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Copa del Rey | Mirandés 2 - Espanyol 1

El Mirandés ya es leyenda

Los goles de Pablo Infante en el 58 y Caneda en el 92 clasifican para semifinales al equipo de Carlos Pouso y provocan la explosión de alegría en Anduva.

Rubén Jiménez
Actualizado a
El Mirandés ya es leyenda

"Y los sueños, sueños son" firmaba Calderón de la Barca. "Y los sueños, sueños siguen siendo" piensan esta noche en Miranda. Su equipo está vivo y en semifinales de la Copa del Rey tras eliminar a un Espanyol inferior que se vio superado por el juego y el corazón de los hombres de Pouso y el ambiente de Anduva.

Pablo Infante es ya el Rey de esta Copa. Un gol y una asistencia, todo ello salido de su pie derecho, que ya es patrimonio del fútbol español, han colocado a su equipo en la historia, igualando a aquel Figueres que también realizara el milagro en 2002. Una victoria, merecida y celebrada por esa España que se identifica con el débil, que coloca en el Olimpo a los héroes de hoy, que mañana ya serán leyendas.

La primera parte fue tensa y, por qué no decirlo, mala. Dominó la tensión por encima del fútbol. El Espanyol no quería imaginar ser eliminado por un Segunda B y el Mirandés no era capaz de amarrar el sueño. Alcanzaba el cielo con la mano, pero se le escurrían las nubes entre los dedos.

Sólo Alain Arroyo, conocedor del campo de batalla, ventaja fundamental para el estratega militar, se convirtió en dueño y señor del área blanquiazul. Tuvo ocasiones en el 7, en el 20, dos consecutivas en los minutos 37 y 39 y la que ponía el punto final a la primera parte, en el 45. Cinco cañonazos que hicieron agua y que no tocaron al barco de Pochettino.

Más de 5.800 espectadores esperaban en Anduva que terminara el descanso. La muchachada que invadía la primera fila del estadio, rodeando el perímetro del césped, esperaba con ilusión lo que le habían prometido. Que su equipo iba a marcar, a ganar y a provocar que sus padres llorasen de alegría.

Pero nada más empezar la segunda parte, Rui Fonte heló la sangre de Miranda. Después de una galopada de Weiss, un balón colgado al área local encontró el pie del portugués. Cuando Mújika ya lo dejaba pasar, Rui Fonte sacó el gancho y empujó, suavemente, el esférico en dirección a las mallas de Nauzet.

Anduva no perdía la esperanza ni el equipo rojillo el buen gusto por el fútbol. Seguía atacando, tocando y llegando al área de Casilla ante un Espanyol pobre que se encerraba atrás. Y la historia recompensa a los valientes. Y la historia recordará a este Mirandés.

Pablo Infante, el Rey de esta Copa, el futbolista más querido del equipo más querido de España en estos instantes, se echó el equipo a la espalda. En el minuto 58 cogió un balón en la frontal, recortaba a su defensa y con un disparo en el que puso más alma que bota igualaba el partido a falta de media hora. La grada estallaba de alegría, las bufandas volaban y los niños tenían esa mirada que sólo tienen la noche de los Reyes Magos.

La última media hora fue un asedio, un cargamento de ocasiones que se quedaban en la noche estrellada de Miranda a la espera de que una fuese la definitiva, la estrella fugaz que concediera a un pequeño pueblo burgalés el deseo de las semifinales de la Copa del Rey. Y esa estrella fugaz pasó por el cielo de Anduva.

Minuto 92. Anduva de pie, con el corazón en la garganta tras un paradón de Casilla a Lambarri que pudo ser definitivo. Falta en la banda izquierda del ataque del Mirandés, todo el equipo rojillo, incluido el portero Nauzet y a excepción de Pablo Infante, que miraba el balón que iba a botar pidiéndole por favor que acabara en las mallas.

El gol ya es eterno en Miranda, la jugada, historia. El pie derecho de Infante colgaba el balón al corazón del área y Caneda, en plancha y con remate hacia atrás perfecto, superaba a Casilla. Anduva, Miranda, Burgos y España entera, contagiada de esa simpatía que irradian los equipos pequeños, gritaban un gol que metía al Mirandés en semifinales.

Todo lo que se escriba sobre la alegría en Anduva es poco comparado con las imágenes, con la invasión de campo, con las caras de los niños y de los no tan niños, de los que llevan una vida esperando que el Mirandés, su equipo, se convierta, aunque sea por una noche, en el equipo más importante de este país.