El primero de la clase

Liga de Campeones | Real Madrid 3 - Lazio 1

El primero de la clase

El primero de la clase

El Madrid pasa a octavos con un partido apacible. Baptista, Raúl y Robinho, goleadores. El Lazio no asustó. Casillas detuvo un penalti al final

El trámite de la liguilla es historia y sirvió para analizar la altura del Madrid en una situación de riesgo que no admitía vuelta de hoja ni partido de vuelta. Prueba superada. El equipo tiene cuerpo y cabeza, y no se atisban los nervios de los primerizos o los inseguros. El Bernabéu, además, cumplió con su papel de escenario perfecto para las noches perfectas y habrá que esperar ahora a que pasen los iguales y los parecidos. En los grupos conoces gente, pero los octavos de final son, por fin, la vieja y maravillosa Copa de Europa.

El Lazio, por cierto, duró un suspiro, pero fue un suspiro profundo. Saltó al campo conectado al partido, tocó bien y disfrutó de la primera ocasión de gol. Rocchi trazó una diagonal y donde no había nadie encontró al francés Meghni, el chico al que un día llamaron el nuevo Zidane. El remate fue malo y no sabría decir por dónde salió el balón, si por Castellana o por Rafael Salgado. Pese a todo, el muchacho dejó detalles de clase lenta y, como tiene entradas y perfil argelino, se entiende que alguien, alguna tarde, quisiera jugar a los parecidos y deslizara el nombre del genio. La ocurrencia sería divertida si el muchacho no la llevara clavada entre pecho y espalda.

El Madrid respondió contundentemente: Sneijder sacó un córner y Raúl cabeceó al primer palo, donde se estrelló el balón como un martillazo. El Lazio salió aturdido de la jugada, porque los postes no suelen ser campanas de boda. Desde ese momento, los italianos fueron perdiendo, poco a poco, concentración y confianza, como si todo lo que no debía pasar estuviera a punto de hacerlo.

La realidad. El gol del Madrid fue la confirmación de sus peores sospechas. Robinho controló un balón en la banda derecha, dudó si entrar o salir, y finalmente combinó con Baptista, que esperaba en el carril que antes ocupaban los ochos. La Bestia no se lo pensó: amagó una vez y disparó a la siguiente, cuando se había abierto un claro. El chut fue excelente, pero hizo un poco más viejo a Ballotta.

Con el Lazio groggy, Raúl aprovechó otro saque de esquina y cabeceó a gol, esta vez desde el segundo palo. Ledesma, su marcador, no pareció ni marcador ni argentino. Y Ballotta se quejó por eso con la paciencia de las personas mayores.

La verdad es que en jugadas así se entiende que el portero del Lazio tenga un aspecto tan castigado. Los porteros de hoy sufren mucho y ya no los hay como Zoff o Iríbar, que mantienen la pelambrera y el porte superados los sesenta. Ya no hay defensas como las de antes.

Lo de Raúl, por cierto, tampoco sorprende demasiado. Si su resurrección es total, su adaptación a las exigencias de la Copa de Europa nunca se ha puesto en duda. Es como si el torneo encajara perfectamente con su personalidad y con su ambición. Y con su edad. Con el tiempo nos mejora el gusto y la precisión. Que le pregunten al Milán.

El Lazio no volvió a acercarse al área de Casillas hasta pasados 20 minutos, cuando el lateral De Silvestri osó irrumpir en los terrenos de Pepe. Superado Cannavaro, el italiano fue embestido por un camión de los que transportan vigas para construir puentes. Lo peor para él es que no pudo ni tomar la matrícula ni reclamar falta.

El Madrid se había apoderado por completo del encuentro y empezaba a disfrutar de las noches europeas, las suyas. Los goles y el buen fútbol daban la razón a Schuster, que había dejado en el banquillo a Guti y mantenía el trivote Sneijder-Diarra-Baptista, el mismo que jugó en Bilbao. La virtud del trío es que cada uno parece mejor en combinación con los otros. Hasta Sneijder se está rehabilitando después de una breve crisis existencial.

Era uno de esos partidos que te caen en los brazos si los estiras. Y así lo entendió Robinho, al que le bastó esperar. Más que correr en bicicleta, anoche paseó por el malecón. El tercer gol del Madrid nació caminando. Robinho dominó en la frontal y aguardó a que la defensa italiana se descosiera sola. Entonces, centró a Van Nistelrooy, que había iniciado el desmarque. El holandés nos recordó otra vez que nada es lo que parece. Creímos que había controlado mal y hasta le vimos torpe, zapatones. Finge. En el instante exacto asistió a Robinho, que seguía la jugada y fusiló a Ballotta, que dio pena cariñosa.

El Madrid mantiene en Italia un prestigio intacto que se renueva con partidos así, implacables. No es tanto el juego, como la certeza: perderás. Antes o después. Se comprende bien porque es un sentimiento parecido al que nos asalta a nosotros cuando jugamos contra la selección italiana o cuando los vemos a ellos en la playa cerca de nuestras mujeres. Perderemos.

Sólo los argentinos del Lazio, Scaloni y Ledesma, se rebelaron a ese destino seguro. Y lo hicieron de la peor forma posible, revolviendo y revolviéndose. Scaloni, por ejemplo, entendió como una burla un regate que intentó Robinho en la línea de fondo. Como si la goleada obligara al luto y las bicicletas estuvieran prohibidas. Les ocurre a ciertos defensas: aceptan mejor un codazo que un caño. Por eso los sueltan.

En el descanso, los entrenadores asumieron que el partido estaba resuelto y los jugadores también. Guti y Robben entraron por Sneijder y Robinho, y en el Lazio Baronio reemplazó a Ledesma. Sin ataduras ni compromisos, el juego se abrió todavía más, porque esa es la tendencia natural de los dos equipos, uno bueno y otro peor.

Al poco de la reanudación, Robben enganchó un balón en el área y el misil fue despejado por Ballotta en una palomita inesperada. La jugada conectó a un veterano con otro que lo parece y tal vez eso estimuló la inspiración del portero. En cualquier caso, Ballotta es víctima de su aspecto y de sus años, y hasta cuando se estira temes una mala caída. No debe obcecarse. Con 43 años aún es joven para entrenar o para presidir el Fondo Monetario Internacional. Hay otros mundos.

Pólvora. El veneciano Rocchi y el macedonio Pandev son una república independiente dentro del Lazio. Ellos ni se afligen ni se desesperan, y tendrían buenos motivos. Se aplican el recurso de los feos y su pelea consiste en doblar la defensa rival por pura insistencia, una técnica amatoria de indudable éxito siempre que la víctima permanezca en el catalejo y no se vaya con otro.

Con esa táctica lograron el premio de un gol que se inventó Rocchi y que remachó Pandev en el segundo palo, con tanta energía que se estampó contra el poste y costó ponerlo en pie.

No se puede reprochar que el Madrid se hubiera distraído y pensara ya en otros asuntos de peso como los próximos partidos o los regalos de Navidad. Y fruto de ese despiste llegó la última aproximación del Lazio, una jugada que el brazo de Pepe, involuntariamente, convirtió en penalti. Rocchi buscó su gol y se preparó para patear la pena. Entonces caímos en que Casillas no se había pasado por el control de firmas. Ni paradas ni milagros. Insólito. Y breve. Rocchi chutó y Casillas paró dos veces, el tiro y el rebote. Ya estábamos todos.

La conclusión es que el Madrid continúa creciendo y al mismo tiempo reconociendo alternativas (Baptista funciona). Lo más positivo es que en ese proceso se comporta como los equipos hechos, con todo por delante y cada vez más cerca de todo.