Holanda pasa llorando

Eurocopa | Holanda 0 - Suecia 0

Holanda pasa llorando

Holanda pasa llorando

Robben y Van der Sar, héroes en los penaltis

Pasó el mejor, que era Holanda, y es posible que hiciera más méritos si merece más quien más domina. Pero deja un sabor extraño la eliminación de Suecia, un equipo inferior que mantuvo el empate cuando estuvo más lejos de la victoria, en los 90 minutos reglamentarios, y que cuando estuvo más cerca, en la prórroga y los penaltis, curiosamente, perdió.

Solemos decir que se juega como se es. Podría valer para los holandeses, organizadamente anárquicos, libertinos controlados, hedonistas generosos. Un paseo por Amsterdam lo demuestra: es una ciudad sin persianas. Y el estampado de las cortinas mira hacia la calle, no hacia el interior de las casas. Y son daltónicos, porque el Barrio Rojo es verde. El caso es que su fútbol es como su carácter, exhibicionista, pero sin agresividad, más el juego por el juego, el placer por el placer, que el juego por ganar, el placer por puntuar, tal vez sea ese el motivo por el que han ganado sólo una Eurocopa (1988) pese a haber contado con equipos maravillosos.

Me falta un paseo por Estocolmo para decir lo mismo de los suecos (Ikea no basta y mi querida amiga Julia Warnberg no cuenta porque es morena), pero los intuyo más discretos, laboriosos y pragmáticos: ya puestos, hagámoslo. Al menos así es su equipo de fútbol, iluminado por dos delanteros mestizos, uno con raíces en Cabo Verde (Larsson) y otro con sangre bosnia (Ibrahimovic). Del resto de jugadores (Ljungberg Klein aparte, el de los canzoncillos) lo más reseñable es su parecido con los componentes masculinos de Abba. Es muy meritorio que Suecia, a base de exaltar la clase media y el raciocinio, consiga dar la cara en los grandes torneos internacionales.

Ese diferente planteamiento vital fue el resumen del partido: dominio holandés sin gol y trabajo sueco para evitarlo y, si se puede, probar. Así fue la primera parte y así pasó la segunda. En un lado, los intentos de Robben, casi siempre a cinco centímetros de escaparse (como Savio) y los fallos de Van Nistelrooy, al que no le llegó ni un balón claro; en el otro, aplicados funcionarios al servicio de Ibrahimovic y Larsson.

El tiempo extra fue lo mejor de un buen partido porque concentró lo que había sucedido hasta entonces y lo liberó de tiempos muertos. Eso sí, las pocas ocasiones de Suecia fueron entonces clarísimas: un tiro al larguero de Larsson tras una fantástica media vuelta y un chutazo al palo de Calvin Ljungberg.

Holanda también había probado el sabor de la madera en la prórroga. Fue con la ayuda del portero sueco, al que no se sabe si le hace extraños el balón o es él quien se los hace a la pelota (nos inclinamos por esto último); sea como sea, uno de esos roteiros intrépidos se escurrió de sus manos y acabó en el poste. Y hubiera sido un tanto definitivo, porque sucedió en la primera parte del tiempo extra, cuando aún rige el gol de plata.

Cuando se llegó a los penaltis ya no estaba nada claro quién merecía más, la suerte en manos de los porteros. De una parte, el imprevisible guardameta sueco y de otra Van der Sar, muchacho que alguna vez prometió y que parecía condenado últimamente a un triste destino de Cantarutti.

Y como los penaltis son una cuenta que se cierra con el pasado (si aciertas) y un cheque que se extiende con el futuro (si fallas), Van der Sar paró el lanzamiento decisivo con un majestuoso vuelo, sus orejas de soplillo aleteando y la suerte atrapada en sus manos.

El detalle

Johan Cruyff y Franz Beckenbauer vieron juntos el partido desde el palco. Hace 40 años se midieron en la final del Mundial de Alemania (2-1 para los locales).