Triplete de un Barça imperial

LIGA DE CAMPEONES | BARCELONA-MANCHESTER UNITED

Triplete de un Barça imperial

Triplete de un Barça imperial

Se sobrepuso al arreón inicial del Manchester, cortado de raíz por el gol de Etoo. Messi sentenció en la segunda parte. Otra vez magistrales Xavi e Iniesta.

¡Campeones! Sí, por tercera vez en lo que va de temporada. Son los mejores, los más grandes y regulares. Otro eurochorreo y con letras mayúsculas. Ganó el que más méritos hizo, el que más se lo trabajó. Por quinta vez en la historia, un equipo consiguió levantar todos los trofeos que estaban en juego. Antes, Celtic, Ajax, PSV y Manchester United habían destrozado a sus rivales. Hoy le ha tocado a los culés. Felicidades. Se lo merecen. Fieles a una idea, con la sensibilidad necesaria para ir al toque, los catalanes pasaron por encima de un Cristiano Ronaldo y compañía, que se quedaron embobados ante el espectáculo.

El partido comenzó loco. Mientras todos esperaban los minutos de tanteo, a los nueve ya se había conseguido un gol (Samuel Etoo) y Cristiano Ronaldo había mostrado su potencial ofensivo. Fue una falta picada desde Madeira (más de 40 metros) que botó ante Valdés; tuvo que intervenir Piqué para mandarla a córner. Luego llegó otro tiro lejano que salió ajustado junto al palo. Fueron la carta de presentación, el "hola, ya estoy aquí para ganaros la final".

El Barça no estaba. Los minutos comenzaban a correr y las señales de vida eran inexistentes. Todo plano. Se acumulaban los errores en la salida de la pelota. Los ingleses presionaban ordenadamente. Presionaban de lujo, escalando sus movimientos; desde Rooney a Cristiano, pasando por Park, Giggs y Anderson, provocaban un importante cortocircuito entre la improvisada defensa, que siempre parecía dudar. Touré y Piqué abusaban de la combinación en largo y los 'ponis' (Xavi e Iniesta) ni la veían como para ponerse a pensar en la organización.

Pero de golpe todo comenzó a cambiar. De la confianza de sentirse superiores, los británicos se confiaron en la zona ancha y Carrick no pudo hacerse con él: había salido de la cueva Andrés Iniesta. Felizmente recuperado de su minirrotura muscular, el manchego se plantó, agarró la bola, combinó de primeras, pared incluida, con Xavi; amarró el manchego, vio a Etoo entrar por la derecha y ¡zas!, ¡el primero! Sí. Samuel, tan cuestionado como obsesionado, recortó a Ferdinand de manera seca, como hacía en su infancia en Nkon para evitar las picaduras de las venenosas serpientes, y encaró a Van der Sar, medio vendido por la gambeta del africano y puso en ventaja a los suyos. Etoo cayó al suelo de la emoción, para reventar toda su rabia, sacarse de encima los miedos a su aparente interminable torpeza e irse a uno de los fondos, donde acudieron todos sus compañeros.

Había comenzado bien el partido, de la mejor manera posible, la soñada por los culés de todo el mundo y por los amantes de este deporte, del que el Barcelona no hace una práctica; acostumbra a ejecutar sinfonías tan perfectas como las de Bach, Mozart, Haydn o Bethoven, que en la novena se inspiró en la alegría.

Todo parecía calmarse. Los británicos, muy superiores en número en las gradas, trataban de arropar a sus ídolos. Pero no había manera. Messi quiso también protagonismo y comenzó a coquetear con la bola. Hacía lo que quería, siempre con una tropa de guardaespaldas que vestían de blanco. Según donde agarrara la bola eran tres, o cuatro e incluso cinco los hombres de blanco que lo perseguían. Lo hacían con insistencia, con toda la voluntad del mundo, aunque siempre se vieron impotentes para poder frenarlo. El Barça se sentía cómodo, alegre por el tanteo y viendo que la gloria seguía lejos, aunque eso sí, un poco más cerca. Todo lo acontecido sumaba a favor de los culés e iba minando a los ingleses, que se acercaron de manera tímida al marco de Valdés.

El tono del encuentro era el siguiente: los culés la movían, fieles a su estilo, dinámicos y frescos. Un lujo. La idea de Guardiola se estaba plasmando otra vez y a los ingleses se les comenzaba a empachar el rival. Así, con un rondo gigante y plástico, Iniesta seguía a su bola, Messi le seguía y el resto lo observaba con entusiasmo. Henry tuvo el segundo tras dejar clavado a O'Shea en el área y tirar al bulto; luego fue Messi el que protestó una acción de Tévez en el área (pareció penalti) y luego Xavi estampó con toda su magia un balón en el palo zurdo del portero, tras un casi perfecto tiro de falta desde la frontal.

Ferguson movió el banquillo. Veía que la cosa no acababa de funcionar y la desesperación comenzaba a ser evidente. El escocés es veterano, pero valiente. Si en la reanudación había sentado a Anderson para dar entrada a Tévez, en el ecuador de la segunda hizo los mismo con Berbatov, al que compraron por una morterada al Tottenham el pasado verano para mandar a la ducha a Park y plantarse en el tramo final del partido con cuatro delanteros. Pero de poco le valió. Sí que es verdad que los culés cedieron la posesión, pero a los culés les quedaban fuerzas de sobra y en un arreón de fuerza de su capitán se forzó el segundo. Puyol emergió desde la banda, se vino al centro y se la dio a uno de los que saben, Xavi. Éste levantó la cabeza, oteó el panorama y se la puso en la cabeza al más pequeñito, Messi, que bombeó de manera perfecta, casi estratégica para superar al más alto, Van der Sar, que a sus casi 39 años se quedó clavado, desesperado y destrozado.

Ese fue el final. Sí. Sólo quedaba por ver al Cristiano más triste, más lamentable y mal perdedor. Se encaró con Puyol, al que atizó un par de veces. Corrían los minutos y todo estaba escrito. El Barça es campeón, lo ganó todo y sigue escribiendo su página más dorada, la del moderado Pep Guardiola. El año que viene, más, aunque tranquilos, agosto está a la vuelta de la esquina.

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