Agüero dio vida al Madrid

Liga BBVA | Real Madrid 1 - Atlético 1

Agüero dio vida al Madrid

Agüero dio vida al Madrid

El Kun falló cuatro ocasiones muy claras. Forlán adelantó al Atlético y Huntelaar empató en fuera de juego. Vibrante partido que pudo ganar cualquiera

Agüero perdió ayer la oportunidad de salir a hombros del Bernabéu. Cuesta señalar a un jugador con mayor protagonismo en el derbi, más impactante, y al mismo tiempo es imposible encontrar errores más decisivos que los suyos. El Kun desperdició, al menos, cuatro ocasiones evidentes, de las que fallan otros. En dos de ellas se le perdió el balón junto al poste, en otra tropezó con el cuerpo de Casillas y en la tercera, la más clara, Iker le desvió el remate al estirar, in extremis, la pierna izquierda. No obstante, estoy por asegurar que el portero del Real Madrid también influyó en las oportunidades anteriores. Y es que Casillas empieza a ejercer sobre Agüero idéntico efecto que en Fernando Torres. Es una intimidación psicológica, una polilla que les devora confianza. Saben que es tan bueno que lo hacen todavía mejor, inabordable de no ser con el disparo perfecto y la bala de plata.

Comienzo por Agüero en atención a su calidad infinita y a su amenaza constante, pero hubo otros jugadores susceptibles de salir por la puerta grande. Raúl, por ejemplo, lo hubiera logrado de culminar una media chilena que acarició la madera, un remate insospechado y de fabricación casera. Recibió el balón rodeado de policías, lo levantó y chutó de espaldas, medio ángel, medio rana.

También Forlán hubiera sido héroe de no haberse estrellado contra el palo dos minutos después de que empatara el Madrid. Ese gol que no fue habría puesto el broche a un partido inmenso por su genio y sus pulmones. Porque Forlán no es un delantero, es una bandada. Y la pareja que forma con Agüero resulta coreográfica, complementaria hasta lo cinematográfico, rubio y moreno, Ginger y Fred, galgo y piraña, Pum y Kun.

Hubo otra estrella a falta de un gol que ni siquiera rozó. Me refiero a Lass, que empezó de brillante lateral derecho y terminó de centrocampista formidable. Actuó con acierto en cualquier situación, cuando tocó cerrar filas y cuando fue preciso abrirlas, bajo el fuego de morteros y sobre las brasas del volcán. El Bernabéu le premió con varias ovaciones de las que reconocen a los hijos predilectos.

El análisis de los individuos no puede excluir, por diferentes motivos, a delanteros como Sinama o Higuaín, fallón el primero y revitalizante el segundo, y del mismo modo es de justicia destacar el magnífico partido de Pablo, sospechoso habitual.

Táctica. Pero alrededor del derbi de los nombres se disputó un derbi táctico que ganó Abel durante la primera parte. En ese tramo, Juande Ramos le concedió la ventaja de un cambalache innecesario. La baja de Pepe propició una sucesión de cambios que afectó gravemente al sistema del Madrid. En lugar de sustituir central por central y dar entrada a Metzelder, el entrenador trasladó a Sergio Ramos, exilió a Lass y colocó a Guti en el mediocampo. No satisfecho, retiró a Higuaín para hacer coincidir a Marcelo y Robben, hasta ahora alternativos. La consecuencia es que el Madrid perdió su perfil y la estela de las diez victorias seguidas. La medular se debilitó sin Lass, Raúl se enredó entre los centrales y Guti fracasó en la conducción.

La preocupación de Juande por la velocidad de Forlán y Agüero se demostró muy razonable, pero no justificaba una revolución táctica. La prueba es que al inicio de la segunda parte, en el minuto 54, el entrenador se vio obligado a deshacer el nudo: Salgado entró de lateral derecho, Marcelo se retrasó y Lass recuperó su sitio en el centro del campo. Además, salió Higuaín. Y el equipo cambió. Luego retomaré ese hilo.

