El Atlético se congela, el Calderón arde

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El Atlético se congela, el Calderón arde

El Atlético se congela, el Calderón arde

Piatti, autor de los dos goles almerienses, castigó sobre la hora a un Atlético que no supo controlar el partido después de remontar por medio de Cléber y Forlán, que falló un penalti con empate a cero. Abel no contó de salida con Simao, Ujfalusi o Agüero y el Almería, aunque falló en momentos clave en las dos áreas, encontró premio finalmente ayudado por la defensa adelantada local, otra vez una ruleta rusa.

Parece que no hay penitencia que evite que este pirómano Atlético juegue con fuego hasta quemarse. Parece que hay casos en los que la letra no entra con sangre y en los que no se sabe si el equipo es víctima o causante de la guerra civil que se ha instalado en el Calderón. En un caso o en otro, la realidad del conjunto colchonero es aterradora. Suma dos puntos en Liga y la ecuación equipo/directiva/afición se resquebraja en cada incógnita. Ante el Almería, en el día en el que todo parecía perdonable menos regalar puntos, tampoco hubo perdón. Porque no hay manera y porque cuando la lluvia ha invadido incluso el salón de tu casa, siempre puede haber un rayo que incendie el tejado. En este caso el rayo viajaba en el gesto de Hugo Sánchez, triunfal cuando su equipo empató el partido en el minuto 90. Puede, aunque mal haría, pensar el Atlético en maldiciones, hados y confabulaciones del destino. Pero lo que no puede es decir que no había sido avisado, que no le había visto las orejas al lobo. Pero este equipo parece abocado a que el cuento acabe con el lobo dándose un festín de ovejas. Y colorín colorado.

Antes de la tragicomedia con nueva explosión de la grada con la que terminó el partido, Abel mirando al suelo y Agüero al cielo, el Atlético había mostrado su galería de males y miserias en un partido que más que esencialmente malo fue aterradoramente definitorio de un equipo que ahora marcha sin confianza, sin ángel y con el plan puesto cada vez más en cuarentena; Eso si es que lo hay, extremo que suponemos cada vez con menos energía. El Atlético puso empeño e interés pero se durmió en los minutos finales, se metió en el partido pero no mostró ninguna jerarquía ante un equipo modesto como el Almería. Aireó con desvergüenza los habituales problemas de su suicida planteamiento defensivo y falló con el estoque cuando todo se puso de cara. Y quizá eso sea lo peor, la falta de autoridad y gobierno cuando el marcador por fin sonreía. En vez de puñetazo en la mesa, invitación a un honrado Almería que persistió en su plan y encontró premio con el último aliento.

De una u otra manera, el Atlético se empeña en convertir sus partidos en un tobogán frenético de emociones, incluso este que durante muchos minutos no fue más que la trasposición casi literal del momento y el lugar en el que acontecía. El lugar era un Calderón menos poblado y más frío de la habitual; el momento, un paupérrimo arranque de temporada en el que han bastado un puñado de partidos para poner en solfa las opciones domésticas y europeas del equipo de Abel, al que le habían crecido además los enanos. No sólo recibía a Hugo Sánchez, uno de los archienemigos favoritos en el Manzanares, sino que presentaba una alineación sospechosa por nombres y planteamiento. Entre molestias, rotaciones y Mundial sub 20, el Atlético se presentaba sin Agüero, Asenjo, Simao o Ujfalusi.

Así que el intento de recomponer los penúltimos jirones de prestigio descansaba sobre los hombros de un equipo raro y de apariencia frágil. Con la defensa otra vez adelantada hasta la fórmula de la ruleta rusa y con un centro del campo en el que el toque y la creación se convirtieron en la presumible quimera nuestra de cada día: Assunçao y Cleber en el eje, Jurado tirado a una banda, Maxi abandonado a sus virtudes como finalizador. Cualquiera hubiera apostado ante este panorama por un ejercicio de supervivencia basado en el juego en largo y directo, encomendado a unos santos que viajaban todos en las botas de Forlán.

