La reunión de la forma y el gol

La reunión de la forma y el gol

La primera foto de Savio en España, en el año 97, lo mostraba en el aeropuerto de Barajas a su llegada a Madrid, tocado con una visera y enmarcado su tímido gesto en este titular para su semblanza: El zurdo de las piernas rojas. Allí se recordaba la historia del chico de Vila Velha, enfrentado desde los 19 años a la sordidez de defensas pordioseros que le querían tronchar las piernas porque no le podían arrebatar el balón. Parece un capricho semántico que gracilidad y fragilidad sean dos palabras tan similares, que producen al decirlas un golpe de música casi igual. Lo saben el cristal y los huesos de Savio. En Brasil le ponían las canillas lívidas de golpes y taponazos, a pesar de que su cuerpo menudo terminaba los 50 metros en los tiempos de un velocista. Su temeridad persiste: lleva el balón anudado a los zapatos y no hay forma de ver dónde acaba el pie y dónde empieza la pelota. Así que el que intenta detenerlo corre el peligro de llevarse todo por delante. Es una broma haber pensado, cuando llegó a Zaragoza, que Savio estaba de vuelta y que ya nunca iría hasta la línea de fondo. El fútbol marca una ida y un regreso, parábola de ascenso y descenso, pero los prejuicios son un desprecio sumado de verdades. Estamos ante un jugador superlativo al que el tiempo sólo ha acotado relativamente. Si miramos a su juego veremos que, en realidad, lo ha mejorado: Savio nunca fue tan eficaz como ahora, y el fútbol apenas significa una cierta forma estética combinada con la aspiración inexcusable de la eficacia. La fuga reunida de la forma y el gol. Precisamente, Savio.