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Primera | Sevilla 2 - Espanyol 0

Los buenos cierran la herida

La afición respetó a Jiménez Al Sevilla le costó ser brillante Maresca y Chevantón, goleadores

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<b>CELEBRACIÓN ESPECIAL. </b>Chevantón sentenció cuando apareció el miedo a empatar en el Sevilla.
CELEBRACIÓN ESPECIAL. Chevantón sentenció cuando apareció el miedo a empatar en el Sevilla.

Maresca borró de un plumazo la crispación que se había levantado en Nervión tras el derbi. El Espanyol regaló en una bandeja plateada su cabeza y el Sevilla no desaprovechó la oportunidad para cerrar heridas abiertas. Apareció el mejor rival para manejar con comodidad la fea situación que la revolucionaria alienación de Jiménez había dejado en Nervión.

El guión quedó marcado desde el arranque. Como en colegio: un equipo atacaría y otro defendería. Los buenos para un lado y los malos, para el otro. ¿Le recuerda su infancia? Los sevillistas agradecieron el juego infantil. Márquez, que reservó a medio equipo para el duelo contra el Barça, atrincheró a sus hombres descaradamente. Renunció a ocupar más de medio campo y se cerró en 30 metros para asfixiar a Navas y Capel. La orden era defender el castillo rodeándolo con soldados con pañuelo en la frente y armados con bayonetas, sólo entendible cuando los indios rodean ya las murallas. Un recurso utilizado cuando lo único que queda es rezar y esperar que aparezca el milagro en forma de Séptimo de caballería.

El Sevilla se apoderó del balón y del campo. El planteamiento del Paleolítico Superior era insostenible. Alguna arrancada de Valdo y otra llegada de Luis García fueron las únicas acciones atrevidas. Sin embargo, la red ultra defensiva se le atragantó a los sevillistas más de la cuenta. Sólo Navas abrió algún hueco en la primera parte. Luis Fabiano y Kanouté quedaban secos de asistencias. Con más aburrimiento que brillantez, el Sevilla se impulsaba con el corazón. Hasta que Maresca aprovechó una barullo en el área para respirar. El Espanyol reaccionó virtualmente, ayudado más por el miedo que los locales tenían de meter la pata que por méritos propios. Una vez superada esa angustia, Chevantón remató una faena de la que había que salir vivo. La victoria salvó a Jiménez de una noche con ganado astifino y peligroso. Los buenos cerraron la herida abierta, con la inestimable colaboración de un pobre Espanyol.