Con todo la primera parte del Atlético no fue esencialmente mala, siempre y cuando se asuma que este equipo es ramplón y juega al borde de la crisis nerviosa. El aleteo de una mariposa al otro lado del mundo provoca una conjunción homérica de catástrofes naturales a la orilla del Manzanares, y así no hay forma de imponer jerarquía y orden, ni táctico ni espiritual, ni ante el Almería y como local. El interés rojiblanco en la contienda no le llegó para mucho más que jugar de igual a igual, superior sólo a los puntos en algunas fases. Sin control bien entendido y sin inclinar el campo según sus intereses. Durante muchos minutos se encomendó al partido de campo largo, intercambio de pelotazos, cada uno con un plan: el Almería explotar las ventajas que concede el riesgo defensivo que a duras penas gestiona Abel; el Atlético poner el balón cerca del área para buscar a Forlán o a cualquiera que pudiera cazar un remate, aunque sólo fuera porque pasaba por allí.

Las mejores acciones locales llegaron cuando el equipo empujó con un amago de estilo, con los laterales sumando en ataque y Forlán o Sinama descolgándose a las bandas para invertir centros hacia el área. Pero no hubo sustos mortales para Diego Alves y sí remates al limbo de Maxi o fallos en el último pase, en la intención final, en los alrededores del área. Pasado el cuarto de hora el miedo a los gafes invadió el Calderón cuando Forlán falló un penalti. Después marcó el Almería y acto seguido, para restablecer una calma que era más fría distancia que confianza cómplice con la grada, llegó el empate en un remate dentro del área de Cléber, que pareció esta vez un poco más futbolista.

Mientras el Atlético encontraba un héroe tan improbable, el Almería sobrevivió al primer tiempo con cierto orden defensivo y la ambición justa, toda concentrada en las piernas de Crusat, jugador habilidoso y con tendencia a lucir repertorio cuando se cruza el Atlético en su camino. Él, con la ayuda de la defensa adelantada de Abel, se plantó solo ante Roberto en el primer minuto y falló la ocasión de dinamitar el orden inestable de las gradas del Calderón. Y él aprovechó después la invitación de Perea a ocupar su espacio para penetrar como una navaja y poner en bandeja el gol a Piatti. El primer susto, eso sí, duró poco por obra y gracia de Cléber.

Forlán salda su deuda, Piatti vuelve a marcar

Sin Agüero y sin Simao, la felicidad colchonera vivía colgada de Forlán y el guión no permitió que el uruguayo se fuera del partido sin más bagaje que el penalti fallado. Por eso, a los diez minutos de la reanudación, se encontró con un rebote que le dejó en posición franca ante Diego Alves, al que batió por bajo. El Atlético, que había salido de vestuarios parecido, con más voluntad que fútbol y más intención que plan, se encontró con el partido de cara. Un rebote dejó el balón franco a Cléber en el primer gol, otro habilitó a Forlán para el segundo. Pero, en un momento tan delicado, en situación de extrema necesidad y con la visita a Valencia en el horizonte, resultaba más que suficiente para una grada entre voluntariosa y voluntarista.

Pasaron los minutos y el olor a chamusquina creció en el campo y se extendió a las gradas y de ahí al cielo de Madrid. El Atlético no supo controlar el partido, no durmió al Almería ni sentenció y, más que vivir pendiente de un golpe letal a la contra, se dejó ir consumiendo minutos sin una intención demasiado definida. Por el camino entraron Simao y Agüero y Forlán dejó su sitio a Koke. El Almería, tocado tras el gol, no encontró razón para hundirse y se agarró al flotador de Crusat para comprender rápidamente que mientras hay vida hay esperanza, y que si el rival es este Atleti las esperanzas están a precio de saldo.

Así que los andaluces empezaron a soltar latigazos que terminaron por convertir el silencio en murmullos y los murmullos en bronca. El Atlético, que ni tenía el balón ni atacaba ni defendía, seguía con las espaldas sin cubrir. Crusat falló ante Roberto en el aviso más serio hasta que el Atlético puso de su parte para no escaparse vivo. Un solo defensa cubrió la entrada de tres rematadores que esperaban el pase de la muerte de Míchel Macedo. Pudo marcar cualquiera, lo hizo Piatti. Y entonces Hugo alzó el puño y Abel miró al suelo y Agüero al cielo y otros dos puntos volaron del Calderón mientras la afición se revolvía entre la depresión y la histeria. El presente es negro y el futuro a corto plazo asusta: Valencia y Oporto. Así que más le vale al Atlético agarrarse a aquello de que a grandes males, males remedios. No le queda otra.