Por la Puerta del Príncipe

Copa UEFA | Sevilla 1 - Schalke 0

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Reportaje gráfico: morenatti

El canterano decidió la eliminatoria con un golazo en la prórroga. La afición llevó en volandas al equipo. Espera el Middlesbrough en la final de Eindhoven.

La vida mantenía desde hace más de 50 años una deuda histórica con el Sevilla y anoche quedó saldada. Después de tantas lágrimas derramadas en tardes desesperantes, después de decenas de desengaños, después de tantas puñaladas traperas hundidas en los corazones sevillistas, después de tantos amagos y escasas pegadas.., el destino fue justo. Todo sucedió en una ardiente y colorida noche de jueves de Feria sevillano. Con el calor de 45.000 almas rugiendo en la grada y la pasión de un equipo que tiró de fe, corazón y sevillismo para colar a este Sevilla de José María del Nido Benavente (el discípulo aventajado de Sánchez Pizjuán y el brazo armado de Luis Cuervas, que seguro sonrieron desde el cielo) en la final de la UEFA. Nervión reventó su historia. Era su día. Puerta, con un latigazo de seda con su zurda, desarmó a los alemanes en una prórroga pasional, indescriptible, a flor de piel.

Esta vez no había lugar para el descalabro y el infierno que perseguía a este club siempre en sus citas claves. Esta vez, la historia no le dio la espalda al Sevilla. Tocó sufrir mucho, pero con una bella recompensa. Cuentan las lenguas antiguas que un 27 de abril nació una ilusión: la final. Eindhoven es una realidad gestada en una noche mágica, inolvidable e irrepetible. Tres generaciones de aficionados se abrazaban en el Sánchez Pizjuán acordándose de todos los que no estuvieron y de los que se marcharon por siempre sin ver nada de nada. Porque a partir de hoy, en el currículum de cada sevillista, se llevará con orgullo el privilegio de haber sentido y vivido lo de ayer. Sí, yo estuve allí.

En las gradas corrió el fuego de una ilusión. Los aficionados inyectaron al equipo la tensión que había que meterle al partido. El Sevilla se puso manos a la obra. Como los toreros con agallas y profesionalidad que son capaces de sacarle hasta el último muletazo a un toro con pocas ganas de ayudar. Cada acercamiento al área de Rost era fruto de un enorme esfuerzo. Saviola firmó dos llegadas, Martí colgó un par de balones sin rematador y Adriano besó el palo con su disparo. Muchos amagos, pero escasa pegada.

El Schalke, a lo suyo. Con sangre muy fría, aguantó el tirón inicial. Slomka traía la lección bien aprendida y retocó el planteamiento de la ida. Apostó por colocar a tres centrocampistas (Ernst, Poulsen y Bajramovic) para tener el control del partido. Lincoln hizo de enlace de los dos puntas. El Schalke sacrificó a sus extremos para tapar los del contrario. David pudo con Asamoah en Alemania y Slomka lo sacó de su marca para situarlo en punta. Con dos delanteros fijos arriba, David y Alves pusieron el freno de mano para escoltar a los centrales. Desde atrás no empujaban, Adriano y Navas no encontraron su sitio y las bandas desaparecieron. La estrategia alemana funcionó. Los tirones de Maresca se convirtieron en el único recurso ofensivo. Saviola picoteaba, pero sin abrir ninguna herida.

Hacía falta un chispazo que le hiciera creer en el gol, ese bendito deseo. El Schalke cerraba to-dos los espacios y nublaba las escasas ideas ofensivas de los sevillistas. Lincoln metía el miedo a la gente cada vez que cogía un balón. Era un francotirador dispuesto a tumbarte en la primera ocasión. Saviola montaba las contras sin ayudas y Luis Fabiano se enteraba. La recta final se encaraba con un pánico paralizador. Sin tiempo, el partido tocó la prórroga.

Desenlace.

Muchos empezaron a desanimarse, pero la historia no le volvió la cara al Sevilla. Del cielo le cayó a Puerta una bendición. El canterano, sin pensárselo, soltó un zurdazo glorioso. Puso en el golpeo toda su vida y Nervión vio la luz. La histeria se disparó. Quedaba resistir 15 minutos para tocar la gloria. Un infarto por metro cuadrado. Pero no existe en el mundo nada ni nadie tan malvado que le pudiera robar a los sevillistas algo que el destino le debía. 50.000 corazones gritaron Sevilla. Anoche nació un equipo fuerte y ambicioso que parece haber aprendido a sufrir y a... ganar. Con fe, corazón y sevillismo: a la final. Una locura sana que explotó en un jueves de Feria inolvidable. Eindhoven espera. Así se escribe la historia.