De Getafe al cielo

Copa del Rey | Getafe 4 - Barcelona 0

De Getafe al cielo

De Getafe al cielo

Histórica humillación al Barcelona. Los goles de Güiza (2), Casquero y Vivar Dorado hicieron posible el milagro. Getafe y Sevilla jugarán la final de Copa.

Lo que logró anoche el Getafe es muchísimo más que la clasificación para la final de la Copa del Rey y, seguramente, para la próxima Copa de la UEFA. Lo que consiguió fue completar un curso de doctorado que le incluye entre los mejores equipos del fútbol español actual, sin discusión y con pruebas, con diploma. Lo que hizo, en definitiva, no fue sólo ridiculizar al campeón de Europa vigente, al líder de la Liga y al último ganador de ese torneo. Fue más que eso: fue borrar ese gol de Messi que le cruzaba el orgullo como un espadazo en la cara.

Cuesta asumir esta proeza, porque aunque nos hicimos eco de la determinación del Getafe, de su ansia por vencer, resultaba muy difícil creer que pudiera remontar un 5-2 al Barcelona. Es cierto que nos envolvió ese entusiasmo casi infantil, ese empeño por continuar en la pelea, esa resistencia a rendirse. Ahora confieso que lo entendí como un ejercicio de supervivencia feliz, como una excusa para reunirse y dar gracias por estar vivos y coleando, guapos o feos, ricos o pobres, con Copa o sin ella. Vivos.

Por eso, admito que imaginé un partido probable en el que el Barcelona, antes o después, cercenaría la ilusión del Getafe con un gol cualquiera o con un gol espléndido. Una bala, al fin y al cabo. Plomo. Luego, a cierta distancia que habría que medir en años luz, acepté la posibilidad de una hazaña brutal, un estallido de rabia acompañado de todos los vientos posibles y rematado, quizá, con un gol en el último segundo, cuando el Barça ya no pudiera reaccionar.

Lo que jamás se me hubiera pasado por la cabeza, sereno o inquieto, fue lo que sucedió finalmente: una goleada del Getafe cómoda e impecable, un último cuarto de hora de relleno y una alegría plena, pero dosificada. Supongo que eso salvó de la quema al estadio y a los puentes de la ciudad. Aunque todavía falta jugar la final...

Sin duda, el Barcelona sale destrozado de este partido. Y es lógico sospechar que le deja herido de muerte en el último tramo de la Liga. Porque no fue sólo la eliminación, ni siquiera la goleada. Lo que más dañó al Barça fue la imagen de impotencia, su abulia, su incapacidad para reaccionar, la clamorosa capitulación de su entrenador, abatido en el banquillo, y la cara de sus estrellas, su gesto de divorcio, sus ojos de despedida. Porque el Barcelona, lo recuerdo, viajó a Getafe con todo su arsenal a excepción de Messi, que por eso mismo se salva. Eso lo hizo bien el Barcelona: quiso protegerlo y lo consiguió.

Presagio.

Insisto, nada parecía indicar lo que estaba por ocurrir. O tal vez sí. La tarde era para revolcarse en la hierba, solo o en compañía de otros. Y el ambiente llenaba el campo de aficionados y de expectación. Ahora creo que lo veo más claro: la primavera es un tiempo muy apto para la contemplación y el disfrute, como un viernes gigante con el picnic servido. Y el Getafe lo entendió así.

No fue casualidad que su primera ocasión llegara a los 38 segundos, muchos creímos que el momento del milagro, o entonces o nunca. En una jugada rutinaria, Oleguer intentó despejar y el balón encontró un agujero en su anatomía, en su pie o en su cabeza, no quedó claro. La consecuencia fue que Güiza se quedó solo en las barbas de Jorquera. La foto dibujaba una ocasión clamorosa de gol. Tan fácil debió verlo el delantero que quiso regatear y regodearse, y en mitad de ese arabesco fue interceptado por el arrepentido Oleguer. Güiza pareció reclamar penalti, pero lo que realmente quería es que le castigaran a él. Por lento. Los pesimistas creyeron que tal vez no habría otra así, pero hubo cien.

