El Madrid no perdona

Primera | Real Madrid 2 - Osasuna 0

El Madrid no perdona

El Madrid no perdona

Osasuna movió bien el balón, pero no tiró a puerta. Van Nistelrooy abrió el marcador en un error de marcaje. Sneijder sentenció. El líder no cede

Para ganar una Liga hay que vencer de todas las formas posibles, agotar las posibilidades. Debes acumular triunfos hermosos, heroicos y trabajados, pero también debes explorar victorias extrañas, en el límite de lo razonable, incluso injustas. Es como dar ventaja, primero un metro y luego dos. Es algo así como probar la suerte, como desafiar al destino, obligar a que se pronuncie. Todo eso hizo el Madrid y volvió a ganar, otro partido y más confianza.

De nuevo, dejó mejor sabor en la boca que en el estómago. Si analizas el total del partido no te llena, pero el último arreón lo redime casi por completo y lo declara campeón sin dudas, aunque las tuviera antes. Más que pereza es superioridad, el desdén de las guapas que castigan.

Osasuna, por su parte, fue el sexo de los ángeles. Firmó un partido académicamente impecable en la primera parte, si se pudiera ser perfecto sin tirar a portería. Sólo al final se alteró y entonces terminó desquiciado, justamente condenado. Parecía un equipo tan obsesionado en cuidar el balón que se olvidó de golpearlo.

Así fue: la primera parte no tuvo moraleja para los niños, sino para los gángsters. Se inició con tres minutos de dominio absoluto de Osasuna, rondos, danzas y toques de lado a lado del campo. Pero ni un disparo. A continuación, el Real Madrid sacó un córner y la jugada concluyó con un tiro de Robinho taponado en el último instante por varios pares de piernas. La enseñanza es que valían más las balas que los bailes.

Osasuna siguió controlando y el partido se salpicó de faltas de las que duelen. Raúl sufrió un rodillazo en las lumbares y Van Nistelrooy recibió después una embestida de Erice que mereció tarjeta amarilla o capote rojo.

El centro del campo madridista se veía completamente superado por el mediocampo rival, donde el checo Plasil ejercía de cerebro gris. Fue él quien rozó el palo con un lanzamiento de falta que pegó en Marcelo. Plasil, por cierto, lucía un peinado muy navideño al estilo de los pajes reales.

Ocasiones.

A los once minutos, Flaño estuvo muy cerca de marcar. Plasil sacó una falta al segundo palo y el central cabeceó sin demasiada intención, casi por cumplir. La pelota pareció no caer nunca y al final cayó fuera. Cada jugada a balón parado nos descubría a Pepe y Dady enredados al estilo de los luchadores grecorromanos, entre el odio y el cariño.

Carlos Vela se presentó en sociedad con un caño de espaldas a Sergio Ramos, al que torturó durante toda la noche. El mexicano, cedido por el Arsenal, nos volvió a confirmar el ojo clínico de Wenger. Es un muchacho rápido, con talento, desborde y futuro. De momento no tiene gol, pero si lo tuviera no lo habrían prestado.

Al cuarto de hora, el dominio visitante ya pasaba de castaño oscuro. La posesión de la pelota se repartía como si el partido se disputara en el Reyno de Navarra en San Fermín: 38% para el Madrid y 62% para Osasuna.

Los visitantes se habían apoderado tanto del partido que se mascaba la tragedia; en concreto, la suya. Lo irracional se repite demasiadas veces en el fútbol como para que no hayamos extraído algunas reglas inapelables. Una nos indica que jugar bien y no tirar a la portería contraria es peor que un ejercicio inútil: es provocador. Como lanzar un boomerang y esperarlo con los dientes.

Efectivamente, el Madrid no tardó en marcar. Sneijder botó una falta desde el flanco derecho y Van Nistelrooy cabeceó completamente solo, con tiempo y espacio para agitar brazos y melena. Había sido el único error de Osasuna, pero era terrible: alguien había olvidado defender al delantero centro rival. Minutos después, en un córner, Monreal se emparejó con el holandés, pero ignoramos si eso le señala como culpable o como encubridor.

Apenas cambió nada. Osasuna siguió llevando la iniciativa, con cierta resignación a partir de entonces. Pero no disparaba. Y no se puede culpar de eso a Dady, el jugador más adelantado del equipo. Bastante tenía el muchacho con defenderse de Pepe y, si sobrevivía, de Cannavaro. El italiano, por cierto, le hizo un penalti que pasó por tropezón, porque el arte del crimen consiste en que el coche en el río parezca un accidente.

Si Cannavaro volvía a alternar luces y sombras, Pepe confirmaba una vez más su fabulosa capacidad física y técnica. En su enorme despliegue también se explica que Osasuna se encontrara con los caminos cerrados. Imagino que después de chocar con Pepe descartas esa carretera y ese camión.

Los minutos que pasaron hasta el descanso sólo registraron un plantillazo a Carlos Vela de Sergio Ramos, que debió ver la tarjeta amarilla, pero Teixeira Vitienes tenía un evidente ataque de pereza y frío, tal vez sueño. Cuando Van Nistelrooy volteó al mexicano ya no tuvo más remedio que despertar y amonestar.

En la segunda mitad, Osasuna se desordenó, y es bastante lógico que ocurriera. Había comprobado que siguiendo el plan no iba a ningún sitio y decidió saltárselo. Y le fue peor, naturalmente. El Madrid, encorsetado hasta el momento, encontró más campo y por allí se lanzó, como caballos en la pradera.

Quien más lo agradeció fue Robinho, muy discreto durante la primera mitad. Al poco de la reanudación, forzó la estirada de Ricardo. Dos minutos después, chutó a placer y su remate pegó en la espalda de Raúl, que se cruzó en el punto de mira. Para completar su mortífera serie de ganchos a la mandíbula, dirigió una contra que volvió a terminar con Ricardo por los aires.

Ya no había duda alguna de que ganaría el Madrid y marcaría otro gol. Para enloquecer más el panorama, Schuster y Ziganda se liaron a cambiar jugadores, de modo que cuando el alemán introducía a un futbolista, el navarro respondía inmediatamente con otro, como si cada sustitución incluyera una clave secreta. El resultado es que el Madrid no se inmutó y Osasuna se desbarató por completo.

Puntilla.

Sneijder, que había acariciado la escuadra poco tiempo antes, no perdonó en la siguiente ocasión. Controló un balón en la frontal, miró a la portería con un ojo guiñado y soltó un zapatazo que silbó al rozar los palos. Era la sentencia y su rehabilitación personal, porque este futbolista necesita abrazos y amores.

Así que cuando salió Portillo en el minuto 80 poco le quedó por hacer, salvo desesperarse. Es ventajista decirlo ahora, pero lo diremos: con su suplencia, Osasuna dejó escapar una vía.

Finalmente, el Madrid sumó su octava victoria en el Bernabéu, la 15ª si contamos la racha de la pasada temporada. No le altera casi nada, ni el favoritismo ni la ausencia de fútbol, ni siquiera el frío. Por eso medio equipo vestía manga corta. No hay rival ni maleficio ni gripe.