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Liga BBVA | Real Madrid 4 - Atlético 1

La historia interminable

El Atlético salió como nunca y perdió como siempre. Adrián adelantó a los rojiblancos. El penalti de Courtois y su expulsión, las claves del partido

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La historia interminable

Acosado por mil amenazas, asediado por el rival y por el estadio, el Atlético, en su eterno empeño por sorprendernos, decidió anoche ser el peor enemigo de sí mismo. El balance resulta demoledor. De los cuatro goles que encajó, dos llegaron de penalti y uno lo regaló Godín, también cómplice en el tercero. Y por si los cuatro puñales no hicieran mella suficiente, se acompañaron además de dos expulsiones indiscutibles, justísima la primera y piadosísima la segunda, quién sabe qué otros desastres podría haber causado Godín de seguir en el campo.

Así es y así viene siendo en los últimos doce años. Mientras el Madrid se inventa modos de ganar, el Atlético profundiza en las formas de sufrir. Llegados al derbi, su naturaleza es tan proclive a la tragedia que cuando no es la mala fortuna quien ataca ni el adversario quien golpea, entonces, en ese instante en que debería sentir el viento a favor, el equipo se ve impelido por una pulsión interior muy similar al vértigo que marea y empuja: salta, salta, salta.

Y el joven Courtois saltó. Un muchacho nacido en Bélgica, criado con cereales de primera calidad y sin tiempo para acunar viejos complejos participó de la autodestrucción atlética en los derbis. El caso es digno de estudio y de agua bendita (garrafas mejor que botellas). El maleficio se transmite por esporas o por miradas, flota en el ambiente y se respira profundo. El virus del pesimismo. Eso es lo que visualiza el Atlético aunque Manzano insista en proyectar campos repletos de flores. El problema no es la cartelera, es el ambientador.

Crueldad. En la primera triangulación madridista, en el primer pase entre líneas de Xabi Alonso, el niño Courtois derribó a Benzema en el mano a mano. Roja y penalti. Multa y cárcel. ¿Inocencia? ¿Crueldad? Manzano lo hizo todavía más terrible: para dar entrada a Asenjo, sacrificó a Diego, su futbolista más talentoso. Minuto 23.

El pobre Diego no habrá vivido muchas noches tan aciagas. Para empezar saltó al campo con la misión de tapar a Xabi Alonso. Él, un diez, en el sentido más clásico y brasileño del dorsal, convertido en un centrocampista marcador. Bien, pues a pesar de la degradación táctica, le dio para incomodar a su par y para asistir a Adrián en el gol atlético. Todo eso perdió el visitante cuando Diego se marchó como un niño al que suspenden la prueba en el equipo de la ciudad.

Quien esgrima la razón de que el brasileño ya había visto una tarjeta amarilla (sin merecerlo, por cierto) lo igualará a cualquier futbolista sobre el campo y Diego es todo menos eso: su virtud es la exclusividad, el ingenio, la capacidad para salvar al equipo con un arrebato. No pudo hacerlo desde el banquillo.

Habrán observado que me dejé el gol de Adrián por el camino. No fue por olvido sino por ordenar la importancia de los acontecimientos. El dominio de la situación ejercido por el Atlético en los primeros minutos terminó con el penalti de Courtois, pero culminó antes con el gol de Adrián, un futbolista que ayer se confirmó en plaza grande. La jugada fue fruto de su insistencia y de su talento. Con esa disposición penetró entre la defensa y se apoyó en Diego y Salvio, tan al límite del fuera de juego que si la línea se marcara con llamas se habría quemado las pestañas.

El Atlético disfrutó apenas siete minutos de ese marcador favorable, de los planes que salen. Bien el orden, bien la disposición, mal el Madrid, atascado en su juego. Sin embargo, todo se desmoronó con el empate. Aunque, según escribo, advierto que tampoco es del todo verdad. El Atlético que resultó del empate fue un equipo tan digno como el anterior, con una única diferencia, sólo una: la victoria se convirtió en un objetivo imposible, quimérico. La hazaña, la proeza descomunal, pasó a ser otra: salir vivo de allí.

La inferioridad endureció el juego del Atlético, equivocando la permisividad de Mateu Lahoz con la ceguera de Stevie Wonder. Se afeó el partido y Di María fingió en defensa propia, tanto le arrearon. Con ese panorama de tobillos mordidos, los mejores momentos del Madrid se concentraron en los últimos minutos, cuando Marcelo se atrevió con Perea. Si uno de esos pases no acabó en pase de la muerte fue gracias a Domínguez, fabuloso como parapeto.

El premio del descanso colocó el partido en otra fase, igualmente crítica para el Atlético. El Madrid tenía superioridad física y numérica. Y 45 minutos por delante. Era el Atlético quien debía inventar algo. No lo hizo. Salió a no recibir un gol en los primeros cinco minutos y lo encajó a los tres.

Sentencia. Fue el desenlace lógico de los acontecimientos. Xabi Alonso ya jugaba a placer, experimentando un nuevo tipo de pase en largo que apenas se eleva y peina la raya del césped. Perversiones de treintañero. A sus órdenes, el Madrid tocó y tocó, con más sadismo que paciencia, esperando, simplemente, haciendo guardia.

La liebre saltó (nunca mejor dicho) cuando Cristiano se halló persiguiendo un balón en compañía de Godín. El uruguayo quiso competir primero y agarrarlo después. Sin éxito en ambos casos. El pase lo alcanzó Di María para rematar un balón que tenía su ciencia; otros, muchos, hubieran hecho ensayo.

La duda fue entonces cuánto tardaría Manzano en hacer los cambios. El morbo fue observar a los suplentes, la incomprensible risa de Reyes. Sólo atendiendo a esa burla, quizá compartida, se puede explicar que el entrenador tardara tanto en dar aire al equipo. Malos son, en cualquier caso, los castigos que perjudican a un grupo entero.

Higuaín se ensañó con Godín en el tercer gol madridista. Se fue a presionarle y le robó un balón imperdonable, una bomba que el defensa fue incapaz de desactivar con un patadón, una jugada que le dejó sin cartera y penosamente caído de culo. Es horrible ser cómico cuando se pretende ser feroz. Visto eso, el cuarto gol se comprende mejor: para completar su inmolación, Godín embistió a Higuaín y le hizo penalti. Mateu Lahoz le mostró la roja y le evitó seguir sufriendo.

El Atlético acabó por estropear lo que había sido una presentación excelente. Al final hizo del derbi el partido de siempre, el de la impotencia. El Madrid, mejor que nadie, sabe cuánto le ayudó ayer el rival. Pero hará bien en no comentarlo mucho.