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Michael Robinson

"Fowler tuvo que devolver un Ferrari"

Michael Robinson sigue desgranando la particular idiosincrasia del Liverpool. Así, recuerda como el club de Anfield obligó a Fowler a devolver a un Ferrari por entender que "era una provocación y una falta de respeto a la gente". También opina sobre algunos nombre históricos. You'll never walk alone (II)

Tomás Guasch
Actualizado a
Michael Robinson
alejandro gonzález

¿Cómo cree que están viviendo los españoles el Liverpool?

Más allá de ganar o perder están viviendo algo que jamás habrían imaginado: estarán reafirmando su fe en ser futbolistas. Es tal el respeto y la admiración que te llega desde la calle que te hacen sentir un ladrón si no la devuelves. Un futbolista ejerce su tarea en un club o en otro; sentir los colores es otra cosa.

¿Quién cree que siente los colores en España?

Raúl, Puyol, Albelda, Tamudo... ¡Y todos los del Cádiz!

¡Ah, el Cádiz! Sólo a usted se le ocurre invertir en un club.

¡Y ahí lo tiene, camino de Primera, ja, ja!

¿Cuándo uno se pone la camiseta del equipo de su vida, le pesa más que a quien es sólo un profesional?

Pesa muchísimo y te das cuenta a medida que te la vas poniendo. Yo no pude llevar el 9, que era de Rush, y como me dieron el diez, que son dos números, pensaba que me pesaba mucho por eso, porque cargaba con el 1 y con el 0. ¡Ja, ja! Pero no, yo sabía que era el peso del honor que suponía jugar en el gran Liverpool. Pero también es verdad que no es fácil defender los colores del equipo que has amado toda tu vida. Cuando decidí irme, el míster (Joe Fagan) me propuso firmar un nuevo contrato por tres años y le dije que no: no podía ser un estorbo ni acabar odiando el Liverpool. El 24 de diciembre de 1984 me fui, antes de un partido con el Leicester. Cogí mis cosas y me fui con mi mujer a casa antes de que se abrieran las puertas del estadio y empezara a entrar la gente: ¡lloré como un niño! Con el tiempo, ella me confesó que le rompió el corazón verme en aquel estado. Ella sabía que mi infinito amor al Liverpool me empujaba hacia fuera. Me fui el Queens Park y de ahí, a Osasuna. Con el QPR fui muy injusto, por cierto. Me pasaba el día comparando sus cosas con las del Liverpool y todo me parecía poco.

¿Qué especialmente?

El fútbol por televisión, junto a los compañeros, por ejemplo. En el Liverpool los comentarios eran ¡qué bueno es ese!, ¡qué bien juega aquél!, ¡qué gran equipo son esos! Y eran los que dominaban Europa... El mensaje era claro: sólo si jugamos al cien por cien podemos ganar. En cambio, en el QPR, sólo se oía ¡qué malo ese tío!, ¡qué fatal juegan esos! Todo en negativo. Era una cuestión de valores y los del Liverpool eran superiores.

¿Diría pues que Michael Owen es un tipo especial puesto que creció con esos valores?

Sí. Como lo es McManaman. En el comportamiento de ambos se percibe su procedencia. Owen estuvo mucho tiempo sin jugar y no se le oyó una mala palabra. Recuerdo cuando me ficharon a mí: Sir John Smith, el presidente, me preguntó cuánto dinero quería ganar y se me ocurrió decirle que estaba equivocado, que si le parecían bien cien libras a la semana como cuota que yo pagaría por jugar en el Liverpool. Se echó a reír y me dijo: "Nosotros no fichamos futbolistas, Michael, fichamos personas que juegan al fútbol". ¡Qué respuesta, eh!

McManaman y Owen son de esas personas...

Claro. McManaman era un hombre que hacía slaloms por Anfield y driblaba a todo el mundo, pero llegó al Madrid y cuando el lateral subía la banda, él se quedaba a taparla por propia voluntad. Mc Manaman colaboró como el que más en la conquista de la Octava Copa de Europa del Madrid. Y, bueno, para que sepan qué clase de persona es les contaré que un día quedé con él en Anfield para hacerle un reportaje para Canal+, cuando se venía al Madrid. El día antes de la cita nos cruzamos y le pregunté: "¿Qué tal? ¿Todo bien para mañana?" Él me contestó: "Tengo un problema y es que acaba de morir mi madre. Pero mañana estaré aquí, a la hora convenida". Su educación, su humildad, su entereza son dignas de un gran ser humano. Me ganó tanto que me costaba comentar un partido del Madrid con él en el campo: ¡llegué a enamorarme de Steve McManaman!

Una de las viejas historias del Liverpool es la de sus aprendices. Los aspirantes que ejercen de sirvientes de los jugadores del primer equipo. ¿Qué experiencias vivió usted con ellos?

