El Atleti pagó la cobardía de Abel

Liga de Campeones | Oporto 0 - Atlético de Madrid 0

El Atleti pagó la cobardía de Abel

El Atleti pagó la cobardía de Abel

El técnico regaló 54' sin Forlán. Los rojiblancos sólo tuvieron 20' buenos y llegaron poco. No se pitó un penalti sobre Simao. Leo evitó el triunfo del Oporto.

Desde que llegó al Atlético, Abel ha repetido por activa y por pasiva que sus equipos siempre salen a ganar, porque quien persigue el empate acaba perdiendo. Curiosamente, ayer, cuando sólo servía la victoria, el técnico olvidó su máxima y se puso a calcular, a jugar a Napoleón, a someter el talento y el impulso a estrategias y cálculos. Fracasó porque olvidó dos cosas: que el fútbol es poesía, no ciencia y que no tiene sentido ser conservador cuando no posees nada que conservar. Así, sin un ápice de épica, un arreón heroico, un adiós noble, el Atlético se despidió de la Champions con aire funcionarial, frío, gris. El Oporto fue muy superior y él se rindió. Triste final.

Cuando un par de horas antes del partido se supo que Forlán sería suplente, todos los atléticos del mundo sintieron que la inercia positiva adquirida ante Barça y Madrid desaparecía, que Abel se estaba pegando un tiro en su propia rodilla. El uruguayo estaba fatigado, nadie que viera su exhibición en Chamartín lo duda, pero quería y podía jugar y, en un día grande, a Forlán hay que ponerle hasta que se desmaye, luego ponerle oxígeno y volverle a levantar y quitarle sólo cuando no distinga el balón de un tranvía.

Sin él, el Atleti pierde a su mejor goleador, a su mejor enganche, a su mejor organizador y a su líder. Y de propina condena a Kun a pelear en solitario contra cuatro defensas, sin nadie que enlace, esperando balones llovidos del cielo. Todo el mundo lo sabe, Abel lo olvidó porque decidió regalar la primera parte para jugarse un doble o nada en la segunda. Salió doble: nada de nada.

El Oporto agradeció el favor desde el comienzo, encerrando en su área al descabezado y asustado Atleti. Durante 25 minutos, los rojiblancos (ayer de azul oscuro contra un rival de azul celeste, las tonterías del márketing) actuaron como si la pelota fuera una bomba: no querían verla y si algún desaprensivo se la pasaba, la pateaban lejos sin titubear.

Mientras, Agüero se desesperaba en la distancia, encendiendo una mecha que acabaría estallando en los vestuarios tras el partido, cuando el argentino dijo lo que todos los atléticos pensaban: "Forlán es un referente y yo le pondría siempre, pero aunque tres de once no estemos de acuerdo con la alineación, no podemos hacer nada". Se puede decir más alto, pero no más claro. Abel se ha buscado un problema.

Volviendo al partido. Por fortuna, Ujfalusi y Pablo mantenían el notable rendimiento del derbi y frenaban (en la medida de lo posible) a Hulk y la única ocasión real del Oporto fue una falta ligeramente alta de Bruno Alves. Y cuando más llovía, un rayo de sol. Simao entra en el área y Alves le golpea en el pie izquierdo, pero Vink decidió que buena gana de buscarse un lío, que mejor que pitar, miraba a otro lado y silbaba. Pero el susto bastó para hacer dudar al Oporto, que sólo de pensar en el portero que tiene tiembla como un niño. Comprensible.

Dominio.

Fueron 20 minutos de esperanza, con una maravilla de Agüero contra el mundo que no llegó a remachar Maxi (muy perdido disfrazado de Forlán) como punto culminante. El Atleti se fue al vestuario soñando, pero salió de él dormido. La segunda parte fue un monólogo luso, con Ferreira dándole una lección a Abel: él podía ser cauto, pero entendió que la Champions exige valentía, que esa es la manera de ganar, que la mezquindad es de Intertoto. Y con Lucho haciendo honor a su apodo de Comandante y Hulk sacando conejos de la chistera, se fue a por el gol.

Forlán entró en el 54', pero ya dio igual, sólo atacaba el Oporto. Leo Franco mantuvo viva una esperanza que el cerebro sabía falsa. El argentino, que está enorme, frenó al Cebolla, a Hulk, a Meireles... y en la única que él no llegó, fue el poste quien detuvo a Lisandro. Así, sin hacer nada, el Atleti llegó vivo al final, rezando por un milagro, un poco de suerte, un rebote, un error, cualquier cosa que no tuviera que ver con el fútbol ni con los méritos. Pero no llegó y fue justo. Esto es la Champions, señor Abel, aquí juegan los mejores del mundo y usted tiene dos y no puso a uno, anulando así al otro. Y así muere el Atleti, como un cobarde, sin grandeza alguna.