No fue pasillo, fue paseo

Primera | Real Madrid 4 - Barcelona 1

No fue pasillo, fue paseo

No fue pasillo, fue paseo

Exhibición del Madrid ante un Barcelona compungido. El Barça ya no será segundo y jugará la previa de la Champions. El madridismo es feliz

El Madrid es una gloria y el Barcelona es una pena. Se trata de dos evidencias clamorosas, crudas, gigantescas. Si estos equipos están condenados históricamente a caminar en sentido inverso, se puede afirmar que nunca han estado tan lejos. Y la distancia es hiriente incluso desde el punto de vista del madridismo, que ayer pidió cinco, pero sintió lástima. Y no es sólo el fútbol: es la felicidad, el ánimo, la alegría de ser rico.

El Barcelona ya no podrá ser segundo y jugará la previa de la Champions, allá por agosto (12 y 23). El castigo es barato. El campeón, por su parte, cumplió con su obligación, que ese es el principal mérito de este equipo: la satisfacción por el deber cumplido.

En buena medida, el inicio del partido estuvo marcado por el famoso pasillo. Durante bastantes minutos ambos equipos correspondieron a la cortesía del otro. El Madrid contestó educadamente al gesto protocolario del rival y el Barcelona agradeció la enorme elegancia de su adversario, que transformó el trance en una reunión amistosa, plagada de sonrisas y saludos.

Así que durante once minutos no hubo faltas, sólo vals. El Madrid dispuso pese a todo de varias ocasiones, pero nunca con ánimo de ofender. Robben calentó los guantes de Valdés al minuto de partido y poco después fue el propio portero del Barcelona el que se complicó la vida: quiso burlar la presión de los delanteros con un regate pisado y estuvo a un suspiro de perder la pelota.

La primera falta la cometió Gago, que cada día es más argentino para disfrute del Madrid y del madridismo. Aquello despertó el partido y los futbolistas reconocieron que los señores de plumas eran comanches. Al minuto, marcó Raúl, lógicamente. La jugada nació larga y la condujo Robben desde la derecha al centro. Luego tocaron Sneijder y Guti, hasta que la pelota quedó en tierra de nadie, es decir, en tierra de Raúl. El capitán rebañó el balón y lo colocó junto al palo, allí donde se hernian los porteros.

El gol mató al Barça, aunque es posible que ya viniera muerto de casa. Lo intentó, pero con la inercia de los sonámbulos, quizá de los zombies. El esquema tampoco ayudaba. En el centro del campo sólo asomaban Xavi y Touré, que es un futbolista que juega deslomado. Por delante de ellos se acumulaban hasta cuatro atacantes, de Gudjohnsen a Bojan. Si pensamos que Messi no está en plena forma (física y mental) y que el gemelo de Henry dista mucho del original, se puede explicar fácilmente el naufragio.

El segundo gol arrancó en una falta de Touré a Sergio Ramos que sólo vio el árbitro, pues fue el sevillano el que embistió la dolorida naturaleza de su contrincante. Guti sacó con dulzura y Robben cabeceó con la facilidad de los especialistas y marcó el segundo gol de su vida con el frontispicio. No es tan raro. Hay suertes en el fútbol (y en la vida) que sólo necesitan que se descubra el velo. Entonces, todo se comprende de pronto. Que le pregunten a Higuaín.

Perdido.

A los 23 minutos, Rijkaard sustituyó a Gudjohnsen por Giovani, sin que sepamos la intención. Si pretendía reforzar el mediocampo incluyó al jugador menos apropiado. Sólo acertó si lo que quiere es acabar pronto, disparar las pistolas que le apuntan.

En esa primera mitad, Henry dejó un par de detalles y Bojan puso tierna voluntad. Pero eso era terriblemente escaso ante la audacia del Madrid, que se animó y, al ritmo de los olés, exhibió las joyas de la corona, paredes y contraparedes, taconazos, aperturas, regates, alegría. En esas condiciones, el Madrid era el equipo aliado de Evasión o Victoria y el Bernabéu era París.

Es evidente que el equipo entero se ha contagiado de felicidad y Diarra resulta una prueba asombrosa. El africano, del que renegamos por zote, se ha convertido en un jugador casi exquisito, fundamental, inteligente, divertido. Así que no le faltaba talento, sino confianza. Algo parecido a lo que ocurre con Gago, del que también dudamos, y que en los últimos partidos se ha multiplicado por mil o un millón.

El Barça se fue al vestuario de luto y volvió de entierro. Guti pudo marcar el tercero, pero le perdió tanta generosidad, la que hubiera sido su decimosexta asistencia, si sumamos el pase que sirvió ayer para el gol de Robben. Marcelo, que era el destinatario del centro, fue arrollado por la defensa azulgrana y después se lió desde el suelo en disputas infantiles con Víctor Valdés.

Cuando faltaba media hora, Schuster sustituyó a Robben y dio entrada a Higuaín, el héroe de Pamplona. El Bernabéu, entusiasta toda la noche, estalló de júbilo, tantas ganas tenía de aplaudir. Si el holandés quedó conmovido por la ovación, el argentino dio sobre el aire los primeros pasos. No se puede negar que el equipo ha conectado con la gente y que los jugadores son queridos. Y eso es algo que también estaba por recuperar.

Apenas llevaba dos minutos en el césped cuando Higuaín marcó su gol. La jugada fue obra de la fe de Diarra, que robó a Zambrotta. Después su compañero recogió el envío y dio cuatro pasos que fueron de ballet: el control, el avance, la colocación y el remate.

El Barça estaba al pairo, desarbolado. Marcelo recortó en el área y sólo impidió el gol su golpeo con la derecha, la menos diestra de su piernas. El público pedía cinco y enseñaba la palma abierta.

El sueño del Bernabéu pareció tomar forma cuando Pérez Burrull pitó penalti por manos de Puyol. Van Nistelrooy disparó a portería y el defensa sacó los dos brazos para protegerse del balonazo. Recuerdo un tiempo en que los jugadores defendían estas acciones con los brazos en la espalda, precisamente para que no les pitaran este tipo de penaltis. Van Nistelrooy marcó el cuarto.

Torero.

En esa situación tan dramática surgió Messi. Quiso marcar, salvarse, evitar la vergüenza. Y se rescató. En cuatro minutos protagonizó dos jugadas espléndidas, con las virtudes que le conocemos, regate, velocidad, valentía. En ambas se estrelló contra el prodigioso Casillas. El portero sacó la primera con una estirada que le debió dejar un par de centímetros más alto. En la segunda, despejó un tiro a quemarropa que invitaba a esconderse tras el poste. No hay otro guardameta que merezca más el Zamora.

Como Iker no estaba cerca, nadie pudo evitar el pase de Messi a Henry, que se plantó frente a Casillas y lo batió con esa delicadeza sobreactuada que le resulta tan propia. El francés huyó al trote con la cabeza gacha y los oídos tapados, tocándose.

Ni siquiera el gol dejó al Barça con buen sabor de boca porque Xavi fue expulsado en el tiempo añadido, desquiciado en protestas a Pérez Burrull. Así está el equipo, abandonado. Y así está el Madrid: feliz.