Baptista pone el maquillaje

Primera | Real Madrid 2 - Betis 0

Baptista pone el maquillaje

Baptista pone el maquillaje

Una formidable chilena salva un partido flojo del Madrid. Raúl abrió el marcador de penalti. El Betis estrelló tres balones en el palo.

Tres palos y una chilena. Así ganó el Madrid y así perdió el Betis. Podría pensarse, por el exotismo de los detalles, que el partido resultó frondoso y exuberante. Pero no es cierto. Hubo más acción que argumento y al margen de las jugadas que completan un buen resumen, el resto fue espumillón y minutos que duran exactamente un minuto. Y cuando el fútbol no altera el tiempo, alargándolo o encogiéndolo, es que algo sucede. Algo anodino, insípido. Tiempo normal.

El partido se resolvió cuando Schuster dio entrada en el minuto 58 a Robben y Robinho, en lugar de Saviola e Higuaín. No es que la actuación de la nueva pareja resultara directamente decisiva en los goles, pero transformó por completo al equipo. En bastantes ocasiones un driblador ejerce el efecto de un chiste en un funeral: alivia el luto.

Recuperado el ánimo y el equilibrio, el Madrid no tardó en abrir el marcador, será casualidad o consecuencia. Raúl escarbó en el área y Rivas no pudo soportarlo más y le derribó sin disimulo, con brazos y piernas, a medio metro del árbitro. Hablamos pocas veces de la desesperación que provoca Raúl en los defensas, contra los que percute sin descanso. Si lo imaginas un rato te acabas compadeciendo de ellos y entiendes que después del crimen muestren las muñecas para que les pongan las esposas y los alejen de allí, de Raúl. Visto que no había nadie en los alrededores, el capitán tiró el penalti y adelantó al Madrid.

El Betis, que ya tenía un poste en su cuenta, se mantuvo en la pelea, y, sin necesitar un gran juego, volvió a estrellarse con el palo dos veces más, una por rechace de Diarra y la otra por disparo de Mark González. Sin embargo, a pesar de las ocasiones, el partido ya no estaba en sus manos. Robben y Robinho ya habían roto el equilibrio e impulsaban al Madrid.

Mejora.

Conquistar ese equilibrio fue lo más meritorio del Betis, que empezó entre tinieblas. De hecho, arrancó tan mal que cuando comprobó sus problemas para sacar el balón jugado, decidió que ni lo intentaría siquiera. La dimisión le duró media hora, la primera. Durante ese tiempo, el Madrid se hartó de tocar y tocar, pero con la misma profundidad que una cabina telefónica. Es decir, poca.

En su política de rotaciones, Schuster apostó ayer por dos laterales sin recorrido y un equipo que parte sin alas (Higuaín y Sneijder no lo son) no se puede permitir estas concesiones. Heinze es un tipo conmovedoramente voluntarioso que ayer se sumó con entusiasmo al ataque. Pero cuando alcanza los terrenos del último pase se le nota la textura del pie. Y Torres, que tampoco es un especialista de la internada, parece apocado después de tantos partidos a la sombra.

El resultado es que el Madrid se colapsó por el centro y a su rival le resultó mucho más fácil defenderse. Tanto, que desde esa seguridad recién estrenada, el Betis empezó a jugar al fútbol como los amnésicos que recuperan la memoria y se gustan al mirarse al espejo.

Después de varios acercamientos del Madrid que tuvieron como protagonista a Raúl (bota, tobillo y aliento), el balón cambió, sorprendentemente, de dueño. El Betis aprovechó los parecidos entre Odonkor y Asafa Powell y se dedicó a lanzar balones de antílope. En esa banda, la derecha, se cocinaron varias ocasiones. Y por allí voló también la pelota que cabeceó Rivas a la madera.

En la reanudación el guión siguió inalterable. A los cuatro minutos, Sobis, que fue ganando altura, remató al lateral de la red. Es curioso, pero todas las oportunidades de los béticos, aunque claras, se estrellaban siempre contra la parte más externa del poste o la red, como si la física quisiera delatar la falta de química. Porque aunque los palos le mantengan a flote, Cúper no ha conseguido sacar nada de un equipo que navega por debajo de su categoría.

Luego llegó Raúl y, muy poco después, Baptista, que entró por Sneijder. El brasileño aprovechó la primera que tuvo. Después de un alboroto en el área, llovió un balón y Baptista dio la vuelta a su enorme humanidad y remató como una pantera. Intuyo que Schuster advirtió un bendito problema: otro que llama a la puerta.