El Madrid está iluminado

Primera | Real Madrid 3 - Deportivo 1

El Madrid está iluminado

El Madrid está iluminado

Solucionó con suficiencia un partido muy peleado. Capdevila igualó el gol de Van Nistelrooy, que se ayudó de la mano. Raúl puso las cosas en su sitio.

El Madrid ganó ayer de todas las formas posibles. Primero probó a vencer con polémica, y con ese rumor llegó el gol de Sergio Ramos. Luego, cuando empató el Deportivo, se vio obligado a ganar con heroísmo, y en esas condiciones marcó Raúl. Por último, cuando el madridismo tenía el corazón en un puño, el equipo quiso despejar los miedos y apretó para ganar con relativa comodidad, todavía con quince minutos por delante, sin necesidad de goles milagrosos. Cualquiera diría que el Madrid pretende demostrar algo, sus fuerzas, sus recursos para superar adversidades o su fe a prueba de bombas. Si el objetivo último es intimidar a quienes le persiguen, bingo.

El Deportivo se estrelló contra todo eso. En primer lugar, contra un equipo ampliamente superior. Y no hablo ahora de motivación, sino de talento. Asumida esa inferioridad, fue un mérito enorme que el Depor lograra el empate, y tanto como eso, que lo buscara con ahínco. Después le ahogó el Madrid, pero no el equipo de once, sino la Vía Láctea que lo acompaña, el Bernabéu, la pasión, la confianza, la primavera y Raúl. Esa multitud.

Respecto al interés del Deportivo en el choque no hay ningún reproche que hacer, pues un equipo así, aunque sea vestido de fucsia, debe hacer honor a su escudo de club náutico de barcos de guerra, a su historia y a su orgullo. Eso se jugaba ayer y en consecuencia se batió el cobre.

El Madrid, por su parte, planteó el partido como una continuación de su fantástica remontada. Estoy por decir que cada vez parece más seguro, como si a falta de dos encuentros para el final del campeonato se sintiera con ánimos de jugar otros veintidós. Es algo raro, tanto como un maratoniano que en el último kilómetro se subiera por los bancos de las aceras para no quedarse frío. Lo cierto es que este Real Madrid actúa como un enamorado en la primera semana, cuando piensas que nada te puede detener, tan entusiasta, tan pletórico. Digamos que ha cumplido los dos pasos del amor: quererte tú y que te quieran después.

El desarrollo del encuentro nos recordó las virtudes y los defectos de unos y otros. En los diez primeros minutos, Raúl firmó el primer acercamiento y Arizmendi contestó con un tiro cruzadito o un tirito cruzado, que todo le vale. Ese era el planteamiento del partido: un Madrid entregado contra un Deportivo que, a falta de municiones, no tenía más remedio que disparar calcetines enrollados.

Punto negro.

En medio de ese combate no tardó en manifestarse el árbitro, Fernández Borbalán, que exhibió todos los complejos de los colegiados fúnebres. Ignoro si se puede disfrutar arbitrando, pero es fácil distinguir a quien no encuentra ningún placer en hacerlo. Se les descubre por el gesto, por la irritación general. Salen mosqueados, como si el mundo entero se hubiera confabulado contra ellos.

Sólo sumergidos en esa batidora mental podemos explicar su tarjeta a Beckham, amonestado por no guardar la distancia en un saque de banda, sin que mediara antes del castigo advertencia alguna. Desde que un comité retiró una cartulina al inglés, a Beckham le han amonestado hasta por ser golpeado en la masculinidad. Admito que los guapos no son agradables, pero el genocidio no es solución.

Por otro lado, sobreponiéndose a esa persecución, Beckham no tardó en revelarse como uno de los protagonistas del partido. El Madrid movía el balón con criterio en el centro del campo y en esa función se empeñaban tanto Gago como Diarra, cada uno en su estilo. Sin embargo, esas maniobras no encontraban profundidad, los pasillos hacia el gol.

Beckham fue quien mejor resolvió el atasco. Apoyado en la precisión de su pierna derecha, el inglés abrió ángulos e iluminó caminos nuevos. No fue casualidad que en el primer gol del Madrid se asociara con Roberto Carlos, el futbolista más profundo sobre el campo. El caracoleo de ambos en la banda izquierda se zanjó con un pase que dejó solo a Beckham, con media vida para consultar el manual. Su centro con la zurda, templado, no envidió en nada a los que produce su pata negra.

Entonces se desató el embrollo. Van Nistelrooy saltó contra los centrales del Deportivo y su brazo derecho se disparó entre las cabezas de todos, con tanto tino que su palmeo se convirtió en dejada a Sergio Ramos, el más listo de los que habitaban el área. Mientras los jugadores del Deportivo reclamaban la infracción, algunos, como Arizmendi, despreciando el despeje, el sevillano infló las redes con un chutazo. La regla es vieja y diferencia a los pistoleros de los pardillos: primero disparar y luego preguntar. Por cierto, Fernández Borbalán no vio más que las protestas que siguieron.

Reacción.

En vez de afligirse, el Deportivo se sintió espoleado, enfurecido, y en esa reacción sacó partido a todas sus cualidades, que las tiene. Cristian es una de las más sobresalientes. El chico, muy inspirado (y de origen barcelonista), le ganó el pulso a Miguel Torres, especialmente durante la primera mitad, y organizó por la banda derecha las escaramuzas más peligrosas. Pero le faltó suerte. Y un delantero puro. O un simple delantero.

Pese a todo, el Deportivo entendió que allí había un partido entre mil que era suyo y lo ganaba, y se concentró en agotar esa mínima posibilidad. Intuyo que el Madrid también reconoció esa opción y por eso le invadió un escalofrío, un temblor.

El empate del Deportivo llegó después de un tiro al palo de Beckham, que se volvió a apoyar en Roberto Carlos en un lanzamiento indirecto. Llama la atención que dos de los mejores futbolistas del equipo jueguen sus últimos partidos de blanco. Supongo que la inminencia del adiós despierta el ingenio y la nostalgia, y no es la primera vez tampoco que el divorcio de mutuo acuerdo reaviva el amor. El caso es que estos amores se rompen cuando las partes se siguen queriendo, por lo que al final habrá llantos para llenar pantanos.

El Deportivo silenció ese poste con un gol fruto de la insistencia más pertinaz. Después de una jugada que incluyó ocasiones múltiples, De Guzmán se coló por la izquierda y conectó en el primer palo con Capdevila, no pregunten qué hacía allí.

El jarro de agua fría hubiera congelado a cualquier otro aspirante, pero al Madrid estas cosas le quitan las legañas. El resoplido fue tan huracanado que no pasaron ni cinco minutos antes del segundo gol. Beckham limpió una parcela en la banda derecha y a continuación sacó el catalejo; después, envío el balón como un vaquero que tira un lazo y atrapa una res. En este caso, en el precipicio le esperaba Raúl, que cabeceó a gol, heroico en el remate y en la celebración. El Madrid repetía así su proeza semanal, esa que le alimenta.

El tercer gol fue consecuencia de la insistencia de Raúl, que desquició a Coloccini hasta el punto de que primero le hizo penalti y luego asistió a Van Nistelrooy, que marcó a placer. Fin de la historia. Los minutos que restaron sirvieron para zurrarse un poco y para enseñar los músculos y la sangre, para recibir los aplausos de rigor.

Así cabalga el Madrid, dejando la sensación de que no hay bala que le acierte, aunque algunas le pasan cerca. Está enamorado, sin duda. Y le corresponden.