Un empate de oficinista

Liga de Campeones | Lazio 2 - Real Madrid 2

Un empate de oficinista

Un empate de oficinista

El Madrid dejó escapar vivo al Lazio, que puso más ardor. Van Nistelrooy y Pandev, dobles goleadores. Robben no mejora. El equipo pareció acomodado

El Lazio es un equipo cargado de buenas intenciones, pero está alejadísimo del Madrid en calidad y dinamita; tanto, que tiene poca calidad y nula dinamita. Sin embargo le bastó el coraje para igualar un partido que vio perdido en varias ocasiones y que hasta pudo ganar finalmente. Lo sucedido deja en mal lugar al Madrid, porque le señala por vez primera como un equipo frío, sin muchas ganas de morir y con pocas ganas de matar. Eso no lo habíamos visto. Conocíamos al Madrid con fútbol, fogoso o sufriente, pero no lo teníamos catalogado como un equipo burgués. Con otra motivación, o simplemente motivado, el partido hubiera transcurrido como otras visitas a Roma, victoria presumida y de compras por el duty free.

Pero el Madrid parece haber perdido el encantamiento. Desde hace varios partidos sufre la falta de carácter de quien cambia de personalidad y se halla a mitad de camino entre una y otra. Crisis de indentidad se llama eso, y es la transición entre lo que dejó Capello y lo que pretende Schuster. La confusión es lógica si pensamos que hay quien no se reconoce después de una operación de cirugía estética. Lo malo es que te venza la melancolía. O que te empate.

El problema hay que tratarlo con delicadeza, porque no es una enfermedad, sino un síntoma. La igualada en Roma es un resultado objetivamente bueno, como es sobresaliente la trayectoria del equipo en la Liga. Pero después de las exhibiciones contra el Atlético y el Villarreal cada tregua se entiende como una decepción.

Lo que nos confirma el nuevo escenario es que el Madrid depende excesivamente del ingenio de Guti y Sneijder. Sin ellos, no hay planos, porque Diarra no ejerce. Y sin cabeza pensante el equipo se confía al talento espontáneo de quien pasa por allí o al seso de Raúl, que siempre está disponible. Igual que sucedió en Getafe, el capitán volvió a detectar los problemas y acudió al rescate. Su asistencia a Van Nistelrooy en el segundo gol resultó tan importante como el pase en profundidad que lanzó a Robben el pasado domingo. Eso es jugar al fútbol y puedes ser viejo achacoso (no es el caso) que siempre tendrás un pellizco así.

Supongo que el empate duele más porque el ambiente era sencillamente espléndido: luna y 23 grados, con el Lazio vestido de azul noche por respeto al blanco mítico. Sólo faltaban los camareros, las romanas y los destornilladores para desatornillarlas. Suerte que el fútbol, cuando no es titular, ejerce como sustituto universal.

Orden natural.

Hasta la disposición del Madrid nos sugería buenas vibraciones: Heinze jugaba de defensa central (su sitio) y Sergio Ramos de lateral derecho. El ajuste situaba cada impulso en su posición natural: un argentino de guardián, zurdos por la zurda y diestros por su banda. El mundo en su lugar y Robben de titular, por si vuelve un día.

Así plantados, el arranque del Lazio se capeó sin problemas. De hecho, el rugido del estadio y del anfitrión duró sólo ocho minutos. Por allí andaba el minutero cuando Stendardo, un tipo duro, hizo falta sobre Robben, en el flanco izquierdo. Sneijder golpeó el balón con el efecto hacia el señor Ballotta y Van Nistelrooy no tuvo que hacer nada más que existir: el balón golpeó en su pierna porque hay delanteros que esperan el autobús en posición de apunten.

Al Lazio se le desplomó encima toda la fama del Madrid, esa que dice que no luchas contra un equipo, sino frente a una deriva cósmica. Y la misma sensación debieron tener los madridistas, sostenidos, últimamente, por todos los ángeles del cielo y por el Papa alemán, según admitió el propio Schuster.

Fue entonces cuando el Madrid debió liquidar el partido y fue cuando se relamió. Tocó y tocó, adelantó la defensa y jugó a dejar delanteros en ropa interior. El movimiento se agradecía, porque estamos poco acostumbrados a que el equipo nos muestre lo que ensaya. Sin embargo, no hay truco que dure toda la vida. Ni siquiera 90 minutos. Y los romanos aprenden pronto.

Después de caer en la trampa con cierta insistencia, el Lazio, de pronto, dejó de hacerlo. A la media hora, Pandev ya había tenido su primer mano a mano con Casillas. A los 30 minutos, los biancocelesti ya habían probado los reflejos de Iker. A los 31 marcaron gol. Stendardo metió el balón en la olla y Pandev lo golpeó con el interior de la zurda para colocarlo en la escuadra que le miraba.

Tuvo que ser un agente libre quien respondiera a la afrenta. Sergio Ramos cabalgó por su banda, llegó a la esquina del área grande, recortó hacia dentro y disparó alto. Es obvio que hablamos de un futbolista que lo hace todo bien, pero deberíamos preguntarnos dónde puede hacerlo mejor y dónde resultaría más influyente. Yo sugiero en las botas de Diarra.

Dominio vano.

El Madrid comenzó a ligar pases y no le fue difícil dominar el juego. Pero esa fortaleza se deshacía por la falta de imaginación en los terrenos del amor carnal. Ya digo que Sneijder parece afligido y que Robben todavía no parece él. Cada pase que se acercó a su extremo izquierdo regresó por donde había venido. Y se comprende mal que prefiera rendirse a intentarlo. Sólo se le recuerda un tiro al muñeco. Poco.

En la segunda mitad, Van Nistelrooy atendió a nuestro sentido del morbo y forzó la estirada del cuarentón Ballotta, que se lució con una palomita o con una palometa, que ya no está claro a ciertas edades.

Entretanto, la defensa del Madrid seguía haciendo aguas a chorros y repartiendo billetes de lotería. Menos mal que los jugadores del Lazio son de natural obtusos. En este sentido, Mauri desconcertó a su afición con un fallo clamoroso y Rocchi los desesperó por completo con un error imposible. El veterano delantero apaciguó con la derecha un pase largo (otro) y cuando tuvo que percutir con la zurda, a medio metro del pecho de Casillas, le salió una margarita del cañón del revólver. El balón se fue manso por la línea de fondo y el asesino se largó avergonzado.

Muy poco después llegó la asistencia de Raúl, que completó Van Nistelrooy con un ejercicio de picardía, paciencia y ligera crueldad. Corrió en solitario, divisó a Ballotta, sonrió, amagó, asistió al derrumbe del portero y le batió suave por alto.

No creo que hubiera un romano en el mundo que no diera el partido por perdido. Unos cuantos hasta hubieran firmado el resultado, vista la adoración que tienen por el Madrid. Sin embargo, la indolencia de su adversario les volvió a dar alas.

A base de empeño y pundonor (no tienen más), los locales se fueron acercando tanto que se metieron dentro del dormitorio. Pandev, otra vez, fue el autor del gol: merodeó el área y chutó veneno por debajo de las piernas de Heinze, que fue de mucho más a poco menos. El gol acusó a Guti por perder el balón y a quienes observaban quietos.

Higuaín entró por Robben a falta de diez minutos y el Madrid se agitó un poco, pero ya era demasiado tarde. Pese a todo, el argentino pareció víctima de un penalti y Drenthe rozó el palo con un empalme furioso.

El Lazio, equipo y público, celebró el pitido final con la alegría de quien se ve tan grande como el equipo más alto, y el Madrid, creo, se sintió justo al revés, medio triste y media talla.