rico. A su fútbol le faltó longitud, tal vez por el enfermizo celo del Zaragoza o porque hubo jugadores principales en sordina: Siqueira apenas asomó su clase por el flanco, tampoco Martins le encontró la música a la tarde; y Geijo acusó la aridez del encuentro en las áreas. Abel acabaría por cambiarlo y acercar a Uche al ataque junto a Franco Jara e Ighalo. La suma de factores distintos dio, sin embargo, idéntico resultado: fue Dani Benítez quien tuvo el partido. Primero erró un control ventajoso en el área, como si alguien le hubiera movido la silla de lugar. Y después largó otra falta colosal, esta vez a media altura, que rechazó el palo. Ighalo no pudo domar el rebote. El gesto de Dani Benítez tras ese segundo palo movía a la conmiseración, pero a esas horas la convención demócrata de La Romareda ya era una furiosa asamblea de majaras que creen en el imposible. Paredes se dejó la clavícula en el intento y Rúben Micael cometió una entrada excesiva y vio la roja en un epílogo, otra vez, de total paroxismo. El Granada empujó hasta el final. El Zaragoza legitimó su victoria con sudor.