Segundos por la puerta falsa

Primera | Sevilla 4 - Real Madrid 3

Segundos por la puerta falsa

Segundos por la puerta falsa

El Sevilla remontó dos goles en seis minutos. Navas y Saviola, geniales. El Pizjuán despidió a Raúl con un amargo cántico: "¡Qué malo eres...!"

El Madrid padeció en Sevilla un castigo humillante. Los planetas se alinearon para destapar en noventa minutos las vergüenzas que ha arrastrado con más o menos disimulo en este tramo final de Liga. Jugadores fundidos, descontrol táctico, falta de entusiasmo, miradas que mataban y un entrenador incapaz de dominar la situación, desbordado por los acontecimientos y prisionero de los intereses del vestuario. El Sánchez Pizjuán vivió otra fiesta ilusionado por el espectacular colofón de este equipo armonioso diseñado por Juande Ramos, y el público no tuvo piedad cuando condenó al capitán con un cántico que llegó al alma del madridismo: "¡Qué malo eres, Raúl qué malo eres!". Más ofensa no cabe.

El Madrid llega al final del camino con más éxito que buen cartel. Es segundo en la clasificación y ya es bastante después de culminar en Sevilla una noche de auténtico bajonazo general. Lo mejor que le podía suceder a este equipo es oír la campana final porque sobrevivía agarrado a las cuerdas.

Todo empezó con un mensaje indescifrable de López Caro apostando por una táctica insólita por cobarde e impropia del Madrid. Metió a Cicinho por delante de Roberto Carlos en la banda izquierda, desvelando el pánico del técnico a Alves y Navas. Y precisamente por ese carril llegaron los zapatazos que en seis minutos de furia permitieron al Sevilla dar la vuelta al 0-2 virtual, intangible e inmerecido que sorprendía en el marcador.

Pero conviene contar la historia completa de esta primera parte tenebrosa. López Caro quiso ser misericordioso con dos jugadores (o con alguno más) con la 'maniobra Cicinho'. En realidad pensó que podría escamotear la nefasta situación física de Raúl y Zidane, por este orden, rebajándolos de servicio en el partido del epílogo. Sí, porque todo lo dicho anteriormente señalaría a Cicinho como responsable del caos. Y ese es el engaño. Los hechos confirman que el capitán y el mago francés se vistieron de corto en el Pizjuán por razones jerárquicas, dejando recaer sobre sus compañeros una insostenible sobrecarga de trabajo. Y López Caro fue cómplice de conceder esta inexplicable ventaja al Sevilla, agravando el suceso con una sustitución rocambolesca cuando en la segunda parte quitó a Beckham para dar plaza a Soldado. ¿Por qué Becks, si había marcado un gol precioso y era el mejor especialista para ponerle balones precisamente a Soldado? Yo les doy una respuesta política: nunca hubo feeling entre el técnico y el inglés, créanme.

Pero antes de todo esto, en los primeros veinticinco minutos sucedió lo impensable. El Madrid se apoyó en Beckham para bajarle los humos a este Sevilla ganador. Una falta lanzada por el inglés y remachada por Baptista abrió el marcador, y diez minutos más tarde el propio Becks se encargó de ofrecer un homenaje a Zidane imitándole con un control de balón maravilloso que culminó en gol. El Pizjuán pidió fuera de juego y es probable que el sabio público andaluz tuviera razón.

El Sevilla se frotaba los ojos porque el pulso hasta entonces estaba igualado y el castigo madridista superaba las previsiones. Apenas con unas arrancadas de Baptista, dos golpes de un Sergio Ramos acelerado y tres carreras de Cicinho se estaba desfigurando la obra de Juande, que mantenía su digna imagen a pesar de las dos puñaladas. Sin embargo, el partido estaba dejando alguna pista en torno a Casillas sobre la catástrofe que ya asomaba por el horizonte.

Un decorado. El Madrid no era más que un castillo de naipes. Un decorado de cartón que se vino abajo en cuanto Navas, Martí, Maresca, Alves, Saviola y compañía empezaron a mover la pelota con ese salero sevillano que les ha hecho campeones de UEFA. Navas, qué grande el chavalín y que lástima que no se sienta maduro para la Selección, se asoció con Saviola para poner la casa en orden.

La feria comenzó en el minuto veintisiete con la salva de honor del niño: zapatazo y balón a la escuadra. Espectacular. Reivindicativo. Un taladro para la moral del Madrid, cuyos jugadores empezaron a observarse de reojo, con esa mala costumbre de buscar culpables alrededor antes que mirarse el ombligo, sospechando que su impostura estaba quedando al descubierto. En efecto, Saviola reparó en que nada ni nadie le cortaba las alas y aprovechó un regalo absurdo de Casillas para empatar y luego para remontar. Así es el fútbol, incluso a Iker le temblaron las manos y las piernas afectado por ese mal virus madridista de la personalidad perdida. El Madrid quedó descosido, achicado, sin respuesta. La argucia simplona de López Caro acabó por dinamitarse cuando Luis Fabiano burló a todos por el pasillo del ocho para establecer el cuarto de la noche.

Al descanso, tiempo de reflexión. Pero no sólo en el vestuario, sino en el madridismo global. El Sevilla estaba bailando un 'zapateao' sobre el cuerpo moribundo del Madrid. ¿Era esto todo lo que podía ofrecer el equipo o López Caro era el único responsable? Un poco de todo. Unos tienen el cuentakilómetros quemado, otros no saben por dónde pisan y el técnico se une a la orgía del desconcierto siendo complaciente con quienes descaradamente no dan la talla. Y lo hace por unas u otras razones, propias o forzadas, pero no entro en detalles.

Con Soldado. Lo cierto es que a la vez que el Sevilla aflojó la marcha, bastaron dos pinceladas tácticas en el Madrid para adecentar la imagen. Con Soldado arriba el equipo fue más largo, con Jurado por Raúl pareció más asentado y hasta Zidane tuvo la fortuna de encontrarse un balón en los pies para marcar en su adiós a la Liga. No lo celebró, no sabemos si por asfixia o por la rabia contenida de un gran profesional al que ya no le obedecen las piernas.

Efectivamente, para entonces el Madrid ya estaba más pendiente de las noticias de Pamplona que de su propia suerte y se les veía a los jugadores deseando que el reloj acabara con tanto suplicio. La atmósfera se había convertido en insoportable, más allá de ese marcador plomizo, desde el momento en que el público del Sánchez Pizjuán coreó con jolgorio y, para ser sinceros, pasado de frenada una sentencia que habla de la falta de respeto que se ha cultivado este Madrid por sus propios deméritos: "¡Qué malo eres! ¡Raúl, qué malo eres!"

El capitán abandonaba el campo, sustituido por Jurado, castigado como nunca antes se había visto. Y Raúl, realmente, se había despachado uno de los peores partidos que se le recuerdan, pero jamás un veredicto popular fue tan crudo y severo. Probablemente el respaldo incontestable que ha disfrutado de Luis Aragonés para llevárselo al Mundial tenga mucho que ver en la sentencia del Pizjuán.

Así se va el Madrid de la Liga, cabizbajo, vapuleado y agradeciendo a Osasuna su esfuerzo por ganar al Valencia. El segundo puesto en la clasificación maquilla tantas cosas...