El caso es que el despliegue inicial del Getafe no era suicida, como pudo intuirse. Al contrario, el equipo resultaba asombrosamente fiel a sí mismo. Como si tuviera muy claro que para marcar tres goles al Barça (o cuatro) no es necesario disfrazarse del general Custer, basta con ser el Getafe. Tenía razón. A los tres minutos, Güiza volvía a rondar el gol, esta vez con un remate alto a pase de Maris. El letón probó fortuna al filo del cuarto de hora con un chut cruzado.

El Barça, entretanto, se dejaba hacer, insulso en el juego y en las maneras, como quien pasa la tarde. Iniesta y Xavi no conseguían retener la pelota y corrían tras ella como si estuvieran castigados. Ronaldinho, totalmente pasivo, parecía de visita por el municipio y Etoo estaba alejado de cualquier tipo de civilización amiga. Resultaba muy extraño que en semejante apuro un jugador de los registros de Ronaldinho no demostrara más recorrido y colaboración, que no bajara a recibir, a pensar, a sudar. Increíblemente, el Barcelona no se daba cuenta de que, además de una final de Copa, estaba en juego su autoestima, lo que sostiene los cuerpos.

O tal vez, a la desidia se unía el escenario. Por pequeño, el del Getafe es un estadio especial, tan abierto que no ejerce la intimidación que tanto temen los futbolistas. Sin embargo, la sensación de jugar en campo abierto, con ventanas a las amapolas y los vecinos, provoca en los visitantes una cierta distracción, algo que impide concentrarse de pleno y sentirse en peligro. Y lo estás. Vaya si lo estás.

En el minuto 37 la racional insistencia del Getafe tuvo premio: Jorquera salvó un remate de Güiza y en la jugada que se encadenó, Casquero marcó de media volea con bote asesino. La defensa del Barça se movió tan despacio que dio la impresión de estar haciendo Pilates. Deben ser los beneficios de frecuentar tanto el gimnasio.

El segundo gol local, en el minuto 42, volvió a dejar en evidencia a la retaguardia del Barcelona, aunque con especial crueldad señaló a Oleguer. En una de sus piernas golpeó el balón que se convirtió en asistencia a Güiza, que marcó con la superioridad de los que juegan con sus sobrinos de seis años. En momentos así, dudamos si Oleguer está enchufado o electrificado.

Personalidad.

El Getafe había completado más de la mitad del milagro al descanso. Y en la reanudación mantuvo el sentido común, lo que no era sencillo. Porque el marcador invitaba a rematar la faena o a posponerla para el último cuarto de hora, para el último segundo. Lanzarse o agazaparse. Pues bien, el Getafe no hizo ni una cosa ni la otra: siguió siendo el mismo. Ya lo sabíamos, pero ahora no lo olvidaremos fácil: detrás de ese equipo hay un entrenador tan grande que le asoma la cabellera de Sunsilk.

Güiza tuvo el tercero en el 54, pero su cabezazo lo rechazó Jorquera, el único de sus compañeros que mantenía los reflejos. Poco después, Güiza desperdició un maravilloso pase diagonal de Cotelo, tan precioso, que según rodaba el balón se desenrrollaba como una alfombra roja.

El Barcelona contestó acumulando delanteros: Gudjohnsen y Saviola se sumaron a Etoo y Ronaldinho. Apenas nada. O apenas todo. Vivar Dorado, el jugador más elegante del área metropolitana, cabeceó a gol una falta lanzada por Contra y puso letra y música a la hazaña. Esta vez Xavi hizo de Oleguer.

Güiza logró el cuarto tanto (que pudo ser su sexto gol) al atrapar un balón bien peinado y fusilar a Jorquera, que temo que quedará allí enterrado. Faltaba todavía un cuarto de hora largo y el Getafe ya había sentenciado la eliminatoria y al rival. El Getafe jugará la final de la Copa del Rey. Y de verdad que lo merece: por creer.