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champions league | barcelona 2 - milán 2

Martes y 13 en el Camp Nou

El Barcelona, como en San Sebastián, no sentenció y se condenó. Pato marcó en el primer minuto y Thiago Silva en el último. En medio lo hicieron Pedro y Villa. Lesión de Iniesta.

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<strong>LESIÓN DE INIESTA.</strong>
LESIÓN DE INIESTA.

El Milán es el campeón de Italia y eso dice más del mal momento del Calcio que de la salud del último que ganó dos Champions seguidas, objetivo ahora del Barcelona. El que Guardiola definió como el "equipo de su generación" es un extraño conglomerado en el que, sin Robinho e Ibrahimovic, los buenos son muy mayores y los jóvenes no son gran cosa, Pato al margen. En Europa le queda el peso de su camiseta y la experiencia que le permite navegar los vientos favorables. Pero lo que fue ahora lo es el Barcelona, el equipo que definió para bien y para mal todo lo que pasó en el Camp Nou.

Porque el Milán pasó de consumado estratega a mezquino conformista y de ahí a tahúr italiano, la vieja estampa. La arruga fue, dejó y volvió a ser bella en noventa minutos extraños. Al Barcelona se le escapó un partido que le allanaba, visto el grupo, el pase a octavos y un buen pedazo del liderato del grupo. Pero sobre todo se le escapó la oportunidad de reivindicarse. Ahora los errores son menos accidente y más síntoma. Como en San Sebastián: un gol por arriba y otro por las lagunas de un eje defensivo improvisado, el pecado de no sentenciar y otra lesión trascendental: todavía sin Piqué, hace tres días Alexis y hoy Iniesta. Empate con gol a los 25 segundos y gol a los 92 minutos. Martes y trece en el Camp Nou.

El Barcelona, durante muchos minutos poco más que vulgar, mereció ganar. Eso admite tan poca discusión como que no fue el equipo que se esperaba tras Anoeta. Ni rabioso, ni revanchista ni alimentado por la brillantina de la Champions. Penó en un arranque pésimo, volteó el partido y amenazó con resucitar en un energético nudo central y bajó revoluciones en los últimos minutos, demasiado pronto. Se le olvidó meter el tercero, como hace tres días, y dejó el partido abierto a los azarosos caprichos del fútbol: como hace tres días. Y se fue del campo perplejo, irritado y con otra lesión muscular que trastoca el eje del equipo, esta vez de Iniesta. Como hace tres días. Al menos, el capitán por fin, volvió Puyol.

Nada fue lo que parecía

El partido fue un baile de disfraces que premió a un Milán jugó de farol y encontró un premio final que apenas buscó tras el gol de Villa. El Barcelona pisó el Camp Nou como dejó Anoeta: espeso, lento y encasquillado en ataque, anémico y disoluto en defensa. La vulgar antítesis de lo que es el Barcelona. En 25 segundos Pato había marcado, visto y no visto, con un autopase de búfalo al páramo que se extendía entre Valdés y sus improvisados y muy poco inspirados centrales: Mascherano y Busquets. Con todo el partido por delante, al Barcelona le costó demasiado conectarse mientras el Milán provocó murmullos con otro par de llegadas peligrosas. Seedorf bailaba claqué y Pato rompía por el centro. La defensa del Barça era un frágil espanto, el sistema de ataque un nudo huesudo y artrítico que chocaba contra un rival que basculaba en dos líneas de cuatro sin entrar a los envites, sin buscar el robo sino el colapso. Sin espacios, sin ritmo y sin fluidez, al Barcelona le sobró toque y le faltó movilidad, abocado una y otra vez a un embudo en el que Nesta se movía con la gloria del viejo guerrero.

Los minutos asentaron al Barcelona. Los minutos y el ejercicio de insistencia de Alves y Messi, primero finas olas y finalmente una pequeña tormenta, suficiente para superar a un rival que no tenía plan B y que se acogotó en su área en cuanto vinieron mal dadas. Messi, sin los hados de cara, puso el despertador y metió al equipo en harina: lanzó una falta al poste, descosió las líneas rivales y peleó el balón que sirvió en bandeja a Pedro para el empate. Hasta el descanso y en el arranque del segundo tiempo, el Barcelona tuvo sus mejores minutos. Villa marcó el segundo con una falta magistral, Abbiati dejó un par de buenas paradas y hubo minutos de dominio absoluto, con Cesc por Iniesta y ya Puyol atrás y Busquets, al fin, en el centro del campo.

Y entonces se le volvió a caer al Barcelona un partido listo para el descabello. Empezó a tocar con menos ritmo, a hacerse largo en el campo y a dejar respirar a un rival que se encontró en un córner un gol que castigó al Barcelona más de lo que le premió a él. El caso es que el Barcelona mereció ganar y no lo hizo, pudo jugar bien y no lo hizo ni con el partido cuesta arriba ni cuesta abajo. Repitió errores y acumula dudas. Pero es el Barcelona y, por supuesto, su crédito va más allá de una extraña noche de martes y trece en el Camp Nou.