Muchas y todas magníficas. Ellos se dedicaban entre otras cosas a cuidar de nuestras botas y recuerdo un día, tras hacerle un hat trick al West Ham, le dije a mi aprendiz, Paul Jewells, el entrenador que acaba de ascender por primera vez en su historia al Wigam a la Premiere, "cuida bien de ellas". Les prestó tanta atención que jamás volví a verlas: ¡las vendió a un hincha que se las pagó como si fueran un gran trofeo! Dalglish perdió montones de botas, desde luego... El aprendiz era un chaval que jugaba en tu misma demarcación y que el club te encomendaba para que aprendiera de ti y te sirviera: tanto que cuando las botas eran nuevas, se las ponían primero ellos para darles forma; ¡las ampollas se formaban en los pies del aprendiz y no en los del profesional! A uno, a Ablett, que fue central del Everton, le castigué un día a cortar el césped del área pequeña.

Recuerdo haberle oído que fue por unas horas el jugador mejor pagado del Liverpool.

En efecto. Cuando firmé me convertí en el mejor pagado, cosa que solucionó el presidente subiéndole el sueldo a los demás. ¡El más popular del vestuario fui en ese momento!

Souness, Dalglish, Rush, Kennedy, Nichol, Grobelaar, ¿cómo eran?

Quédese con ésta: yo firmé y nos fuimos a jugar a Casablanca (Marruecos). Souness, que era el capitán, me recibió diciéndome en nombre de todos que estaban encantados de tenerme como compañero y una frase que no olvidaré: "El año que viene, por lo menos encajaremos cuatro goles menos". Y se puso a presentarme: "Este es Kenny (Dalglish), éste Sammy (Lee)... ¡como si yo no los conociera!

¿No hubo un momento complicadillo?

Con Fowler hubo un momento de gran tensión: se compró un Ferrari amarillo y el club le obligó a devolverlo. Le dijeron que era una provocación y una falta de respeto a la gente, un jugador del Liverpool no podía andar por ahí con un Ferrari. Pero Fowler es un crack, ¿eh? Pocos futbolistas meten un gol y se levantan la camiseta para dedicárselo a los estibadores. Acabas entendiendo que dependes de la gente, que nosotros ganamos el dinero fácilmente y ellos merecen nuestro respeto y atención.

Una cosa es cierta: Anfield, el Liverpool vamos, impresiona. La primera vez que llegas allí notas algo en el estómago.

Por si le vale le cuento que a los quince minutos del Liverpool-Chelsea dijo Carlos Martínez en su transmisión que después de 15 años pateando Europa, nunca había visto algo parecido. Cuando acabó la transmisión se puso a aplaudir con los ojos húmedos y me dijo que yo lloraba. Estaba emocionado. Mucha gente me ha comentado el grito que di cuando el árbitro pitó el final.

¿Cuál es el club más próximo al Liverpool que conoce?

El Athletic. Me hubiera encantado jugar allí. Siento por ellos una sana envidia porque tienen algo, representan algo... Y lo que representas es el 16 por ciento del IVA, el factor añadido.

¿Quién ha sido el jugador del Liverpool químicamente puro?

Steve Nichol y Bruce Grobelaar.

¿Qué tenían de particular?

La forma de vivir y de comportarse; ese Nichol vivía a base de coca-cola y patatas fritas, era tremendo. Un día estábamos de gira, visitando los fiordos de Noruega, y paramos en un pueblecito. Vio una tienda de comestibles abierta y se fue a por su alimento que en el barco era más caro y no era precisamente un manirroto. Entramos Souness y yo tras él y vimos que había una báscula. Nos pesamos y él se animó a hacerlo. ¡Pero se pesó con unas latas de coca cola en una mano y no se cuántos paquetes de patatas en la otra, sin darse cuenta! Gritó como un loco: "¡He engordado seis libras!"· Souness y yo no le dijimos nada, el barco partió y cuando estábamos apoyados en una barandilla de cubierta, oímos unos golpes arriba: era Nichol que corría de punta a punta del barco haciendo footing. De vuelta a Anfield se fue a por la báscula, se pesó y volvió a gritar "¡He perdido diez libras!". Y lo celebró con sus patatas y su coca-cola.

¿Y Grobelaar?

El portero más brillante que conocí. Y eso que jamás entrenaba de portero, sino que jugaba el partidillo con nosotros. Un fuera de serie.

¿Y el mejor?

Graham Souness.

¿Más que Dalglish?

Dalglish era talento puro; Souness era talento puro más liderazgo. Y hombría. Cuando lo vendieron a la Sampdoria perdimos cinco jugadores de golpe.

¿Y el entrenador?

Fagan.

¿Más que Bob Paisley?

Si, quienes los conocimos sabemos que mucho de Paisley fue Fagan, su número 2. Cuando fue número 1 nos dimos cuenta de su influencia en Bob y de su sabiduría. ¡Ah, Fagan! Un técnico que era incapaz de acordarse del nombre de los rivales. Tanto en Inglaterra como en la Copa de Europa. La que organizó en la final de Roma es inmejorable.

Cuéntenosla mañana, Michael.