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Liga BBVA | Sevilla 2 - Real Madrid 4

Dientes de campeón

Magnífico triunfo del Madrid en la caldera del Pizjuán. Renato adelantó al Sevilla. Raúl contestó con un hat-trick. Marcelo culminó la goleada

Actualizado a
<b>ALEGRÍA. </b>Raúl hizo tres goles, Guti volvió a brillar en la medular y Lass llegó a todos los rincones del campo en ayuda de sus compañeros. Un partidazo.

En esta ocasión el Real Madrid no se impuso a la heroica, ni colgado de un milagro. Venció por completo, conquistando tierra, tomando posesión, levantando casas y teniendo nietos. El Madrid ganó el partido y se ganó, por fin, el derecho a merecer la Liga. Y hablo de un reconocimiento al margen de los números que todavía quedaba pendiente. Seamos claros: hasta ayer el Madrid no soportaba la comparación moral con el Barcelona. Hasta ayer el barcelonismo podía defender la superioridad ética de su equipo y el madridismo debía responder touché cuando le sacaban el argumento del fútbol. Justo hasta ayer.

En el momento de la verdad, en el preciso instante que define una existencia, el Real Madrid fue tan grande como su leyenda. Porque asaltar el Pizjuán, doblegar al Sevilla y maniatar su conjura sólo está al alcance de los equipos formidables. Sin viento a favor, que no se olvide, obligado a remar contra corriente, marcado por bajas fundamentales y acuciado por la ocasión de recortar puntos. Fue entonces, herido por el gol de Renato, cuando el Madrid se vio en el trance de declararse espuma o campeón. Y dijo campeón.

Que nadie piense que era sencillo tomar aire bajo esa catarata. Los primeros 20 minutos del Sevilla fueron un huracán que propició un gol que pudieron ser dos, incluso tres de haber temblado alguien. En ese tramo, Perotti y Navas destrozaron al Madrid por los flancos, descubriendo un lateral con pistola de juguete, Miguel Torres, y un jugador que se ha detenido en la mitad de su carrera, Sergio Ramos.

Mientras duró el asedio, el Madrid respiró a bocanadas, sostenido por los pulmones de Lass, poco nombre para tan gran jugador. En ese intervalo el Sevilla vivió de extremos y de sensaciones extremas, del ímpetu del público, de los balones al área.

Cuando pasó esa ola, el Madrid hizo recuento de daños (un gol, cien sustos) y procedió al alistamiento. Se presentó Cannavaro, luego Metzelder, después Guti, Marcelo. El estado de máxima necesidad reunió a los secundarios, los acabados y los malditos, y el equipo creció en torno al orgullo y al fútbol que coleccionaba polvo en el desván. Avanzó la defensa, tocó el mediocampo y en muy poco tiempo el Madrid lo invadió todo.

Transformación. Higuaín pudo marcar el primero y el segundo, pero le venció la ansiedad. Hasta Lass abandonó la sala de máquinas para intentar un gol de puerta grande. Gago tomó el timón y el equipo se apoderó del partido. No era sólo convicción, esperanza y fe. Era una deliciosa novedad: fútbol.

Ya se había cumplido el último minuto de la primera mitad, cuando marcó Raúl. La jugada fue una resurrección en cadena, un chorro de agua bendita. Sucedió de un modo inexplicable, pero está grabado: Sergio Ramos prolongó de tacón, Metzelder corrió la banda como un gamo y Raúl culminó en la boca del lobo.

La reanudación sirvió para confirmar las sensaciones. Pasado el fuego, el Sevilla se había quedado sin fútbol, atascado en un mediocampo, Romaric y Duscher, demasiado aparatoso, carente de agilidad y fantasía. La situación no mejoró cuando Luis Fabiano sustituyó al argentino. Renato, más retrasado, ganó campo pero perdió peligro. Maniobras orquestales, en definitiva, porque el anfitrión ya había dejado de creer.

Raúl adelantó al Madrid al enganchar un envío de Torres que se torció al rozar en Renato. El gol, un remate de media volea, rejuveneció diez años al capitán. Recuperada la chispa de los 20 años, Raúl persiguió un balón imposible que debió atrapar Palop y que se le escapó por medio metro. Fue suficiente para morir él y revivir su asesino. Raúl celebró el hat-trick con esa alegría desbordante que no admite ni recados ni festejos ensayados, sólo felicidad por aspersión.

Con 23 minutos por delante, Juande relevó a Raúl por Huntelaar. Sonó como un homenaje, como una protección y como un sarcasmo hacia los que pedimos descanso para el capitán. El cambio de Guti por Javi García ofreció mensajes menos edificantes.

La entrada de Capel dio nuevos bríos al Sevilla y su gol hizo justicia al penúltimo empellón del equipo y al último grito de la grada. El Madrid, pese a todo, no perdió la compostura y zanjó la intriga con un gol en el tiempo añadido, para no perder la costumbre. Fue Marcelo, a pase de Huntelaar, quien fulminó a Palop, primero con un amago mortal y luego con un disparo floral.

La victoria borra lo anterior. Empieza la Liga y el Madrid parte con cuatro puntos menos que el Barça, penalización que se acepta por haber sido materialista. Pero ya no se admiten reproches. El Madrid, desde ayer, merece el mismo cielo que el Barça. Ahora deben discutirlo entre ellos.