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champions league | schalke 0 - manchester united 2

Manchester está a noventa minutos de Wembley

Una actuación colosal de Neuer contuvo la lógica durante más de una hora pero finalmente Giggs y Rooney marcaron los goles de un Manchester terriblemente superior que acaricia la final.

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<strong>TRIUNFO DEL MANCHESTER.</strong>
TRIUNFO DEL MANCHESTER.

Manchester está a poco más de 300 kilómetros, unas 186 millas, de Londres. Pero Old Trafford está, por las cosas del fútbol, a noventa minutos de Wembley. Sólo 90 minutos separan al Manchester United, el viejo y orgulloso bulldog británico, de otra final de la Champions League. De los mismos noventa minutos pende el ¿último? sueño europeo de Raúl, el gran sueño europeo del Schalke 04. Hasta ahí, o eso parece, llegará un equipo de media tabla de la Bundesliga, el que noqueó al Valencia y dejó convertido en un solar al Inter, hasta entonces campeón. La fe no es infinita aunque lo parezca viendo a un Raúl esta vez inédito o a un Neuer imperial. Pero el juicio final, o su antesala, viajaba en las botas de Giggs y Rooney. Porque aunque a veces lo olvidemos el fútbol es de los futbolistas.

Raúl (33 años), Van der Sar (40), Giggs (37), Alex Ferguson (69, veinticinco de ellos al frente del Manchester United): historia viva de la Champions League, historia viva del fútbol europeo. Tipos que parecen sacados, y quizá sea así, de otra época del juego. Tipos duros en el mejor sentido de la palabra, trabajadores esforzados, amantes devotos de su oficio. Tipos brillantes que saben menos de glamour que del olor del césped y los sonidos del vestuario. El partido fue finalmente lo que parecía, un elogio al oficio de futbolista. Por Giggs y por Rooney y antes, durante más de una hora, por otro de esos jugadores que gana, empata o lo intenta, partidos para su equipo: Manuel Neuer. El portero al que batió Puyol en una de nuestras noches más hermosas, el portero que dejará huérfana la portería del Schalke 04 cuando se vaya en verano al Bayern.

Neuer tiene 25 años, el mismo cuarto de siglo que ha visto a Ferguson hacerse Sir en el banquillo del United. Pero sabe que la historia de esos tipos -la de Raúl, Giggs o Van der Sar- está escrita en mármol y habla de noches como esta: salir al campo y trabajar por tu equipo, sudar, agigantarse, ganarse el sueldo. En los guantes de Neuer estuvo la única explicación a que durante una hora el Schalke soñara con llegar con vida a Old Trafford, a que durante sesenta minutos una molesta mosca zumbara en la oreja del Manchester: la sombra de los sucesos paranormales y los guiños del destino. El milagro de Neuer abría la puerta al milagro de cualquier otro (terreno abonado para Raúl) en Old Trafford. Una invitación a otro viaje en la noria europea que murió en la orilla, en absoluto anónima, simplemente aplastada por el sentido común.

Cuestión de lógica

El fútbol es muchas veces caprichoso pero otras muchas, seguramente no las más recordadas, justo y escrupulosamente lógico. El Schalke tiene mucho mérito, el Schalke es mejor equipo con Rangnick y el Schalke ha hecho una Champions League extraordinaria, de sorpresa en sorpresa. Pero es mucho menos que el Manchester y eso pareció en el lujoso Veltins Arena. Y conviene reconocer el mérito a este Manchester cuya plantilla parece cada año un poco peor pero cuya competitividad resulta estremecedora, estimulante. Un miembro de la nobleza al que nunca conviene descartar, un equipo que aún no ha perdido en esta Champions y que no ha encajado ningún gol como visitante. Ya lo saben por si no lo sabían Barcelona o Real Madrid, Real Madrid o Barcelona, salvo milagro improbable, casi imposible, en el Teatro de los Sueños.

Raúl, que nunca ha sido eliminado por el Manchester, pasó de puntillas por el partido igual que todo el armamento ofensivo de un Schalke que se desangró cuando se quedó sin presión y sin balón y que aireó los agujeros colosales de una defensa dirigida por dos tractores como Metzelder y Matip (era baja Hoewedes). El Schalke no tuvo ninguna opción real y vivió de media docena de intervenciones enormes de Neuer, todas en un primer tiempo en el que entre paradas y disparos al limbo al Manchester se le escaparon siete, ocho, quizá más ocasiones claras. Rooney en la media punta, Chicharito en el área y Park en banda se bastaron para descoser a un rival que vivía de un portero infinito, uno de los mejores del mundo bajo palos y en acciones de reflejos. Lo demostró.

La segunda parte empezó con más metralla sobre un Neuer que se rindió finalmente ante el peso de la realidad y el calor de la justicia. Giggs, de oficio futbolista, y Rooney, el jugador con más talento en el campo, embocaron ante un portero que ya no resistió más. Batido él, batido un Schalke que perdió sus reservas de fe y sin ellas no es un equipo ni pensado ni calibrado para manejarse entre la jerarquía continental.

Al final Raúl y Giggs intercambiaron camisetas y respeto mutuo. El fútbol fue una vez de tipos así y parece que lo sigue siendo, por suerte. De oficio futbolistas como Ferguson es de oficio ganador y el Manchester es candidato por escudo y mientras no se demuestre lo contrario. Con plantillas mejores o peores y perspectivas soleadas o lluviosas, el viejo Manchester United asoma al final del camino para Real Madrid o Barcelona, Barcelona o Real Madrid. Porque, salvo milagro alemán, Old Trafford está a sólo noventa minutos de Wembley.