La paradoja de la primera parte es que el reajuste del Madrid no le impidió sumar acercamientos, aunque sin apenas conexión con el juego. Así, por cierto, suelen ser las oportunidades de Robben. Su narcisismo no tiene freno. Cada balón lo entiende como un asunto personal, como un favor que le deben. Se le perdona cuando marca o se aproxima, pero su egoísmo resulta irritante cuando la jugada se esfuma mientras un solitario compañero bracea pidiendo la pelota. Sus primeras oportunidades incluyeron ejemplos parecidos.

El Atlético tardó 34 minutos en pasar de la teoría a la práctica. Estaba bien plantado en el campo y se sentía ligeramente superior en el centro del tablero, ayudado por el joven Camacho, pero no conseguía entablar relaciones con la delantera. Hasta que lo logró. Maxi recogió un rebote y buscó en largo al Kun, que esperaba siempre en los tacos de salida. Agüero se plantó ante Casillas y chutó con más potencia que precisión. Iker repelió el balón y empezó a minar la moral del Kun.

Esa internada no fue en balde porque descubrió los caminos del Atlético. Dos toques y Kun. O Forlán. Pero dos toques. Todos los ingredientes se reunieron en la siguiente ocasión. El Madrid sacó un córner y el contragolpe rojiblanco fue de manual. Simao sacó la pelota buscando a Agüero, Kun tocó con sutileza para librarse del marcaje de Lass y acto seguido corrió para iluminar el pase de Ujfalusi. Con el Madrid en retirada, Kun asistió a Forlán, que marcó con el pulso de un relojero asesino.

En la segunda parte Juande admitió su error y el Madrid, con los cambios, recuperó su personalidad. Eso bastó para que el anfitrión se adueñara del partido. No diré que a partir de entonces el Madrid jugó con orden y concierto, pero no hay duda de que ganó en filo. El experimento fallido sirvió, al menos, para concluir que Higuaín ya no puede ser la ficha de recambio, que han pasado sus tiempos de meritorio.

Quedó claro pronto. Higuaín tomó un balón cualquiera y lo convirtió en asistencia a Huntelaar, que hasta ese momento parecía extraviado. El delantero, que se encontraba en fuera de juego, actuó como un especialista: controló, se giró en la frontal y fusiló a Leo Franco. Nuevo mundo.

Acoso.

En los minutos que siguieron el Atlético sudó tinta y tuvo que pelear contra el rugido del Bernabéu y contra los viejos fantasmas, partidos similares que fueron barridos por un arreón del Madrid. Pero esta vez contaba con la mejor versión de Pablo y con el buen tono de Ujfalusi, también con la ayuda de Antonio López.

El caso es que el asedio local se fue aligerando en favor de la respuesta visitante. Y el partido se fue despejando de matemáticas hasta convertirse en un frenético correcalles, en la prórroga de una final, de una gran final. A los ataques de uno seguían los del otro, sin transiciones y sin treguas, con absoluta locura. Fueron los minutos de Agüero. Nadie como él para beneficiarse del caos, para percutir en las defensas desorganizadas y exhaustas, para sembrar el pánico. De no haber existido Casillas aquella hubiera sido la historia de un lobo en un colegio. Pero al final de las trincheras siempre está el mismo, el tipo de los guantes y las mangas cortas, el portero al que resulta imposible odiar, con lo que eso ayuda.

Cuesta recordar tantos sustos encadenados, tanta repetición en los protagonistas, tantos balones en el limbo y tanto Bernabéu retorcido. En la última ocasión, Agüero reclamó penalti de Ramos, que es cierto que le retuvo con el brazo, aunque a esas alturas al Kun ya le podía la impotencia.

El empate no desmerece a nadie, más bien todo lo contrario. Fue un hermoso partido que pudo contar con muchos héroes y que, en lugar de anularlos, los aplaza. Hasta el próximo derbi.