Bravísimo Madrid

Liga de Campeones | Roma 1 - Real Madrid 2

Bravísimo Madrid

Bravísimo Madrid

JESÚS AGUILERA / ÁNGEL MARTÍNEZ

Ganó como en las grandes noches europeas, con temple y autoridad. Hierro, Figo y Casillas deslumbraron.

Consternado por un suceso dramático nunca imaginado ni en la peor pesadilla. Aún espantado por las imágenes que desde Nueva York salpicaban al mundo, este cronista intentó abstraerse durante noventa minutos de la verdadera y brutal noticia del día para contar con un nudo en el alma lo que deparó la visita del Real Madrid a Roma. Y sucedió que este Madrid sin Zidane estuvo bravísimo, trabajador, impecablemente disciplinado y brillante en hombres como Hierro, Figo y Casillas. Aguantó, templó y entró a matar con ese aire de las grandes gestas europeas para deleite de su afición y para arrancar el bólido de la Novena de la mejor manera.

Por suerte para el conmovido espectador, el partido dio suficiente juego para pensar en la fiesta del fútbol. Roma y Real Madrid pusieron sobre el césped lo mejor de sí mismos. Pelearon, se fajaron con entereza y buscaron los puntos débiles del enemigo con un lento pero efectivo trabajo táctico, en el que la mano de Capello y Del Bosque se dejó notar desde el primer minuto. Por desgaste y talento, el Real Madrid fue destrozando la capacidad de resistencia del Roma hasta dejarlo contra las cuerdas mediada la segunda parte. Todos los augurios sobre las miserias físicas y la escasa brillantez del conjunto romano se confirmaron. Su virtud no es otra que el empuje desordenado, con el que en el último tramo de partido intentó conquistar un empate que le hubiera sabido a victoria.

El Real Madrid mostró un perfil clásico de reciente pasado, sin Zidane y con McManaman por la izquierda, dando un impresión de saberse este libreto mucho mejor que con el francés entre líneas. El empuje inicial del Roma, absolutamente previsto, quedó sellado en la primera parte con dos jugadas por alto, con cabezazos de Batistuta y Totti. Casillas estaba vendido en las dos acciones. Estábamos en la mejor racha de los hombres de Capello y Batigol intentó aprovechar esta corriente para forzar un penalti cuando Karanka se le cruzó en el área pequeña. Graham Poll estaba a dos metros y fue honrado al no indicar máximo castigo.

El pulso entre los dos grandes de Italia y España resultaba precioso por indefinido. A la media hora de partido sonó la bocina para aflorar las exquisiteces. Raúl y Figo asumieron su rol de protagonistas y le buscaron las vueltas a los tres centrales del Roma. El Madrid hizo cosas deliciosas, con punto máximo de emoción en un zig zag de Raúl ante Pelizzoli para quedarse en solitario en la raya de gol. Cuando el balón iba camino de la red, apareció Zago para evitarlo, en un cruce heroico.

El partido estaba de cara para el Real Madrid, consciente de un mayor peso específico, aún sin Zidane. La caída de los romanos fue tomando cuerpo en un penalti claro en el minuto 35 de Samuel a Raúl, ignorado por Poll en ley de compensación. Pero la suerte ya estaba echada del lado blanco. Raúl era el mismo diablo y Figo su compinche para volver loco al Roma. De no mediar un día casi aciago de Guti (maquillado con un posterior gol) el Madrid se habría ido al descanso con una amplia ventaja. Increíble, digamos, por cierto. Estábamos viendo a un equipo firme, concentrado, dinámico y ganador, lejos de aquél que ante el Málaga dejó numerosas sospechas sobre el césped.

Capello no tuvo reflejos en el descanso. O quizás no tiene plantilla para más. Se dejó ir igual que sus hombres hacia la orilla preferida del Madrid. Es decir, recular y capear el temporal. Así nadie puede plantar batalla a hombres como Figo. Y ocurrió en el minuto 50 que el portugués inventó un maravilloso lanzamiento de falta para acallar al Olímpico. Impresionante gol. El Roma se vino abajo de forma espectacular. Su quebradiza moral no era propia del técnico que lleva a este equipo. Sin garra, descolocado hasta el ridículo, cayó en la red de Figo una vez más, que hilvanó con Guti el segundo de la noche. Se puede decir que ya había un ganador. Más aún, si los romanos hubieran podido marcharse a casa a llorar, lo habrían hecho. Ni Totti ni Batistuta ni Montella nadie podía con un Madrid donde Fernando Hierro dio una lección magistral de liderazgo desde atrás, renacido después de unos partidos más bien titubeantes.

Lo inesperado fue que al Roma le llegara una botella de oxígeno por el camino de un penalti bobo. Karanka llegó tarde a un cruce y, esta vez sí, la falta era clarísima. Totti pegó un zambombazo impresionante que fue el toque de corneta para sus compañeros. Si tenían que morir, que no fuera de rodillas. El último cuarto de hora giró hacia ese lado épico que el Madrid sabe manejar por su peso histórico y caché.

Cualquier otro conjunto se habría desmoronado por la presión el Roma. Fue algo extraordinario, impresionante. Claro, que allí estaba un Iker Casillas dispuesto a amargarle la noche a la delantera de Capello. Su trabajo en los minutos finales fue de crack. Salvó tiros de gol cantado y hasta se alió con el larguero cundo Balbo le fusiló a placer. Era también el día de Iker y encontró el premio, premio compartido para todo su equipo, de tres puntos sufridos, elaborados y embolsados en una noche de maravilloso fútbol.